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La Batalla de la Marea Roja

El Lamento de Sangüinius

La Gran Cruzada del Sagrado Emperador quizá fue una victoria para el mundo, pero mismo si se ganó la guerra, todo tiene su precio. La victoria contra Abbadon fue pagada en la vida de tres primarcas, aquellos semidioses entre los humanos, de poder solo superado por el mismísimo Tyr, que también sucumbió contra el Dios de la Llama.   De todas las derrotas, sin embargo, ninguna fue más llorada por el mundo que la muerte de Sangüinius. El ángel de la batalla, el más querido de todos los primarcas, caído por la fuerza de Khorne, aquella bestia de barbarie.   Nacidos del Emperador mismo, por la habilidad del Santo Grial, cada primarca representaba una cualidad del gran Tyr. Legendario en la isla de Cadia tanto como en otras naciones, se valoraba su coraje, su astucia, su resistencia y su sabiduría. Estas cualidades inculcó en sus hijos, y el primer nacido de entre ellos fue Sangüinius, dotado del coraje que lo llevaría a su muerte.   Los primarcas fueron creados en su mayor madurez, y Sangüinius era el más bello de entre ellos. Cuando primero se lo presentó frente a los pueblos unidos de Cadia, una llama de esperanza bramó en el corazón de los fieles. Cada uno de estos semidioses tenía un Don, otorgado especialmente por Tyr, para mejor servir su brillante propósito. El de Sangüinius fueron sus inmaculadas alas blancas, signo del favor de Sif y del poder de Abel. Celestial, parecía un emisario de Celestia, o un heraldo de Elysium.   Tal era su belleza, que incluso muchos demonios se negaron a batallar contra él. Además de corajudo, Sangüinius siempre fue bondadoso, y nunca injusto. Por esta razón, se decía que los Tres Ángeles del Emperador se habían juntado en un solo Primarca, su magnificencia solo sobrepasada por Tyr, e incluso algunos discuten esto. No era un secreto que Sangüinius sería el próximo en tomar el Trono de Oro si su padre caía. Todos los sabían, todos lo comprendían, y el Primarca de Alas Blancas fue instruído desde su concepción como futuro Emperador.   En un principio, con la Resurección del Emperador, se logró purgar a muchos de los enemigos en Cadia, pero no fue hasta que los Cuatro Primarcas se presentaron en las batallas que las maldades de Nurgle y Khorne fueron expulsadas. Sin embargo, los demonios no se retirarían hasta el famoso sacrificio de Fënor Than'Drum, el Señor de Guerra del Dominio, lo que permitió a las fuerzas del Cónclave salvar al pueblo de Borealis.   Muchos olvidan que otro sacrificio tomó lugar antes del comienzo de la Gran Cruzada. Dorne, el Segundo Nacido, de gran carácter y mayor resistencia, se enfrentó uno a uno contra el Pestilente Nurgle. Sangüinius, Cawl y Fulgrim llegaron tarde, para ver como el puño de Dorne rompía el cráneo del príncipe, pero su enfermedad comenzaba a rebalsar al mundo. Fue por la habilidad de Fulgrim y Sangüinius que se protegió a Cawl lo suficiente para abrir un portal al más allá. Sin embargo, los demonios se acercaban, y los primarcas no podían contenerlos. Dorne comprendió la situación, y supo qué debía hacer.   Con fuerza incomparable, pues de entre los primarcas era quien mayor agarre poseía, el Primarca Amarillo miró una última vez a sus hermanos. Fulgrim, con su espada curva, se movía cual serpiente entre Balrogs, cortando a cada uno con un singular golpe. Cawl, concentrado en su hechizo, cantaba en antiguos idiomas, su voz tan poderosa que los Picos Helados bajo el mar devolvieron el eco. Por último, Sangüinius, que al abatir a un Gran Pestilente, se alzó; y cruzaron miradas, y el Ángel lo supo, y nada pudo hacer.   Pues vio como Dorne le sonreía, su mirada vieja y cansada. Fue Sangüinius el único que comprendió, y sin más se abalanzó hacia delante, intentando detener a su hermano. Pero Dorne era de todos el más grande, y su estatura solo se medía contra su fuerza. Con un empujón, repelió a Sangüinius, mientras que, con la otra mano, enterró a Nurgle dentro del portal. Las entrañas y las enfermedades le tenían bien agarrado, pero de esto nada pudo hacer, y lo sabía; y se adelantó, y sonrió por última vez.   "Protégelos, Sangüinius."   Eso dijo el Segundo Primarca antes de ser perdido para siempre en el abismo. Se dice que al ver esto, el primer nacido lloró, y su lamento detuvo todo combate, pues mismo los demonios no pudieron resistir tal desolación. Monstruos de todas las estirpes se detuvieron por un instante. Entonces, como la tormenta después de la calma, los ojos de Sangüinius se tornaron rojos; y sus lágrimas sangre, y sus alas carmesí. Su venganza fue terrible.   Desde entonces, se supo el defecto del Ángel. Pues cada Primarca, además de una Virtud, cargaba con un Pecado, ya que la magia de Nyx, princesa de la noche, interfirió en la creación de los hijos del Emperador. Dorne sufrió por su obsesión, Cawl por su codicia, y Fulgrim por su orgullo. Por mucho tiempo, no se supo con qué peso cargaba Sangüinius, ya que parecía perfecto en todo sentido. Fue en ese entonces que se reveló la Furia.   Se le comenzó a llamar, entre algunos, el Ángel Sangriento. Era lento para la ira, pero terrible en su rabia. Pocas veces se escribió sobre esta dimensión del heredero, pero quienes estuvieron en las batallas con él describían ver como al mismísimo Cain atravesar el campo de batalla. Muchos de entre ellos, incluso, se veían afectados por la furia, y tomaron lugar en la compañía de Sangüinius, la Orden Sangüinar.   Así fue como nació la Orden más poderosa que el Imperio jamás alla visto. Soldados entrenados por el mismo Ángel, sus cabellos dorados y sus ojos rojos. Vestidos de enormes armaduras carmesí, los Ángeles Sangrientos eran vindicadores, y persiguieron con mayor odio a los demonios. Fue así como el Príncipe de la Sangre, Khorne, puso su mirada de muerte en la Ordo Sangüinareum, que le traían tanto asesinato, tanta rabia, tanta sangre. Los designios de Nyx al infectar los genes de los primarcas, cual rosa negra, comenzaron a florecer.   Es entonces que nació la Furia Negra. Un estado de odio absoluto, de locura y masacre al cual todos los servidores de Sangüinius debían ser sujetos. Fue al ser incapaz de salvar a Dorne que el primer nacido entró por primera vez en esta Furia Negra, y solo por los poderes de Cawl y de Fulgrim se lo pudo subyugar. El Emperador mismo tuvo que abjurar su mente para que detenga su iracunda voluntad. Desde entonces, Sangüinius solo entró en la Furia Negra dos veces más, y una llevó a su muerte.   Solo el Ángel pudo salir de este terrible destino. Todos quienes se prestaron a seguirlo, y convertirse en parte de la Ordo Sangüinareum debían estar listos para la muerte, pues mientras más mataban, más la maldición de Khorne los poseía, y terminaban volviéndose monstruos peores que los demonios contra los que batallaban. Es por esta razón que la Orden, mismo al ser la más poderosa de todas, era la más reducida. Ser miembro significaba morir, pues pelear al lado del Ángel Sangriento atraía la Furia Negra. Cual perros rabiosos, los veteranos que habían sobrevivido más de cinco batallas y todavía no habían sucumbido eran considerados la Guardia Negra, y se los enviaba a misiones suicidas en nombre de su Primarca.   Así, cuando finalmente comenzó la Sagrada Cruzada, ya los hijos del Emperador eran tres, y la Orden de los Ángeles Sangrientos tenía sus días contados. Sin embargo, el Primer Nacido era aún el más amado, y nadie le reprochaba su mortal defecto, excepto Fulgrim. Fue él quien sugirió que Sangüinius no peleara en la cruzada, que se mantuviera en Cadia para proteger el continente. A eso, el primer nacido respondió con indignación, e incaracterístico despecho.   "¿Cómo osas, tú, hermano menor, el último nacido, comandarme a mí, que soy tu líder y tu superior? Calla, y agradece que estás viniendo con nosotros, tú, quien no pudo vencer a Ibkesh."   Entonces, en los muelles de Cadia, esperando a la flota del Emperador, Fulgrim, tomado por su terrible orgullo, maldijo el nombre de Sangüinius tres veces frente a las cuatro ordenes de la Eclisiarquía. Todos callaron, pues las barbaries de los dos primarcas nunca habían sido escuchadas. Sí, Fulgrim había perdido su primer duelo contra Ibkesh en Cadia, mientras que Sangüinius había expulsado a los Siete Señores de la Sangre, tenientes de Khorne; pero sería al final de la epopeya que Fulgrim derrotaría a Ibkesh, mientras que Sangüinius fracasaría contra su enemigo.   En aquellos muelles, llevados por sus defectos, los hermanos se abalanzaron el uno contra el otro, frente a Cawl, que con un hechizo místico, los teleportó al Cónclave y al Dominio, respectivamente. Esto fue otro error, pues quizá se evitó una batalla, pero Sangüinius, que había aparecido en medio del territorio del Dominio con toda su orden, tuvo que encontrar la forma de llegar al nuevo mundo solo. La flota del Emperador partió, y solo Cawl estaba con él, mientras que el Cónclave guió a Fulgrim en el barco Vilgilot. Fue de allí que el cuarto nacido desarrolló su relación tan profunda con los elfos, y particularmente, con la Reina Demeter.   Sangüinius, sin embargo, tuvo que tomar los muelles de Borealis, bajo las narices del nuevo Señor de Guerra, teniente de Fënor: Ulfast Drakebeard. Aquella ofensa no se tomó a la ligera, y mismo si los ángeles sangrientos partieron de Borealis sin muchas heridas, lo hicieron sobre barcos robados. En el combate, el primer nacido asesinó al Gran Marinero, Ëarendil, heraldo de Calgar y gran amigo de los Dwemer. Fue a causa de esto que en medio del Océano Infinito, se levantó el terrible Leviatán, por mandato de Calgar mismo, y Sangüinius entró en su segunda y terrible Furia Negra para derrotarle.   Pocos son los de la Orden Sangüinar que encontraron el nuevo mundo, y llegaron tarde, pues se encontraron primero con los cimientos de lo que sería Desembarco del Emperador. Fulgrim, que había arrivado antes que la flota imperial por la velocidad de Vilgilot, estableció Figium, mintras Cawl y Tyr desarrollaban Dwindalia. Por su mala conducta, y sus peores decisiones, fue el mismo Emperador quien castigó a Sangüinius, algo de lo que después se arrepentiría hasta el día de su muerte.   Sangüinius, mostrando haber sido imprudente y temperamental, le fue ordenado ser guardián de Dwindalia, y mantener a salvo con su orden de élite las nuevas ciudades del Imperio. El primer nacido nada dijo, y por un momento, Fulgrim estuvo feliz. Esa misma noche, bajo la oscuridad, volaron los ángeles sangrientos, tomando otra ruta, una más peligrosa, que los llevó al sur, pues no querían poner pie en la tierra de Figium.   Tomando el camino de lo que en el futuro sería Rinavel, los Ángeles fueron imparables. La furia que los llevaba era de míticas proporciones, y fue en este camino que la belleza y determinación de Sangüinius se mostró de nuevo. Con la mente en claro, y arrepentido del asesinato de Ëarendil, el primer nacido peleó con el honor y la calma de antaño, cautivando profundamente a los enviados de Khorne.   Se dice que muchos de las especies de demonios conocidos como Dhamphir, Moroi y Striga, hijos del gran Baphomet, se unieron a Sangüinius, y le fueron de gran lealtad. Solo estos demonios podían, al fin y al cabo, mantener la Furia Negra a raya, y les enseñaron a la Ordo Sangüinareum el arte de la Transfusión. Así, nacieron nuevos hemomantes, magos de la sangre, que no formaban parte del conocido Culto a Lolth.   Sangüinius llevaba consigo, en su Orden, a muchos de los grandes caballeros de Virimil, una de las provincias de Cadia, que en su momento fue una gran nación, más poderosa incluso que Dwindal en su época de gloria. Fueron estos nobles guerreros, muchos ya cerca de sucumbir ante la Furia Negra, que se entregaron a los demonios. Los Moroi y Striga funcionaron como soldados, bellos de cuerpo y alma, pero menores; mientras que los Dhamphir, más poderosos, se mezclaron con los nobles, así volviendo la Orden de los Ángeles Sangrientos en una brillante compañía.   Quizá estos demonios buscaron en un principio traicionar a Sangüinius, y el Emperador al aprender esto se horrorizó. Pero de todos los sirvientes del Ángel, ninguno fue más fiel que los Dhamphir. Con el Primer Nacido, encontraron un nuevo propósito, y mismo si se envió a Fulgrim a buscar a Sangüinius y llevarlo frente a Tyr, la orden nunca paró de luchar. Solo ellos pudieron desolar las fuerzas del abismo y expulsarlas del mundo. Uno de los altos tenientes de Sangüinius, el ahora presente Conde Degurechaff Von Equis, se mostró tan valeroso que tomó a su compañía y enfrentó al mismísimo Fulgrim, para ganarle tiempo a Sangüinius, y que este termine lo que había comenzado.   Pues sí, Fulgrim venía a llevarse a su hermano, pero la Orden de los Ángeles Sangrientos no lo iba a permitir hasta que acaben su cometido. Habiendo extirpado a los demonios del sur y de Rinavel, una casa noble de la Orden se mantuvo en Vhen (los Von Strahd), mientras que el resto avanzó por Equinox. Se supo entonces, que con suficiente sangre demoníaca, el mismísimo Khorne se presentaría en las costas. Así, Sangüinius conoció su objetivo, pues debía no solo librar al mundo de aquel monstruo, sino también librarse a él mismo y a toda su estírpe de la Furia Negra.   Cuando Fulgrim se apareció en el paso del Tridente, lo esperaba Degurechaff Von Equis. Él y Zarovich von Strahd, que se había mantenido en Vhen, eran los más poderosos de los Ángeles Sangrientos, y como tales, habían evitado la Furia Negra por mucho tiempo. Sin embargo, Degurechaff comprendió que esta era su última batalla, y se abalanzó sin premonición frente al primarca, contra el que pudo luchar durante casi doce horas seguidas. Fulgrim lo abatió tres veces al suelo, no queriendo acabar con un soldado tan poderoso, pero Degurechaff tres veces se levantó, y no le permitió avanzar para buscar a su maestro.   Fue así como, en la batalla de las Costas Sangrientas, apareció Khorne. El Primer Nacido, que comprendió mucho había tomado del Príncipe Demonio, fue a su encuentro, cual duelo honorable, en medio del Mar Sigmarino (llamado así por la muerte del primarca). Su propósito se había cumplido; el príncipe de la barbarie allí se encontraba, y con alas negras, y un hacha hambrienta, y un solo ojo lleno de odio... Baphomet habló.   "Oh, gran Primarca. Luz traes, pero también oscuridad. Te respeto con grandeza, pues no le temes a la sangre y la muerte, y haces lo que debes para traerle gloria a tu imperio."   A esto, Sangünius respondió:   "Calla, criatura de la oscuridad. No quiero tu respeto, y no hables del Imperio de mi Padre como si fuese mío; pues no lo es, y sospecho nunca lo será."   El monstruo sonrió, con gran cólera y felicidad, enormes dientes surgieron de su boca, y sus cuernos crecieron sin detenerse. Alas enormes taparon el sol, y las aguas se tornaron turbias. El hacha se tornó doble, y las piernas llenas de sangre lo elevaron al cielo. Sangüinius respondió al desafío, y voló con sus alas inmaculadas, cargando su mítica espada, bendecída por el mismo Cain, del cual hoy nadie habla. Por última vez habló el demonio, antes de la batalla.   "¡Eres cual hijo para mí, Sangüinius! ¡Naciste de mi ira, de mi odio! Contra incontables héroes he batallado a lo largo de mi vida, uno más poderoso que el otro. Solo ellos me derrotaron, pero nunca me vencieron. Bajo el nombre Bane luché contra Paelor y Asmodeus, en la Guerra Arcana. Bajo el nombre Gothmog luché contra el antiguo Ecthelion, que me abatió con su majestuosa espada. Bajo el nombre Khorne, batallé contra Xoth y Mystra, y asesiné a una diosa. Bajo el nombre Baphomet, luché contra Zariel y los Héroes del Uroboros, y por mis manos maté al pariente de mis antiguos enemigo. ¡Ahora frente a tí me presento, Héroe! Pues a tantos he matado que me olvido a mí mismo. ¡Dame una batalla que valga su nombre! Y bajo uno nuevo nos enfrentamos. ¡Soy Kallemtur, el Enemigo! ¡Lucha contra mí, y muestra tu valor!"   Y a eso, Sangüinius respondió, de todo corazón y con los ojos llenos de ira:   "Pues que así sea, honorable monstruo. ¿Kallemtur, te haces llamar? Que se grabe este duelo en la historia; hoy, seré yo quien tome el legado de los antiguos héroes. Y por Abel, Cain y Tiamat, vengaré a Ioun, a Zariel y a todo quien alguna vez contra tí sucumbió. ¡Pagarás por tus crímenes! ¡Serás víctima de mi furia!"   "La venganza no es el camino de un ángel, Sangüinius" susurró la criatura, una enorme sonrisa en su macabra cara.   "No soy un ángel."   Y así, comenzó la batalla. Alas rojas contra alas negras, sangre con sangre. Se dice que bajo el sol del mediodía, brillaba el Primer Nacido con la luz de los santos. Elevado de Sif, acompañado de Tiamat y con el coraje de Abel, luchó sin piedad, cual espíritu de Cain. Sus golpes se escucharon hasta en el cielo, y el Emperador, luchando contra Tzeench e Ibkesh, supo que su hijo era un héroe. Fulgrim, que aún no vencía a Degurechaff para que este le deje pasar, comprendió la urgencia, y con un golpe destrozó el cuerpo del noble, que cayó roto por las montañas de Aman.   Fulgrim se presentó frente a las mareas rojas de la costa, y vio en la lejanía, por sobre el mar, una batalla que nunca podría igualar, y supo que llegó tarde; y Degurechaff, con su último suspiro, sonrió, porque había logrado detener a un primarca. Allí, en la arena, Fulgrim solo pudo observar, como tantos héroes brillaban con su hermano. Envuelto de fuego y rabia, parecía Zariel mismo, cargando la estrella del amanecer, y el cielo se partió; y el poder de Sif le cegó, y la Voluntad de Loken se hizo, y Abel mismo tronaba en el cielo junto a Sangüinius.   Pero nada podía contra el Enemigo. Aquel espíritu primordial que tantas veces la guerra alzó. Aquel espíritu que nadie pudo verdaderamente vencer. Siempre se levanta. Siempre gana, incluso en la derrota. Bane destruyó el paraíso del mundo. Gothmog mató a incontables héroes Ylm. Khorne abatió dioses. Ahora, Kallemtur venía a quemar el imperio.   No se puede derrotar al Dios de la Batalla.   La sangre comenzó a vertirse en el agua. Y la voz de Sangüinius comenzó a menguar. Y los cantos de guerra de los Balrogs se volvieron más fuertes. Y el viento aullaba. Fue entonces que el ángel supo. Solo con el poder del Enemigo podría derrotarle. El hacha de Kallemtur le partió el hombro, y se enterró profundo en su pecho. Por un momento, Fulgrim, soltó una lágrima. Fue entonces, súbitamente, la rabia lo que lo trajo de vuelta. Y, perdiéndose en su pecado, lo dejó todo. La marca de Khorne se formó a la fuerza en su cuello, transformándolo para siempre, y el espíritu imparable del primarca se alzó, perdido a la Furia Negra.   "¡Sí! ¡Déjalo todo en nombre de la masacre! ¡Que este momento sea tu apogeo de sangre, hijo!" vociferó el demonio, ahora luchando con más hambre e inalcanzable fuerza.   Si los golpes antes eran brillantes, ahora eran cegadores. Las islas del mar temblaron, y parte de Severen para siempre se hundió en el mar. Reverberaban en el aire, y ninguna criatura podía detener el duelo, mientras los dos monstruos se hacían más fuertes de la barbarie del otro. Pero esto solo beneficiaba a uno. Kallemtur reía y reía; nunca antes un héroe había caído tan profundo en su juego de sangre sin sucumbir ante la locura.   Pero los ángeles iban dejándo a Sangüinius. Sif se retiró, repulsada. Tiamat buscaba justicia; aquello no era más que odio y venganza. Los diseños de Loken no se parecían nada a aquel duelo. Fue entonces que su poder menguó, y el monstruo le abatió de un único golpe. El cuerpo de Sangüinius voló y en lo profundo del agua se hundió, roto, usado, vacío. Por un momento, sus alas desaparecieron.   Fue entonces que Fulgrim lloró, y las lágrimas del orgulloso tocaron el agua, y Calgar escuchó. Pero Sangüinius había matado a Ëarendil, y había vencido a Leviatán. El Dios del Mar no quería ayudarle. Fulgrim levantó la mirada, y solo pudo gritar. Por un instante, Sangüinius lo escuchó. Y la rabia se disipó, y la furia menguó. Y comprendió cuan lejos se había ido. Sintió gran pena por Ëarendil, pues era verdaderamente el más grande de todos los marineros. Sintió vergüenza por su escapada, por su ímpetu. Pero sintió paz.   Y mismo si Calgar no lo levantó del agua, fue Yerm, el Bello, Primero de los Han-Kami, hijo de Calgar, que se alzó de las profundidades en contra de su padre y de su hermano, Leviatán. Su corazón sintió la pena de Fulgrim, y rescató a Sangüinius. Mientras, el enorme Kallemtur se decepcionó, y ahora enorme, levantó su hacha del mar, y comenzó a marchar a la costa, en silencio. Frente a él, Fulgrim rechistó. Y tomando su espada curva, se preparó para morir.   Corriendo por el agua, en rabia y dolor, se lanzó sobre el Dios de la Sangre. Pero entre ellos, Sangüinius reapareció, de la mano de Yerm, sus alas rojas ahora blancas nuevamente, y su mirada la de Sif; y Abel; y Loken;y Cain; y también Sarasvati, pues solo su sabiduría, traída por Yerm, pudo limpiarle la mente. Allí, por encima del agua, pareció Bishamonten misma, cargado de hierro y victoria.   Juntos, fueron Yerm, Fulgrim y Sangüinius quienes dieron batalla al monstruo.   Pero Yerm cayó, luego Fulgrim fue expedido a la costa. Y por último, Sangüinius, inmaculado y brillante en hierro, cortó al primordial en dos de un corte diagonal. Kallemtur, por un instante pareció vencido; y entonces rugió la tormenta, y recordaron que cargaba los rayos, y la tempestad, y el magma, y la montaña misma. Pues pervertido dentro de Kallemtur rugía otro poder. Y el monsón se abatió contra el ángel.   Así, un único rayo mató al Primer Nacido.   Fulgrim, al ver esto, cayó profundo en lo que no debía. La Furia Negra brilló en sus ojos por única vez, y con un golpe de su guante de poder le rompió el cráneo al Enemigo; y procuró con su espada curva cortar a Kallemtur en cien pedazos, exparciéndolos de un grito por el multiverso, para que nunca más regrese. El cadáver de su hermano le cayó en las manos, y Yerm lloró, y solo eso pudo con la Furia Negra. En la lejanía, la estírpe de los Dhamphir sintió aquella muerte. Degurechaff Von Equis, el mayor de sus tenientes, despertó de la muerte, y Zarovich Von Strahd, luego de vencer a una multitud de demonios, tuvo un ataque al corazón.   Regresó Fulgrim a las costas rojas, solo. Ahora para siempre el agua allí sería carmesí. Y lloró, y quien lo vió sintió pena; nada pudo con la desolación del primarca. Yerm no lo acompañó, desapareciendo al fondo del mar, escapando la furia de su padre. Se alzó más tarde una tumba para el Ángel, que en sus últimos momentos se limpió de la maldad de Kallemtur. Mismo si él había logrado trascenderla, sin embargo, la Ordo Sangüinareum cargaría con la Furia Negra para siempre, evitando la batalla por miedo a caer en la locura que tomó a su primarca.   Así, los Nobles de Virimil, casi todos seguidores de la Orden, se mantuvieron en Equinox, llamado así por el vigilo de ellos hasta el equinoccio del año, mientras el Emperador continuaba su cruzada. Tyr siempre se lamentó de sus acciones y de la de sus hijos, y se dice que Fulgrim y Tyr nunca se volvieron a amar plenamente; pues para uno la culpa estaba en el otro, pero de esto nada decían.   La Batalla de las Costas Rojas, o la batalla de las lágrimas, como muchos la llaman, fue el conflicto más doloroso de la Gran Cruzada, y dividió al Imperio. Todavía Equinox se mantiene a raya, y se ha escuchado al Conde Degurechaff hablar abiertamente de como Fulgrim debería haber hecho más. De como dejó que Sangüinius muera.   La línea de los Strähd, mientras, aún defienden el lugar donde Zarovich cayó muerto, y recuerdan sus orígenes. Mismo si no son de la estírpe demoníaca que se instaló en la orden, eran los más grandes de los guerreros del Ángel Sangriento.   Y a Sangüinius se lo amó, y se lo lloró. Pues al mundo le fue arrebatado un gran héroe. Sin embargo, por el cielo se ve, de tanto en tanto, la estrella de Ëarendil, la punta de su barco en el más allá, pues su espíritu de marinero siempre fue grande; y junto a él, una estrella imaculada, cual cometa antiguo, no roja sino blanca.   Quizá, en el más allá, los dos héroes encontraron la paz.
El Primer Nacido será fuerte. Su coraje vendrá de Abel, su ímpetu de mí mismo. Cargará la fuerza de cien héroes, y aprenderá rápido, pues deberá en el futuro tomar mi lugar. El trono de oro lo hará resplandecer, y el cielo se doblará ante su grandeza; es mi obra maestra, el mayor de todos los Solar. Temo darle el Silmarillion, por miedo a caer de bruces encantado por mi propio hijo, que ya sin la luz de la gema es amado por todos.
"En los muelles de Borealis ocurrió una matanza,   El Dominio no olvida a los caídos.   Pero allí en el cielo le acompañan las mareas.   Quizá está todo perdonado.   Ëarendil, la gaviota blanca, fue de gran bondad en su vida."
  • Extractos de la Balada del Gran Marinero
  • Ëarendil fue en su época, el mejor marinero que Rel conoció. Fue él quien primero encontró la forma de seguir a los demonios, y creó una flota para lograrlo. Compartió libremente este conocimiento, por lo que Tyr y Demeter le siguieron.
    Su mirada era resplandeciente, y nadie podría jamás olvidarla. Se parecía a su padre, pero llevaba cabellos dorados como el sol. Quizá Sif misma fue quien le trajo a la vida, un héroe entre héroes. Paragón de su época, quienes lo recordamos solo podemos hundirnos en lo mundano que un mundo sin él se tornó. Habría hecho un increíble Emperador.
    Conflict Type
    Duel
    Battlefield Type
    Naval
    Start Date
    1400
    Conflict Result
    La muerte del Primer Nacido y la derrota de Kallemdur
    Location
    Fulgrim Tarsus, hijo cuarto del Emperador, llevaba consigo la insignia del tercer llegado, pues su Orden, los Guardianes de Tarsus, fueron la tercera en conformarse, luego de los Puños Imperiales y la Orden Exalta. Habrá sido la cuarta, pero la Orden Sangüinar fue la más poderosa. Fulgrim siguió a su hermano en sus pasos, hasta su muerte. Y quizá los dos peleaban más que los demás, y de los primarcas, eran los únicos que parecían hermanos. Pues Fulgrim también era hermoso, y lo dominaba el orgullo, mientras que Sangüinius era tentado por la furia. Solo al final lograron su reconciliación, los dos luchando contra Kallemtur, que para entonces, por la fuerza del primer nacido, ya era mucho más poderoso que Abbadon.

    Maps

    • Tyrath, el Nuevo Mundo
      Las tierras más allá del Océano Infinito, donde los demonios huyeron, mientras los grandes héroes del mundo los perseguían. El nuevo continente es vasto y está listo para ser domado; aquí es donde los desarrollos más importantes de la historia de Rel se llevarán a cabo.
    Primero volaron con furia, luchando por los cielos, y las nubes se tornaron rojas con la sangre de aquel duelo. Llovía carmesí sobre Degurechaff y Fulgrim, aún batallando; eso fue lo que alertó al cuarto nacido de la urgencia, y fue el fin de Degurechaff. Aquel demonio, un espíritu de odio, dominaba la tormenta, por lo que se le llamó el Tronador. Más fuerte que ninguno, solo la fuerza de todos los Ángeles del Emperador le hizo cara, y no para siempre.
    Luego cayeron profundo, y durante un tiempo lucharon bajo las aguas. El frío del mar no se comparaba con la temperatura de las llamas de Kallemtur, pues era dios del Magma, y su odio era tan caliente como el de Sangüinius, que el agua evitaba por su desencuentro con Ëarendil. Aún es ese momento, la Furia Negra todavía tomaba al primarca.
    Fue por Yerm que pudo Sangüinius elevarse nuevamente, la bondad del Han-Kami nunca olvidada, pero quizá de poco crédito hoy en día. Calgar nunca perdonó a su primer hijo, y hasta el día de hoy, nadie sabe dónde podría haber terminado el más bello de los Siete hijos del Mar.
    Y finalmente, tomado por la Furia Negra, fue Fulgrim quien asestó el último golpe. Nadie nunca lo vió así de nuevo. En un futuro, le entregaría el cadáver de su hermano a su padre, sin decir una sola palabra. Pues los únicos testigos del duelo fueron Yerm y Fulgrim, ninguna otra criatura suficientemente poderosa como para no morir al poner sus ojos frente a la belleza de Sangüinius y el odio de Kallemtur. Sería, para el final de la Gran Cruzada, al caer el mismísimo Tyr, que Fulgrim repetiría lo que hizo con su hermano, y su mirada hermosa se perdería un poco en el lamento. Hoy, en Cadia, pocos ven al Último Primarca. Una reliquia del pasado, un Semi-Dios. El Imperio avanza casi sin él, mismo si aún conversa con su padre, o con la carcasa de su padre, frente al trono.

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