Delegado provincial de Equinox, es uno de los pocos hombres que peleó en la Gran Cruzada y vivió para contar la historia.
- Age
- 138
- Eyes
- Oscuros, quizá de un azul profundo debajo de la sangre que siempre los rodea.
- Hair
- Negro, aunque puede tornarse blanco, cualidad vampírica común.
- Skin Tone/Pigmentation
- Pálida, como la de cualquier mestizo. Su sangre mezclada también significa que puede estar bajo el sol sin combustionar.
La historia del Conde se traza al comienzo de la Gran Cruzada, y a la creción de los cuatro Primarcas, hijos del Emperador.
Todavía en Cadia, al año 1366, cuando Tyr se levantó de la tumba para guiar a su Imperio, los demonios habían destruído gran parte del mundo. El asalto inicial fue brutal, y pocos reinos sobrevivieron. Mientras el Cónclave y el Dominio peleaban para sobrevivir, Cadia, que hasta ese año había sido un continente dividido por guerras y rivalidades, parecía hundirse bajo la presión.
Los siete reinos que componían su totalidad estaban fragmentados y débiles. Dwindal, el más poderoso de estos países mendigos, donde la tumba de Tyr descanzaba debajo de la ciudad de Zephra; Vintas, el primer reino humano de antaño, que dejó su grandeza en el pasado; Ademre, el país de los magos, donde alguna vez la biblioteca de Imre se alzó orgullosa sobre las Tierras Antiguas; Velheim, la región del metal azul conocido como sierse, donde científicos y héroes moraban; Emon, la costa mercante de inmesurable historia; Xhorjas, las montañas de los ángeles, donde Olympus algúna vez conectaba la tierra mortal con los planos astrales; y, finalmente, las tierras libres de Virimil, la República de la Razón, donde los nobles eran caballeros y clérigos.
Todos estaban perdiendo. Los demonios eran demasiados, y el mundo era muy débil. Mismo si la aparición del Emperador ayudó en cierta capacidad, no era suficiente. Por esta razón, Tyr creó a sus cuatro primarcas, para ayudarle en su imposible tarea. Cada uno de ellos fue criado en uno de los reinos aliados, que en ese entonces eran Virimil, Emon y Velheim.
Para esta historia, es importante conocer a Sangüinius, primer nacido, que Tyr encomendó a los nobles de Virimil. Es extraño que haya entregado a su primogénito, pero haya decidido criar a su segundo nacido. Terminó ocurriendo que Sangüinius, en su esplendor y su gran poder innato, pasó sus primeros años de vida alrededor de los nobles caballerosos, que lo amaron. Con apenas dieciseis años, ya comandaba respeto entre las cortes más altas, y cuando comenzó la verdadera cruzada, cuando lo demonios fueron expulsados de las tierras sagradas de Cadia, allí fue cuando los nobles de Virimil le siguieron.
Mientras que las armadas de Cawl eran compuestas de los científicos y magos de Velheim, y las de Fulgrim de los astutos ladrones y asesinos de Emon, Sangüinius llevó consigo a caballeros sobre monturas doradas, y clérigos que lo alababan. Así, comienza, como uno puede esperar, la historia de Degurechaff Von Eqüis.
El futuro conde tenía la edad de Sangüinius cuando este comenzó a entrenar, y compartieron una amistosa rivalidad hasta sus adolescencias, donde, por virtud de empujarse a mejorar, Degurechaff se encontraba casi al nivel del mismo Primarca, siendo mucho más poderoso que cualquiera de sus compañeros. Claro, no podía verdaderamente competir, pues Sangüinius era un Primarca, diseñado genéticamente para volverse un arma del Emperador. Pero aún así, el Von Eqüis haría honor a su familia, y se volvería el segundo al mando de la armada de su amigo.
En su temprana adultez, cuando la Gran Cruzada comenzó, y el hermano de Sangüinius, Dorne, sucumbió frente al Príncipe de la Pestilencia, Degurechaff lo levantó del suelo. El primer nacido siempre se culparía por no haber podido salvar a su familia en aquella trágica batalla, y su duelo lo llevaría a chocar contra Fulgrim, el cuarto primarca. Cuando esto ocurrió, se dice que Degurechaff apoyó a su amigo hasta que Cawl el Poderoso detuvo la pelea entre los hermanos.
Von Eqüis y Sangüinius se encontraron transportados al medio del Dominio, donde tuvieron que pelear contra las fuerzas del nuevo Señor de Guerra, hasta encontrarse en los muelles dorados. Allí ocurrió la tragedia por la cual el Dominio recuerda a Sangüinius; el asesinato de Ëarendil, gaviota blanca, el Gran Marinero. Degurechaff estuvo presente en ese momento, lo vió con sus propios ojos. Aquella rabia. Aquella furia negra que Sangüinius no podía controlar. Aquella maldición que Nyx le había otorgado como defecto.
Fue al llegar al Nuevo Mundo que las fuerzas del primer nacído se separaron. El legendario Zarovich Von Strahd tomó el camino a lo que en un futuro sería Vhen, dejando la Orden Sangüinar para comprarle tiempo a los demás, pues una horda de demonios acababa de romper las defensas y se preparaba a flanquearles. Por esta razón, los Von Strahd no se volverían Ángeles Sangrientos, o Caballeros de Sangre, como les dirían más tarde.
Pues la Orden Sangüinar continuó su cruzada personal, avanzando por el camino que sería Rinavel y entrando en las tierras debajo de la cordillera. Allí, en incontables batallas, se revelaron los Dhamphir, vampiros de Kallemtur que deseaban traicionar al campo demoníaco. Algunos Moroi y Striga también se unirían a Sangüinius, pero fueron los Dhamphir quienes verdaderamente cambiaron la historia. La Furia Negra que consumía al primer nacido, como resultado de la maldición de Nyx, se había pasado a sus soldados, y quienes ya estaban tomados por ella debían ser sacrificados como perros, pues no podían funcionar alrededor de otros aliados.
Los Dhamphir enseñaron como detener la furia, y se mezclaron con los nobles de Virimil, así creando a los primeros Caballeros de Sangre. Fue Degurechaff Von Eqüis quien tomó de la sangre demoníaca, confiando en las palabras de su primarca y amigo, que aseguraba haber convencido a quienes por cualquier otra métrica eran enemigos. Sin hesitar siquiera, su cuerpo ya muy hábil se tornó casi perfecto, y se le entregó una armadura negra y una capa de plumas oscuras, junto con la fabulada espada de los Dhamphnir, la Chikage, o Sanguinaria.
Juntos, Degurechaff y Sangüinius eran imparables. Fue por sus éxitos que el mismo Príncipe Demoníaco Kallemtur se presentó en las aguas del Mar Sigmarino, desafiando al primer nacido a un combate singular. En la epopeya de Sangüinius, este momento es recordado con melancolía y fuerte tristeza, pues la decisión que tomó llevó a su muerte. El futuro Conde nunca se perdonaría.
Fulgrim, cuarto primarca, había dado la vuelta al continente de Aman, y buscaba reprimir a su hermano en nombre del Emperador; pues la Orden Sangüinar había desobedecido las órdenes de Tyr, y Sangüinius debía responder ante no solo la muerte de Ëarendil, sino la furia de Calgar, dios del mar, por matar al Gran Marinero.
El cuarto primarca venía a llevarse a su hermano mayor de vuelta a Cadia.
Cuando Fulgrim se apareció en el paso del Tridente, lo esperaba Degurechaff Von Equis. Él y Zarovich von Strahd, que se había mantenido en Vhen, eran los más poderosos de los Ángeles Sangrientos, y como tales, habían evitado la Furia Negra por mucho tiempo. Sin embargo, Degurechaff comprendió que esta era su última batalla, y se abalanzó sin premonición frente al primarca, contra el que pudo luchar durante casi doce horas seguidas. Fulgrim lo abatió tres veces al suelo, no queriendo acabar con un soldado tan poderoso, pero Degurechaff tres veces se levantó, y no le permitió avanzar para buscar a su maestro.
La orden al futuro conde era clara. Su amigo, su compañero de vida, su primarca le había pedido tiempo. Pues necesitaba vencer al Príncipe Demoníaco. Necesitaba destruirle, no solo por el mundo, sino por él mismo, ya que era Khorne quien había alguna vez introducido, mediante la magia de Nyx, aquella Furia Negra en la estírpe de la Orden Sangüinar. Aquello debía terminar. Debía ser el fin.
Degurechaff se despidió casi sin pensarlo dos veces, pues nunca había dudado de Sangüinius. Poco sabía él que nunca volvería a verlo vivo. Desde lejos, mientras el Von Eqüis montaba guardia, esperando a Fulgrim, se comenzaban a escuchar los golpes. La furia de Khorne era inmesurable. Y entonces, los cantos de Yerm el Bello llenaron el cielo, como un coro de paz y tranquilidad. Aquello tranquilizó a Degurechaff, pues sabía que Sangüinius no estaba solo.
El futuro conde compró tiempo. Su fuerza era inmesurable, y su mente había sido tomada por la Furia Negra. Estaba listo para morir, si aquello significaba que su primarca tendría suficiente tiempo. Sin embargo, cuando Fulgrim comprendió la urgencia, y con un golpe destrozó el cuerpo del noble, que cayó roto por las montañas de Aman.
Degurechaff era el mayor de los tenientes del primer nacido, y cuando finalmente la batalla entre Kallemtur, Yerm, Fulgrim y Sangüinius menguó, un rayo despertó al noble de la muerte. Se levantó herido, y caminó hasta las costas, esperando ver a su amigo. Solo pudo divisar la cara sangrienta y afligida de Fulgrim, que cargaba con el cuerpo del Ángel de la Sangre.
Nadie comprender verdaderamente lo que sintió Degurechaff en ese momento. La Orden Sangüinar veló por su primarca caído, y demonios lloraron; y el cielo se nubló; y Yerm el bello regresó con su padre. Las olas se tornaron carmesí durante la batalla. Los nobles que alguna vez fueron de Virimil ahora comprendieron que no podían seguir luchando. Los dhamphir que los acompañaban tampoco. Así, en furia, dolor, pena; se veló.
Se veló por el cuerpo del amado Sangüinius hasta el equinoccio del año. Y mientras Fulgrim continuaba la cruzada, un peso aún mayor se puso sobre sus hombros. La culpa, el sufrimiento, la melancolía de cada caballero de sangre, de cada miembro de la Orden Sanguinarem se posaba sobre él. Y el que más lloró fue Von Eqüis. Se alzó un castillo, se conformaron cortes, y los nobles que alguna vez fueron de Cadia ahora restaron allí, siempre y para siempre.
Al día de hoy el Conde Degurechaff Von Eqüis vela por su primarca caído. Equinox no solo toma su nombre del equinoccio del año, sino también de su fundador. De aquella forma, el conde vió al Imperio nacer, y, por la sangre de los Dhamphir, lo verá caer también.
Muchos dicen que nunca detuvo su duelo. Pues cómo superar una vida entera. Una vida robada. Un futuro en el cual los Primarcas no serían armas de guerra. Un futuro que solo Fulgrim llegó a vivir. De esta forma, extrañamente, el Conde no comparte ninguna relación con el Virrey. Uno podría pensar que estando los dos vivos, se hablarían por lo menos. Son únicos. Y comparten mucho más que un pasado. Juntos, pelearon. Juntos, cargan culpa. Pues al día de hoy se sienten responsables.
Todavía en Cadia, al año 1366, cuando Tyr se levantó de la tumba para guiar a su Imperio, los demonios habían destruído gran parte del mundo. El asalto inicial fue brutal, y pocos reinos sobrevivieron. Mientras el Cónclave y el Dominio peleaban para sobrevivir, Cadia, que hasta ese año había sido un continente dividido por guerras y rivalidades, parecía hundirse bajo la presión.
Los siete reinos que componían su totalidad estaban fragmentados y débiles. Dwindal, el más poderoso de estos países mendigos, donde la tumba de Tyr descanzaba debajo de la ciudad de Zephra; Vintas, el primer reino humano de antaño, que dejó su grandeza en el pasado; Ademre, el país de los magos, donde alguna vez la biblioteca de Imre se alzó orgullosa sobre las Tierras Antiguas; Velheim, la región del metal azul conocido como sierse, donde científicos y héroes moraban; Emon, la costa mercante de inmesurable historia; Xhorjas, las montañas de los ángeles, donde Olympus algúna vez conectaba la tierra mortal con los planos astrales; y, finalmente, las tierras libres de Virimil, la República de la Razón, donde los nobles eran caballeros y clérigos.
Todos estaban perdiendo. Los demonios eran demasiados, y el mundo era muy débil. Mismo si la aparición del Emperador ayudó en cierta capacidad, no era suficiente. Por esta razón, Tyr creó a sus cuatro primarcas, para ayudarle en su imposible tarea. Cada uno de ellos fue criado en uno de los reinos aliados, que en ese entonces eran Virimil, Emon y Velheim.
Para esta historia, es importante conocer a Sangüinius, primer nacido, que Tyr encomendó a los nobles de Virimil. Es extraño que haya entregado a su primogénito, pero haya decidido criar a su segundo nacido. Terminó ocurriendo que Sangüinius, en su esplendor y su gran poder innato, pasó sus primeros años de vida alrededor de los nobles caballerosos, que lo amaron. Con apenas dieciseis años, ya comandaba respeto entre las cortes más altas, y cuando comenzó la verdadera cruzada, cuando lo demonios fueron expulsados de las tierras sagradas de Cadia, allí fue cuando los nobles de Virimil le siguieron.
Mientras que las armadas de Cawl eran compuestas de los científicos y magos de Velheim, y las de Fulgrim de los astutos ladrones y asesinos de Emon, Sangüinius llevó consigo a caballeros sobre monturas doradas, y clérigos que lo alababan. Así, comienza, como uno puede esperar, la historia de Degurechaff Von Eqüis.
El futuro conde tenía la edad de Sangüinius cuando este comenzó a entrenar, y compartieron una amistosa rivalidad hasta sus adolescencias, donde, por virtud de empujarse a mejorar, Degurechaff se encontraba casi al nivel del mismo Primarca, siendo mucho más poderoso que cualquiera de sus compañeros. Claro, no podía verdaderamente competir, pues Sangüinius era un Primarca, diseñado genéticamente para volverse un arma del Emperador. Pero aún así, el Von Eqüis haría honor a su familia, y se volvería el segundo al mando de la armada de su amigo.
En su temprana adultez, cuando la Gran Cruzada comenzó, y el hermano de Sangüinius, Dorne, sucumbió frente al Príncipe de la Pestilencia, Degurechaff lo levantó del suelo. El primer nacido siempre se culparía por no haber podido salvar a su familia en aquella trágica batalla, y su duelo lo llevaría a chocar contra Fulgrim, el cuarto primarca. Cuando esto ocurrió, se dice que Degurechaff apoyó a su amigo hasta que Cawl el Poderoso detuvo la pelea entre los hermanos.
Von Eqüis y Sangüinius se encontraron transportados al medio del Dominio, donde tuvieron que pelear contra las fuerzas del nuevo Señor de Guerra, hasta encontrarse en los muelles dorados. Allí ocurrió la tragedia por la cual el Dominio recuerda a Sangüinius; el asesinato de Ëarendil, gaviota blanca, el Gran Marinero. Degurechaff estuvo presente en ese momento, lo vió con sus propios ojos. Aquella rabia. Aquella furia negra que Sangüinius no podía controlar. Aquella maldición que Nyx le había otorgado como defecto.
Fue al llegar al Nuevo Mundo que las fuerzas del primer nacído se separaron. El legendario Zarovich Von Strahd tomó el camino a lo que en un futuro sería Vhen, dejando la Orden Sangüinar para comprarle tiempo a los demás, pues una horda de demonios acababa de romper las defensas y se preparaba a flanquearles. Por esta razón, los Von Strahd no se volverían Ángeles Sangrientos, o Caballeros de Sangre, como les dirían más tarde.
Pues la Orden Sangüinar continuó su cruzada personal, avanzando por el camino que sería Rinavel y entrando en las tierras debajo de la cordillera. Allí, en incontables batallas, se revelaron los Dhamphir, vampiros de Kallemtur que deseaban traicionar al campo demoníaco. Algunos Moroi y Striga también se unirían a Sangüinius, pero fueron los Dhamphir quienes verdaderamente cambiaron la historia. La Furia Negra que consumía al primer nacido, como resultado de la maldición de Nyx, se había pasado a sus soldados, y quienes ya estaban tomados por ella debían ser sacrificados como perros, pues no podían funcionar alrededor de otros aliados.
Los Dhamphir enseñaron como detener la furia, y se mezclaron con los nobles de Virimil, así creando a los primeros Caballeros de Sangre. Fue Degurechaff Von Eqüis quien tomó de la sangre demoníaca, confiando en las palabras de su primarca y amigo, que aseguraba haber convencido a quienes por cualquier otra métrica eran enemigos. Sin hesitar siquiera, su cuerpo ya muy hábil se tornó casi perfecto, y se le entregó una armadura negra y una capa de plumas oscuras, junto con la fabulada espada de los Dhamphnir, la Chikage, o Sanguinaria.
Juntos, Degurechaff y Sangüinius eran imparables. Fue por sus éxitos que el mismo Príncipe Demoníaco Kallemtur se presentó en las aguas del Mar Sigmarino, desafiando al primer nacido a un combate singular. En la epopeya de Sangüinius, este momento es recordado con melancolía y fuerte tristeza, pues la decisión que tomó llevó a su muerte. El futuro Conde nunca se perdonaría.
Fulgrim, cuarto primarca, había dado la vuelta al continente de Aman, y buscaba reprimir a su hermano en nombre del Emperador; pues la Orden Sangüinar había desobedecido las órdenes de Tyr, y Sangüinius debía responder ante no solo la muerte de Ëarendil, sino la furia de Calgar, dios del mar, por matar al Gran Marinero.
El cuarto primarca venía a llevarse a su hermano mayor de vuelta a Cadia.
Cuando Fulgrim se apareció en el paso del Tridente, lo esperaba Degurechaff Von Equis. Él y Zarovich von Strahd, que se había mantenido en Vhen, eran los más poderosos de los Ángeles Sangrientos, y como tales, habían evitado la Furia Negra por mucho tiempo. Sin embargo, Degurechaff comprendió que esta era su última batalla, y se abalanzó sin premonición frente al primarca, contra el que pudo luchar durante casi doce horas seguidas. Fulgrim lo abatió tres veces al suelo, no queriendo acabar con un soldado tan poderoso, pero Degurechaff tres veces se levantó, y no le permitió avanzar para buscar a su maestro.
La orden al futuro conde era clara. Su amigo, su compañero de vida, su primarca le había pedido tiempo. Pues necesitaba vencer al Príncipe Demoníaco. Necesitaba destruirle, no solo por el mundo, sino por él mismo, ya que era Khorne quien había alguna vez introducido, mediante la magia de Nyx, aquella Furia Negra en la estírpe de la Orden Sangüinar. Aquello debía terminar. Debía ser el fin.
Degurechaff se despidió casi sin pensarlo dos veces, pues nunca había dudado de Sangüinius. Poco sabía él que nunca volvería a verlo vivo. Desde lejos, mientras el Von Eqüis montaba guardia, esperando a Fulgrim, se comenzaban a escuchar los golpes. La furia de Khorne era inmesurable. Y entonces, los cantos de Yerm el Bello llenaron el cielo, como un coro de paz y tranquilidad. Aquello tranquilizó a Degurechaff, pues sabía que Sangüinius no estaba solo.
El futuro conde compró tiempo. Su fuerza era inmesurable, y su mente había sido tomada por la Furia Negra. Estaba listo para morir, si aquello significaba que su primarca tendría suficiente tiempo. Sin embargo, cuando Fulgrim comprendió la urgencia, y con un golpe destrozó el cuerpo del noble, que cayó roto por las montañas de Aman.
Degurechaff era el mayor de los tenientes del primer nacido, y cuando finalmente la batalla entre Kallemtur, Yerm, Fulgrim y Sangüinius menguó, un rayo despertó al noble de la muerte. Se levantó herido, y caminó hasta las costas, esperando ver a su amigo. Solo pudo divisar la cara sangrienta y afligida de Fulgrim, que cargaba con el cuerpo del Ángel de la Sangre.
Nadie comprender verdaderamente lo que sintió Degurechaff en ese momento. La Orden Sangüinar veló por su primarca caído, y demonios lloraron; y el cielo se nubló; y Yerm el bello regresó con su padre. Las olas se tornaron carmesí durante la batalla. Los nobles que alguna vez fueron de Virimil ahora comprendieron que no podían seguir luchando. Los dhamphir que los acompañaban tampoco. Así, en furia, dolor, pena; se veló.
Se veló por el cuerpo del amado Sangüinius hasta el equinoccio del año. Y mientras Fulgrim continuaba la cruzada, un peso aún mayor se puso sobre sus hombros. La culpa, el sufrimiento, la melancolía de cada caballero de sangre, de cada miembro de la Orden Sanguinarem se posaba sobre él. Y el que más lloró fue Von Eqüis. Se alzó un castillo, se conformaron cortes, y los nobles que alguna vez fueron de Cadia ahora restaron allí, siempre y para siempre.
Al día de hoy el Conde Degurechaff Von Eqüis vela por su primarca caído. Equinox no solo toma su nombre del equinoccio del año, sino también de su fundador. De aquella forma, el conde vió al Imperio nacer, y, por la sangre de los Dhamphir, lo verá caer también.
Muchos dicen que nunca detuvo su duelo. Pues cómo superar una vida entera. Una vida robada. Un futuro en el cual los Primarcas no serían armas de guerra. Un futuro que solo Fulgrim llegó a vivir. De esta forma, extrañamente, el Conde no comparte ninguna relación con el Virrey. Uno podría pensar que estando los dos vivos, se hablarían por lo menos. Son únicos. Y comparten mucho más que un pasado. Juntos, pelearon. Juntos, cargan culpa. Pues al día de hoy se sienten responsables.
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