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Los Nueve

Los Caballeros de Sangre de la Ordo Sangüinar

Degurechaff, honrado de cientos de medallas e incontables títulos, era uno de los compañeros más cercanos del Primarca Sangüinius. Muchos dicen que el Primer Nacido, como le llamaban, sería el sucesor al Emperador. Murió muy joven. Todos le amaban, pues llevaba consigo las alas blancas de la Santa Sif. Solo él podía enfrentársele al peor de los demonios, al más temido, quien según las historias había devorado al mismo Zariel. La nobleza de Virimil juró vigilar y proteger a su héroe caído, a su comandante, hasta el equinoccio del año, quedándose atrás mientras el Emperador continuaba su cruzada. De ahí el nombre de la provincia, Equinox, pues el vigilo de los nobles nunca terminó. Quienes nacen durante el equinoccio en la provincia se dice están bendecidos por el espíritu difunto del primarca, y son tomados por el Consejo de Equis para volverse parte del cerrado círculo noble del Conde.
  Quedarse, cuando otro partió.   Pocos son los dolores que pueden quebrantar a incluso los grandes héroes de antaño. Solo las frías certitudes de la vida, puestas al servicio de la tragedia, pueden llevar a una tristeza inimaginable, capaz de turbar incluso la paz de los inmortales. ¿Cómo tratar con la inevitabilidad de las cosas? ¿El lento pesar del silencio, el susurro del tiempo escapándose, y la constancia de una catástrofe, ya pasada, imposible de cambiar? ¿Cómo podría entender un mero mortal, la bella melancolía de los Nueve?   Pues algunos brillan tanto, que al apagarse, se llevan consigo la luz del mundo entero. Esa es la historia de Sangüinius el Ángel, Primarca de la Orden Sangüinar, y primer nacido del Sagrado Emperador.   Los primarcas fueron creados en su mayor madurez, o por lo menos eso se cree, y Sangüinius era el más bello de entre ellos. Cuando primero se lo presentó frente a los pueblos unidos de Cadia, una llama de esperanza bramó en el corazón de los fieles. Cada uno de estos semidioses tenía un Don, otorgado especialmente por Tyr, para mejor servir su brillante propósito. El de Sangüinius fueron sus inmaculadas alas blancas, signo del favor de Sif y del poder de Abel. Divino, parecía un emisario de Celestia, un heraldo de Elysium.   La verdad es que, en un esfuerzo para unir a los Siete Reinos de Cadia, el Emperador decidió ofrecerles a sus más cercanos la custodia de sus hijos. Cada uno fue otorgado a un reino diferente dentro de Cadia, como ofrenda de paz por parte del Emperador, que buscaba reunir las fuerzas de los siete reinos en su Imperio Tyraliano. Los Nobles de Virimil, que aceptaron cuidar del Primarca, le mostraron su forma de vida, y le criaron como a un gran príncipe.   Como todo primarca, solo bastó cuatro años para que llegue a su madurez, y se una a las armadas de su padre contra los demonios. En ese tiempo, gran afecto fue forjado entre el ángel y sus cuidadores. Cuando este fue enviado a la guerra, siete nobles le acompañaron, de la corte del Señor de Virimil Sir Garathor Silvar Dun, de entre ellos el mismísimo Silvar. Fue uno de los únicos Reyes, o Altos Señores de Cadia, como se les conocería luego del anexo, que marchó a la guerra.   Las seis casas restantes que marcharon a los lados de su Rey y de su Primarca fueron la casa Von Strähd, la casa Von Shpear, la casa Von Röth, la casa Von Ferdinand, la comarca de Ki y la Causa de Ryd. Estas últimas dos no eran casas nobles, pero aún así llevaban consigo gran importancia en el reino de Virimil. Los Ryd protegían los pantanos, mientras que los elfos y medio elfos de Ki regulaban el camino de la Serpiente, el río más importante del reino.   En la mismísima primera batalla que Sangüinius llevó, sin embargo, tanto los Ryd como la comarca de Ki se mostraron invaluables aliados. Los demonios, invasores de Cadia, habían sido despachados en el oeste, y llevaron Ademre a la ruina. Sangüinius, primer nacido, fue quien primero llegó al ataque, y en los castillos desolados de los orgullosos señores de Ademre, batalló contra el Clan Harax de los demonios de Kallemtur, conocidos por su ferocidad. En una escaramuza clave, sobre las turbulentas aguas del Mar Negro, el navío de un joven medio-elfo de Ki salvó la vida de Sangüinius al chocar sin miedo a la muerte contra un gigante de magma de los Harax, a medias metido en el mar, impidiendo que aplaste al Primarca bajo su monstruosa mano.   Este joven elfo cayó al agua, y pensó morir, hasta que el mismo Sangüinius, luego de aprovechar la distracción para derrotar al gigante, se tiró hacia las profundidades, mojando sus alas en las aguas oscuras cerca de Briarlak, y rescató al valiente guerrero. Nadaron juntos hasta la pequeña isla de la luna, donde por sus heridas, tuvieron que quedarse. Este medio-elfo resultó ser el futuro Conde Degurechaff de los Von Eqüis, nacido en la humilde comarca de Ki, y buscando gloria en las armadas de Sangüinius. En ese momento, iba por el nombre Dengu, sin apellido, sin familia, sin casa noble o gran poder. Un simple medio-elfo, un gran navegante.   Quizá eso es lo que más llamó al Primarca. Varios días pasaron en la isla de la luna, acampando en las ruinas del antiguo castillo Briarlak, y Sangüinius aprendió tanto de Dengu como de cualquier otro noble. Hasta entonces, siempre había sido muy orgulloso, como sus hermanos, pero su encuentro con aquel medio-elfo sin nombre cambió fundamentalmente su forma de pensar. Desde entonces, se dice Sangüinius juró proteger a los pobres, los débiles y los inocentes por encima de todos, y no solo a los ricos y poderosos.   En la isla de los Briar, sin embargo, había naufragado también un demonio. Baal, del pequeño Clan Damphnir, había luchado junto con todo su pueblo frente al Imperio Tyraliano, ya que eran vasallos de los Harax. Fue llamado a la guerra, y manifestado en el plano material para luchar por la conquista de Abbadon. Para muchos demonios, la Decimotercera Incursión no era más que un juego, una forma de aparecerse en el mundo y crear caos, de avanzar sus respectivos clanes en las escalas demoníacas, o quizá incluso de jugarle una mala pasada a los Xildur y a sus seguidores. Cada ser tenía sus razones para participar de aquel juego cósmico.   Pero Baal no era así. Su clan, los Damphnir, eran diablos atípicos, nativos del Abismo, sí, pero con la única capacidad de tornar otras almas no en demonios, sino en diablos puros. A decir verdad, era la única forma que tenían de reproducirse, pues eran infértiles. Se les decía vampiros, en tiempos antiguos, y siempre intentaron aventurarse en el plano material para continuar su legado. El clan había sido instrumental a la hora de forjar la mismísima Gae Bolg, junto con Bane, y en un momento eran considerados de los Clanes más poderosos del Abismo. Eso fue hasta que los Ylm, junto con el Deva Velenor, crearan la orden de cazavampiros conocida como los Callahan, de los cuales Abraham Van Helsing fue el más formidable, y casi destruyeron a los Damphnir para siempre.   De esta complicada historia venía el joven diablo Baal, vuelto un Damphnir hacía no mucho más que doscientos años. No poseía con él gran poder, pero sí una belleza característica de estos demonios. Muchos creían que el clan se asemejaba más a las corrientes de Slaanesh que las de Kallemtur, lo que era sin duda un peligroso error, ya que la furia de todos los demonios de sangre siempre latería en ellos. Su belleza era formidable, pero su rabia era aún peor.   Algunos creen que no fue una coincidencia, el encuentro entre Baal, Dengu y Sangüinius, en las ruinas de Briarlak. El defecto fundamental de Sangüinius había sido impuesto por Kallemtur, al fin y al cabo, y ahora era un Damphnir, jurado a los Harax, quien acechaba a los héroes imperiales.   Baal, que a penas había sobrevivido el agua del mar negro, no tenía en su mente pensamientos de su Clan, ni mucho menos del Abismo cuando se encontró con el primarca y el medio-elfo. Se dice que los vio por primera vez bañándose en un lago, y por más que lo intentó, no pudo ver a la forma perfecta de Sangüinius como un enemigo. Las historias cuentan que "tal fue la belleza del ángel, que incluso los demonios se rehusaron a luchar". A esto se refiere.   Cuando el diablo posó sus ojos sobre la forma desnuda, con aquellas alas blancas envolviéndolo y su pelo rubio brillando bajo el sol, Baal se enamoró profundamente de Sangüinius. Él había venido al mundo por lealtad a su casa, por llamado de los Harax, nunca por verdadera voluntad. Al fin y al cabo, era en este mundo que sus antepasados habían sido cazados y aniquilados por los Callahan. Baal no gustaba de la violencia insensata, como muchos de Kallemtur, sino que apreciaba las cosas bellas, y pasaba gran parte de su tiempo haciendo de la batalla (pues al fin y al cabo, era inevitable) un arte honorable y por encima de todo, hermosa.   Se dice que el demonio restó en silencio, durante horas, observando a los dos chicos mientras platicaban. Restó en silencio, escondido por su magia, escuchando atentamente. En su mente conflictuó su deber, su honor, que era al fin y al cabo uno de los principios de todos los demonios del Trono de Sangre, con su sentimiento, su ambición, su deseo. ¿Debía realmente matar a sus enemigos en ese entonces? ¿Podría vivir el resto de la eternidad en paz, sabiendo que fue él quien apagó aquella luz?   ¿Qué valía su honor, su deber, si le llevaba a cometer lo imperdonable?   Pensó en su gente, en aquella gran guerra, y luego pensó en el futuro. Pensó en Sangüinius, en el joven elfo a su lado. Los observó mientras marchaban por las costas y se adentraban a explorar las ruinas del castillo. Los siguió por entre pasillos, siempre ponderando. ¿Debía matarlos? Aquel era sin duda su deber. ¿Pero, podría vivir consigo después? La incursión dejó de ser un juego cósmico para él al ver por primera vez al Primarca.   Este dilema lo avasalló hasta que los dos héroes del Imperio encontraron una recámara secreta, en las profundidades del castillo Briarlak, donde se alzaba una sala de comunión, con una ronda de tronos, un altar en medio, y una puerta de piedra tallada al fondo, con un diseño de rosas por encima. Allí, Sangüinius y Dengu platicaron, como si la antigua sala de conferencias impregnara en ellos la voluntad de filosofar. Casi en modo de chiste, el primarca se sentó sobre la gran silla, y el medio-elfo le siguió. Allí, hablaron de sus cortas vidas hasta entonces, de como aún restaba ver tanto, y como la guerra les llevaría sin duda a una muerte prematura.   Baal restó en silencio. Él se consideraba joven, pero había ya vivido una vida mortal, y doscientos años de una vida astral. Sus recuerdos eran efímeros, su interés no recaía en cómo había vivido. Ellos, en cambio, llevaban tanta vitalidad, tanto interés por el mundo que Dengu había visto diez, veinte veces en su inmortalidad. Hablaron de sus familias, de sus vidas preescritas, de su deber y de su honor. El medio-elfo mencionó que nunca había querido partir de Ki, pero su padre le empujó a hacerlo para traerle gloria a la comarca. Incluso cuando chocó su barco contra el gigante, solo pensaba en su rol dentro de aquella gran historia, y en como, con suerte, lo recordarían como un héroe. Esa era la gran diferencia entre los dos.   "¿Por qué me salvó de las profundidades, Primarca?   Pues Dengu no era nadie. Viviría y moriría como tal.   Frente a eso, las alas del Primarca se alzaron junto con su espada, y proclamó con una sonrisa en su cara algo que dejaría en Baal una profunda marca.   "Pues escúchame, Dengu. Quizá nuestra perdición se encuentre al otro lado de esta guerra. Quizá nunca llegue a conocer a mi padre, ni a platicar con mis hermanos, ni a ver un mundo de paz. Quizá he despertado como instrumento de guerra, y descansaré eternamente como tal. Quizá todo aquello pase, y mi vida no sea más que una breve historia, un apéndice en la épica epopeya de mi padre, una breve anotación en la historia del mundo. Rayos, ¡quizá tu también! Quizá, nadie nos recordará.   Pero en este momento, aquí, en lo profundo de la piedra, quemo como cien llamas, y grito mi historia a los cuatro vientos. ¿Qué importa lo que pasó? ¿Qué importa lo que pasará? Ahora, en este mismo momento, ¡me detengo a proclamar mi existencia! ¡Soy quien soy, más allá de mi padre, de mis hermanos, de mi pasado o mi futuro! ¡Soy quien soy, al presente, y enfrentaré lo que venga con esa certitud! Frente a estos tronos vacíos lo proclamo, ¡cumpliré mi deber a mi manera, y nadie podrá cambiarme hasta el día de mi muerte! ¡Haremos de este mundo nuestro tablero de juego, y lo haremos enfrentarse a nuestra infalible voluntad!   ¡Viva Dengu, el navegante loco! ¡Viva Sangüinius, el Primarca suicida! Déjalos gritar. Pues a pesar de todo, lo hemos hecho a nuestra manera."   Baal miró al suelo, desde la oscuridad, y por un momento, odió.   Odió como su clan fue desaparecido hacía milenios. Odió a Kallemtur, y a los Harax, por llevarlos a la guerra nuevamente. Odió su rol en todo aquello, una pieza, un sacrificio. Y con esa voluntad, suspiró, antes de aparecerse en la sala. Por un momento, los héroes fueron a sus armas, sobresaltados por la presencia del demonio. Fue solo cuando Baal levantó las manos, arrepentido, que Sangüinius le permitió hablar. Allí, en esa sala, discutieron los tres toda la noche.   A la mañana, y por la magia de aquel altar misterioso, Baal entregó su sangre al Primarca, y se volvió el Octavo Caballero. Al reconvenir con el resto de su armada, Sangüinius presentó al demonio no como enemigo, sino como querido compañero. Solo el ángel podría convencer a los nobles de Virimil de aceptar aquella alianza maldita, blasfémica. Cuando el resto del Imperio se enteró, ya era muy tarde. Los caballeros habían tomado el pacto, en el mismo altar que Sangüinius, y bebieron de la sangre de los Damphnir.   Así, surgieron los Ocho Caballeros de Sangre. Silvar Dun, Rey de Virimil, y futuro Alto señor de Cadia. Himmler Von Shpear, el Arquitecto, creador de la famosa Biblioteca Negra, aquella fortaleza viviente. Baelor Von Ferdinand, el Príncipe del Venado, famoso por su trágica muerte contra el Leviatán, a mediados del viaje de Sangüinius. Dengu, que más tarde sería Degurechaff Von Eqüis, primero de su casa, mano derecha de Sangüinius. Zarovich Von Strähd, regente de Erym y mentor del primarca. Lucian Von Röth, el Alto Elfo que primero abandonó Tal'Dorei para fundar la comarca de Ki (y padre de la actual Dama de Guerra del Cónclave, Lucille Von Röth). Jedediah Steiner, representante de la Causa de Ryd, y de los Drow de Maedhros. Y por último, el mismo Baal, que convocó a lo que restaba de su Clan y juró lealtad a Sangüinius, rompiendo su pacto con los Harax.   Ocho grandes caballeros. La última, que contaría Nueve, se encontraría ya en el Nuevo Mundo, y sería parte del Dominio. Sangüinius batalló con su armada valientemente, y por los eventos de la Marea Roja, terminó encontrando su fin frente a Kallemtur. Antes de eso, en la isla de Aurelis, sin embargo, una joven aasimar deseó seguir a Heracles (como el Dominio llamó al primarca). Esta chica sacrificaría todo por el poder que precisaba para vencer. Incluso después de tomar la sangre de Baal, tomó también el poder del Deva Velenor, el Alquimista. Todo eso por proteger aquello que Sangüinius le había entregado.   Fue la gran Dharya, la Dama de los Filos. Una de los Valkyrae más poderosos detrás del mismo Rey de Amarillo. Fue la última en unirse, y para cuando lo hizo, Nueve se habían vuelto Ocho de nuevo, ya que después de la desafortunada masacre en los puertos de Lorn y la muerte de Earendil, Silvar Dun había decidido regresar a Cadia y abandonar a su Primarca. Algunos dicen este fue el comienzo de su locura, llevándose cientos y cientos de esclavos de la batalla para construir una terrible fortaleza en lo más alto de las montañas.  
Pocos son los de la Orden Sangüinar que encontraron el nuevo mundo, y llegaron tarde, pues se encontraron primero con los cimientos de lo que sería Desembarco del Emperador. Fulgrim, que había arrivado antes que la flota imperial por la velocidad de Vilgilot, estableció Figium, mintras Cawl y Tyr desarrollaban Dwindalia. Por su mala conducta, y sus peores decisiones, fue el mismo Emperador quien castigó a Sangüinius, algo de lo que después se arrepentiría hasta el día de su muerte.   Sangüinius, mostrando haber sido imprudente y temperamental, le fue ordenado ser guardián de Dwindalia, y mantener a salvo con su orden de élite las nuevas ciudades del Imperio. El primer nacido nada dijo, y por un momento, Fulgrim estuvo feliz. Esa misma noche, bajo la oscuridad, volaron los ángeles sangrientos, tomando otra ruta, una más peligrosa, que los llevó al sur, pues no querían poner pie en la tierra de Figium. Tomando el camino de lo que en el futuro sería Rinavel, los Ángeles fueron imparables. La furia que los llevaba era de míticas proporciones, y fue en este camino que la belleza y determinación de Sangüinius se mostró de nuevo. Con la mente en claro, y arrepentido del asesinato de Ëarendil, el primer nacido peleó con el honor y la calma de antaño, cautivando profundamente a los enviados de Khorne.
  Los Nueve, que ahora eran Siete, por la pérdida de Von Ferdinand y Dun, fueron visitados una última vez antes de que Sangüinius parta a su batalla final. Se dice que para entonces, desde la Biblioteca Negra, Shpear, Röth y Steiner observaron desde los cielos. Darhya mantuvo el sur, Strähd el Oeste, Baal el Este y Dengu el Norte, formando un enorme perímetro alrededor del duelo que estaba por ocurrirse.   Muchos se preguntan por detalles de aquel encuentro. ¿Cuál era el plan del Primarca? ¿Qué deseaba hacer con el Príncipe de la Barbarie? Se dice que mismo sus caballeros no tuvieron respuesta. Sus diseños se mantuvieron un misterio, y asolaron a los Nueve por años y años. Fue justo antes de que Sangüinius parta a su fin que visitó a cada uno de sus caballeros, dejándoles a cuidar lo que años más tarde llamaríamos los Frutos del Emperador. Juntos, se dice, crearían el Santo Grial, la Reliquia del Emperador, de donde se dice Tyr sacó sus poderes.   Es lógico que el grial haya pasado a su hijo mayor, pero con toda la disrupción que hasta entonces había creado Sangüinius, es llamativo que aún estuviese en su posesión, tan tarde en la cruzada. Nunca sabremos exactamente por qué entregó los frutos a sus siete compañeros, en vez de utilizar aquel poder para vencer a Kallemtur, ni por qué les prohibió interferir en la batalla, pues desde la Biblioteca Negra, Shpear, Röth y Steiner podrían haber actuado.   Para los demás, cada uno estaba preocupado de su batalla. Darhya sacrificó todo para mantener su posición, Strähd, murió sobre una montaña de cadáveres. Baal se ahogó en las aguas de Aiur, mientras que Dengu, para entonces el famoso Degurechaff Von Eqüis, murió frente al mismísimo Fulgrim.  
Pues sí, Fulgrim venía a llevarse a su hermano, pero la Orden de los Ángeles Sangrientos no lo iba a permitir hasta que acaben su cometido. Habiendo extirpado a los demonios del sur y de Rinavel, una casa noble de la Orden se mantuvo en Vhen (los Von Strahd), mientras que el resto avanzó por Equinox. Se supo entonces, que con suficiente sangre demoníaca, el mismísimo Khorne se presentaría en las costas. Así, Sangüinius conoció su objetivo, pues debía no solo librar al mundo de aquel monstruo, sino también librarse a él mismo y a toda su estírpe de la Furia Negra.   Cuando Fulgrim se apareció en el paso del Tridente, lo esperaba Degurechaff Von Equis. Él y Zarovich von Strahd, que se había mantenido en Vhen, eran los más poderosos de los Ángeles Sangrientos, y como tales, habían evitado la Furia Negra por mucho tiempo. Sin embargo, Degurechaff comprendió que esta era su última batalla, y se abalanzó sin premonición frente al primarca, contra el que pudo luchar durante casi doce horas seguidas. Fulgrim lo abatió tres veces al suelo, no queriendo acabar con un soldado tan poderoso, pero Degurechaff tres veces se levantó, y no le permitió avanzar para buscar a su maestro.
  Se dice que al momento de la muerte de Sangüinius, Degurechaff fue traído de vuelta. En un instante, como un látigo. Regresó del otro lado, ahora no-muerto, testigo del fin de su primarca. Durante el duelo, en la Biblioteca Negra, hubo una batalla entre los tres caballeros de sangre restantes. Tanto Shpear como Steiner deseaban utilizar la fuerza de su fortaleza para ayudar a su primarca, pero Röth lo impidió. Ellos eran ingenieros, científicos, arquitectos; no guerreros.   Lucian Von Röth, padre de Lucille, había muerto en las primeras batallas de Cadia, hacía ya más de dos décadas. Desde entonces, y durante el viaje, fue Lucille quien tomó su lugar como caballera de sangre. La jóven elfa tuvo un pensar muy estricto, moldeado por el de su padre, que la había forjado como una guerrera perfecta. Nunca había realmente controlado su inmenso poder, ya que nunca antes debió contenerse. Aquello llevó a una tragedia que para siempre mancharía los pasillos de la Biblioteca Negra.   No solo Röth venció a sus compañeros, que por su lado eran formidables hechiceros, sino que en la batalla, mató a Shpear, de forma terrible, y con su muerte, la Biblioteca Negra nunca más se movería. Para cuando Steiner pudo levantarse, la batalla había terminado, y Röth lloraba sobre el cadáver de su compañero. Juntos, los dos decidieron dejar el Fruto del Emperador destinado a Shpear en la mísma Biblioteca, así el espíritu del arquitecto, mediante su obra maestra, podría cumplir su deber, como siempre quiso.   Se dice que Röth salió de la Batalla de la Marea Roja terriblemente angustiada, y que abandonó Equinox por miedo a la retaliación de Degurechaff. A penas regresó al Cónclave, la pena la consumió, y entregó su Fruto del Emperador al Rey de Amarillo, para que este lo utilizara en su infinita labor. El Núcleo, entonces, serviría al Vingilot, aquel barco construído por el mismísimo Eärendil. Es curioso, pues había sido Sangüinius quien terminó con la vida del gran marinero.   En la muerte, todo se perdona, sin embargo. Se dice incluso que hoy, un cometa rojo vuela junto a uno dorado, para siempre juntos. Parece que los héores encontraron paz más allá del velo. Los caballeros, sin embargo, no lo lograron.   Quedarse cuando otro partió.   Eso es a lo que Degurechaff tuvo que enfrentarse. Aquel que había hecho de su vida algo valioso, aquel que había construído su futuro, aquel que le había dado una razón de vivir más allá del Viejo Mundo.   Y para Baal...   Pues se dice que los demonios nunca mueren verdaderamente. Siempre regresan al abismo, donde son reconstruídos. Si es que logró reconstuirse y escapar al juicio de sus congéneres, nunca volvió al plano material. Su pena fue demasiado grande. Aquel fruto, en cambio, quedó en lo profundo del mar de Aiur. Años más tarde, fue Leana Velenor de la Orden Exalta quien encontraría aquella reliquia, meses antes del colapso de la Orden y el nacer de la Inquisición.   Los caballeros de sangre nunca se recuperaron. Silvar Dun fue expulsado de los Altos Señores de Cadia y luego desapareció; Ferdinand fue devorado por el Leviatán. Los Siete que guardaron frutos ya no guardan nada. Von Eqüis accedió a entregar su fruto a Von Strähd, ya que detestaba su brillo constante. Los recuerdos eran demasiado dolorosos. Algunos frutos fueron perdidos, como el de Steiner luego del colapso de su mansión, o el de Baal. Algunos encontraron nuevos protectores, como el Vingilot de Eärendil o la hija de Zarovich, Mirrha, que posee dos.   Ollyana Merthal, de descendencia Damphnir y probable relación estrecha con Baal, tomó el asiento de Zhara, que esconde la Biblioteca Negra, para proteger el fruto. Casualmente, a la hora del reciente "Juicio del Siglo", el fruto encontrado por Leana terminó también en manos de Ollyana, por lo que poco a poco, los poderes se concentran.   Y de los frutos perdidos, como el de Steiner y el de Dharya después de su desaparición, terminaron en manos de un viajero misterioso. Un hombre particular, de armadura dorada y mente abusada. Dante, el Matadragones, asesino de Ámbar y elegido de Vesper ahora también carga dos frutos.   Con esto, por primera vez en cien años, el grial está cerca de ser confluído nuevamente. Hay una razón por la que Sangüinius los entregó por separado. Hay un porqué para su petición, y quizá incluso un atestamiento a su silencio incluso frente a sus camaradas más cercanos. Los frutos, aquellas esferas de poder, que tanto interés despiertan, que tanto poder cargan, y que al mismo tiempo, tanto poder prometen; quizá nunca más deberían ser reunídas.   Pero aquello ya no es trabajo de los Nueve. Ellos dieron sus vidas, y en algunos casos, incluso sus muertes por Sangüinius, y aún así, no pudieron evitar el fin. No es coincidencia que los frutos parezcan manguales, pues así los sintieron sus protectores. Atados a la tierra, cuando otro partió.   Por lo menos, Eärendil y Sangüinius hicieron las paces en el más allá. Los Nueve nunca le volvieron a ver.  
Se cuenta la leyenda, también, del Cuervo Carmesí; una parodia de la bandera de la familia Equis, un cuervo con una corona, el monstruo surgiría todos los meses del mar donde Sangüinius murió para buscar venganza. Algunas versiones lo toman como un eco del Demonio Khorne, pero otras, aún más crueles, lo toman como un fantasma de Sangüinius, vuelto loco y buscando siempre la sangre que derramó.
  Y con aquellos objetos de gran poder, los Frutos del Emperador, ¿qué hicieron los caballeros?   Se consideran estas esferas un verdadero enigma. Está claro que conllevan gran poder divino, predicado en la luz del mismísimo Tyr en su Trono Dorado, y que un paladín puede canalizar una cantidad substancial de energía a través de ellos. Han habído casos de algunos individuos que lograron manifestar la escencia de su fe a partir de estos frutos.   ¿Qué son en verdad? Solo Sangüinius sabía. Los entregó años antes de la muerte del Emperador, por lo que aquel rumor de que son siete partes de Tyr es demostrablemente falso. Otra teoría habla de que son partes de Sangüinius, quizá, pero aquello pierde validez en cuanto se piensa sobre el gran poder que llevan estos objetos. ¿Por qué daría partes de sí justo antes de la batalla más importante de su vida?   La naturaleza de los frutos es incierta. Una teoría propuesta por el mismo Steiner, quien más estudió el Fruto del Emperador que le fue otorgado, es la de los Siete Soportes de Sangüinius, o aquellos seres sobrenaturales que le ayudaron en su camino. Tenemos a los tres ángeles, Abel, Sif y Tiamat; pero también tenemos a los héroes de las estrellas, los dioses de los Valkyrae, que favorecieron a Sangüinius con el nombre Heracles; Lokken, Igmar, Hätur y Fenrir.   Esta teoría pierde validez cuando uno piensa en los muchos más dioses que de alguna u otra manera bendicieron al primarca, como Bishamonten la Guerrera, Orväliath el Cazador, y, aunque cueste admitirlo, Caín Corona de Fuego.   Los frutos en sí están numerados, pero no son verdaderamente únicos. Son esferas de contención alrededor de un pequeño cáliz dorado, creando así un orbe metálico que no pesa más que una mochila. Cada fruto posee un numeral primordial, del I al VII, pero ninguna otra característica llamativa. Steiner creyó por mucho tiempo que había un orden, una razón, pero la única diferencia es un incremento muy leve de poder en cada uno mientras más cerca del VII se encuentran.   Eran de gran importancia, seguro, pero eso no impidió que los caballeros los deshechen. Ninguno quería guardarlos para siempre, un recuerdo de lo mucho que amaban a su primarca, y lo poco que este confiaba en ellos para nunca haberles dicho su propósito a la hora de esa útlima batalla. Los frutos fueron como pesas, que llevó a cada cual a abandonarlos.   Degurechaff Von Eqüis entregó el suyo a Mirrha Von Strähd, hija de Zarovich y nueva Caballera de Sangre. Sería la única caballera que nunca sirvió bajo Sangüinius. Von Röth dejó el suyo con el Rey de Amarillo, que lo usó para hacer funcionar el milenario Vingilot. El de Shpear quedó en su mayor creación, la Biblioteca Negra. En cuanto a Baal, no se sabe si lo perdió al ahogarse en los mares de Aiur, o si se ahogó intentando recuperarlo. De cualquier manera, como nunca volvió al plano material, aquel fruto quedó en las profundidades del océano.   Steiner perdió el suyo recientemente. Coincide con su misteriosa desaparición, y el terremoto que destruyó su mansión en la colina, allí por el pueblo de Svalbard. Algunos dicen que todavía pueden ver a un hombre alto, enmascarado, caminar sobre el Lago Thordrim, en perpetua melancolía. Esto no son más que rumores.   El destino de Dharya fue simple. Usando la magia del Fruto, construyó una ilusión, una realidad para siempre atrapada en el tiempo, en la cual trajo de vuelta a su familia perdida. Aquel día, para siempre repitiéndose, era el último día en que Dharya se sintió feliz; fue el día anterior a la llegada de Sangüinius con el fruto. Desde entonces, no pudo hacer más que recordar un mejor tiempo, cuando todavía no había sacrificado tanto, cuando todavía no había pagado el precio de Velenor.   Por último, tenemos a la mismísima Dama de Hierro, Mirrha Von Strähd. Los caballeros, en general, no pelearon desde la cruzada. Incluso en las últimas batallas, decidieron no participar. La muerte de Sangüinius fue demasiado para ellos. Mirrha era diferente. Nunca conoció realmente a Sangüinius, solo compartió historias que su padre le contaba. Hasta la muerte de Zarovich, incluso, Mirrha se iba a dedicar a la política, no a la guerra, y ni siquiera estaba con él en sus últimos momentos, prefiriendo en cambio terminar sus estudios en la Universidad de Dertag.   Solo la muerte de su padre la hizo querer entrar en contacto con esta vida alternativa que él había llevado, pues Sangüinius era para Zarovich como un hijo; incluso, algunos dicen, el hijo que nunca tuvo. No es dificil pensar cuales eran los sentimientos de su única hija al respecto. Mismo si nunca tuvieron una gran relación, Mirrha hizo las paces con él al visitar su tumba, y al ver el Fruto del Emperador, tomó la tarea de guardarlo.   De esta manera, convenció a Von Eqüis de entregar el suyo, y se volvió la protectora de dos de estos artefactos incomprensibles. Durante mucho tiempo, fue la única en poseer un par, y nunca dejó de estudiarlos. Según lo que propuso, son como flores en realidad, mismo metálicas, que protegen el "capullo", es decir, el pequeño caliz al interior. Pueden abrirse, ya sea con inmensa presión, inmesurable poder, o un acto heróico que amerite el poder del Emperador.   Así, varios paladines se vieron acompañados del fruto en sus momentos más difíciles, como Isaias Abaluz a la hora de la Tragedia del Viajero Serpenteante, o como cuenta la canción de Gideon el Bardo; Lotu el Esperanzado. Según esta famosa poesía, un salvaje, un cazador de la tundra, se vio como sólo defensor de uno de estos Frutos frente a la insaciable avaricia de bandidos y villanos. Gracias a su sacrificio, Lotu el Esperanzado aseguró que aquel fruto no caiga en manos equivocadas.   Los Frutos del Emperador tienen algo parecido a una conciencia. No es muy desarrollada, pero desean, y pujan, y ponen ciertas expectativas sobre sus portadores. Quizá incluso parte de la melancolía de los Caballeros se debe a que tuvieron que proteger estos bizarros artefactos por más de un siglo. Algo, algo dentro de los frutos desea manifestarse en el mundo, como si fuese una canción, una profecía.   La mujer canta, y el réquiem se hace sonar. Dentro de estos orbes algo más allá de la comprensión común espera; quizá un futuro, quizá un pasado, quizá un círculo en el cual todos estamos inscriptos. Steiner y Mirrha son los únicos que lograron estudiar con suficiente detalle los frutos para conocer aquella canción. ¿Qué quería Sangüinius transmitir? ¿Sabía lo que estaba haciendo?  
Quién sabe qué ocurrirá cuando los Siete se junten en Uno. Quizá la canción continue, quizá se detenga. Solo Sangüinius, en su infinita sabiduría, tiene las respuestas. Y mismo si intentamos forzarlas, si intentamos buscarlas en lo más profundo de los frutos... encontraremos que el poder absoluto... corrompe absolutamente.
- Jedediah Steiner, Estudios sobre la Posibilidad de Otras Líneas Temporales

Por el Ángel, Por el Cuervo, Por el Loco y por el Ciervo. ¡A los Caídos!

¿Puedes prometérmelo, mortal? ¿Puedes prometerme una vida que valga la pena vivir? Tus palabras me duelen profundamente, pues quizá hay más que el deber y la muerte en esta triste historia. Creo en tí, pequeño Eredin. No me defraudes.
"Baal, el Damphnir que traicionó a su raza. Sus verdaderos diseños siempre serán un misterio, pero al morir Sangüinius, no volvió a ayudar al Imperio en su cruzada. Se dice que el Emperador mucho tiempo lloró la muerte de su primer hijo, pensando en qué podría haber hecho diferente. Quizá, si no pensaba mal de los Damphnir de Baal, en los Striga, en los Moria... podría haber confiado en Sangüinius como para mandarle ayuda, y no mandarle a buscar como si fuese un niño."
Founding Date
1380
Alternative Names
Los Siete, los Protectores del Grial
Training Level
Elite
Veterancy Level
Decorated/Honored
Demonym
Caballero/a
Ruling Organization
Location
Dengu, un pobre chico, bueno solo para la guerra, y enviado a morir, regresó a Cadia una sola vez luego de la muerte de Sangüinius. Cuando pisó su pueblo de nuevo, nadie creyó que era verdaderamente él. Pasó de ser un joven de gran energía, dispuesto a todo y capaz de cambiar el mundo, a una sombra, un viejo que pocas veces levantaba la mirada del suelo. No pasó mucho tiempo allí, sino que se tomó un momento para visitar la Isla de la Luna, y detenerse en el castillo de Briarlak nuevamente.   Algunos dicen que allí, donde aceptó la sangre de Baal, intentó acabar con su vida.  
"Es importante recordar a los caídos. Von Ferdinand también fue parte de los Nueve, y fue el segundo en perderse, luego de Silvar. Se dice que cuando Sangüinius entró en su segunda Furia Negra, fue Ferdinand que logró calmarlo, y cuando todo estaba perdido, levantó su pequeño martillo y peleó uno a uno contra el Leviatán. Se escribió una canción sobre sus heróicas acciones, que permitieron al primarca derrotar al semidios. Fue el primero de los Nueve en perder la vida."  
"El gran Zarovich, mentor de Sangüinius y de Dengu, era para todos los caballeros un padre. Viejo, incluso para un elfo, era el responsable de la Causa, y fue uno de los primeros en responder como al Emperador cuando este reunió a los siete reinos en el Imperio Tyraliano. Una lástima lo que ocurrió con él. Se dice que no perdió una sola batalla en toda su vida.   Incluso al morir, lo hizo con una sonrisa, pues había matado tantos demonios que los pantanos de Strähd para siempre se tornarían de colores extraños. De alguna manera, pudo escapar del dolor de ver a Sangüinius morir, pues en el momento en que el primarca fue derrotado, su corazón se detuvo."  
Oh, la bella dama de los Filos. Brillante sería su futuro, si tan solo nunca hubiese cruzado caminos con Sangüinius. ¡Qué trágica su vida, siempre defendiendo aquel condenado Fruto del Emperador! En su pequeño paraíso, alrededor de Attica, jugaba a las muñecas... pues como ecos, revivió en memorias a toda su familia, para que vivan en paz junto a ella, el día antes de la última visita de Heracles, como le decían al primarca.   Si tan solo pudiésemos pretender... pero nada puede durar para siempre, y las ambiciones de otros siempre vienen a buscar lo que uno más quiere. Fue Eric Ecthelion quien robó su fruto, y terminó con aquel Estancamiento. Velenor, el Alquimista, se llevó finalmente su paga.  
"El famoso Rey Exánime, o el Señor de Cadia que se volvió loco. Se dice de Silvar Dun que dejó su sanidad en aquel puerto del Dominio. Con sus propios ojos vio a Sangüinius matar a Earendil, tomado por la Furia, y cuando levantaron los barcos para partir, decidió quedarse atrás. No pasaron muchos años más hasta que fuese expulsado y excomunicado de los Altos Señores por sus prácticas necrománticas.   ¿Qué habrá pasado en su mente para tomar a esos esclavos, y desaparecer en la Tundra de Solstein, al tope del mundo? Algunos dicen que se enamoró de una mujer, rubia como el marinero, pero aún más bella. Alice, la hermana perdida, que solo volvería a ver la luz del día cuando el Rey de Amarillo, por petición de los mismos Señores de Cadia, llevó a la ruina a Silvar Dun y todos sus diseños."  
"La Señora del Combate. La Perla de la Guerra. Von Röth hoy en día es la segunda mujer más poderosa del Cónclave, detrás de su Reina Démeter. Su pensar táctico no tiene rival, su juicio es perfecto. Fue entrenada desde pequeña para ser líder. Sin embargo, para ella, siempre será una asesina.   Fue un accidente, en parte. Pero Lucille nunca se perdonaría. Su falta de control, su furia, sus defectos. Todo aquello llevó a la muerte de un hombre brillante, que podría haber traído maravillas al mundo. Shpear no la culparía, pero ella no se permitiría ser perdonada. Escapó de Equinox para nunca más volver, regresando a su lugar como Señora de Guerra en el Cónclave. Se dice que hasta el día de hoy, sus ojos siempre sangran."  
"Es una paralela bastante cruda con lo que ocurrió en los puertos del Dominio, y la muerte de Earendil. En ese entonces, Sangüinus tampoco quería matarlo, y también le privó al mundo de aquel héroe. La historia tiende a repetirse, casi como una rima. Quizá, fue incluso el karma lo que castigó a los seguidores del primarca. Tal como ocurrió con el Gran Marinero, también ocurrió con el Arquitecto.   Shpear siempre fue brillante, pero su Biblioteca Negra se volvió la fortaleza más poderosa de todo el Imperio. Una nave, una ciudad flotante, un arma. Lo era todo. Desde su muerte, sin embargo, nadie supo cómo hacer para que despegue nuevamente. Quizá, ya para siempre quedará inerte, cuidada por la Duquesa Ollyana Merthal, que llevó aquellos bellos pasillos a la decadencia."  
"Por último, Steiner, el Científico. Mucho no se puede decir de este Drow, que dejó su reino de Maedhros para volverse un caballero de sangre. Su objetivo, su meta final, siempre fue el bien. Trabajó incesantemente con grandes mentes como Gulliman Thessar, Omeluk Tharazane y el Trotamundos Tassadar para desarrollar importantes teorías, como sus estudios sobre el multiverso.   Se decía que Steiner estaba armando una máquina, una contrapción enorme que curaría cualquier mal. Un día, sinembargo, desapareció, y no mucho tiempo después, su mansión se desarmó bajo un extraño peso. Desde entonces, nadie volvió a verle. Aún así, una famosa canción de Gideon el Bardo cuenta sobre una terrible explosión, una batalla valerosa, y un héroe inesperado. Al día de hoy, cuando esta canción suena en las orillas del Thordrim, todavía puede verse un hombre alto, enmascarado, sobre las aguas de aquel apacible lago."  
Las Historias Fluyen y Confluyen,   Entramados entre ramas y armados, entre armas y dados, entre amos y ramos.   Una Última Mariposa, posada sobre un Último Otoño,   Dos Cometas Compañeros, uno Rojo, uno Blanco.   Dolor para siempre de las Hijas que nunca fueron,   Todas, fragmentos de Ella, fragmentos de Nadie.   Y el Regreso de aquellos que no están listos para Morir.   Es allí, en la tierra de Rin, que los pastos dorados se extienden.   En la lejanía, una luz mesmeriza toda mirada.   En el horizonte, una Ruina de Tecnología.   En el lago, un chico, ahogándose.   Pero nada de eso importa.   Nada de eso importa.   Nada importa.   "Rin, ¿estás ahí?"   Y la luz es Cegadora.

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