“Querida Van Linde… el día en el que te conocí, sentí que las frías estepas de Mordek podrían ser cálidas a tu lado…”
Van Linde se siente encadenada, sus extremidades (si es que siguen ahí) no responden. El aire es extremadamente ligero y frío, su entorno no parece dar señales que puedan ser captadas por alguno de sus sentidos.
“Querida Van Linde… el día en el que te conocí, sentí que mi copa nunca estaría vacía… porque tú, serías mi vino.”
Mientras la conciencia de la joven bruja se disuelve como acuarelas en una paleta de tonos grises, una voz amigable y nostálgica recita palabras de alivio en sus "oídos"…
“Querida Van Linde… los años sonreían a nuestra suerte… sueño con algún día poder bautizar a nuestra hija…"
Van Linde no consigue describir la sensación, ya que no hay sensación alguna... no hay entorno que captar con los mundanos sentidos terrenales... no hay oscuridad ni luz que apreciar... la voz sigue resonando "en su cabeza"... y a través de lo que podría ser un pensamiento o, la manifestación de sus deseos... "responde"...
“...Alana”
. . .
Angustia, un sentimiento que no te es para nada ajeno. ¿Por qué llega ahora? ¿en este momento? No puedes moverte, yaces frágiles, expuesta, sin tener idea de que ocurre, donde estás, pero aún así, la mayor fuente de tus preocupaciones… es la mención de tu descendencia…”
“Querida Van Linde… no llores… el universo me dio el obsequio más bello que el destino podría traer a mi puerta… ¿Qué importa si no podemos moldear un ser a nuestra imagen?... no tiene que ser de nuestra sangre de nuestra sangre… de hecho… no tiene porque ser de sangre…”
Tristeza, un pobre consuelo y las lagrimas de una mujer que nunca podrá ser madre… sosteniendo una detallada muñeca de porcelana.
Sin tiempo de reacción, sin reflexión alguna, sin poder descuartizar esos pensamientos que atormentaron tu cabeza hace pocos segundos… comienzas a despertar…