Typhus el Venerable
Portador del Guardián
Conde Dalinar Garados Xadius (a.k.a. Typhus el Venerable)
Typhus no era verdaderamente su nombre, sino Dalinar.
La terrible enfermedad tifus había sido una de las plagas más destructivas de Nurgle, cargada por sus zombies, y transferida por contacto físico. Batallar contra estos demonios era destrucción mutualmente asegurada. Y así fue como Nurgle tomó sin problema la península de la tormenta, seguido por el canal plateado, y finalmente, desembarcó en Vintas, matando todo y haciéndolo renacer, podrido e inmundo.
Muchos creen que el demonio era dios de la muerte, ya que traía muerte, sin duda, pero en verdad no era el caso. Nurgle se saciaba del ciclo de la vida, no solo traía la muerte, sino también la vida, en su terrible y fatal forma. Las plantas que tocaba morían luego renacían de forma perversa, para morir segundos después, y renacer nuevamente. Todo se volvía simbiótico al tocar del pestilente, y mientras la tierra se pudría, crecían los árboles. Se dice que el dominio de Nurgle era eso; un enorme jardín, infinito en naturaleza, donde todo vivía de todo, en feliz harmonía, aunque sin duda brutal.
Cuentan los pocos registros de enormes montañas que se mueven, hechas de cadáveres y moho, en perpetua muerte y vida, cientos de seres estancados en ese estado liminal. Uno creería que esta vida fuese una tortura, pero todo individuo que cae en manos de Nurgle es librado de los males de la enfermedad, siempre y cuando acepte cargarla. "Los regalos del Abuelo" les llaman los corruptos a aquellas letales plagas. Venenos que pueden tornar un mar azul en un pantano oscuro. Virus que se trasladan de persona a persona por el mínimo toque. Bacterias capaces de reducir a un hombre a sus componentes químicos más elementales.
Y todo funciona en simbiosis. Pues una enfermedad no puede subsistir sin algo que afectar. Por ende, cada segundo de agonía, cada instante de dolor, cada momento de tortura se extiende hacia la eternidad. No aceptar la influencia de Nurgle significa sentirlo todo.
Por eso es tan increíble lo que lograron los Caballeros de Plata.
Un grupo de diez guerreros elegidos por el miso Dorne, Segundo Nacido de Tyr, para ser su guardia de Élite dentro de los Puños del Emperador. De pies a cabeza los protegía una armadura plateada y blanca, con algunos tintes de dorado para denotar rango, y cargaban enormes espadas de petricita, capaces de absorber magia como si fuese una esponja. Eran paladines del más alto orden, respetados por todas las divisiones de su Excelencia el Emperador, desde los Guardianes de Fulgrim hasta los Exaltados de Cawl.
No duraron mucho en la guerra, pues la caída de Dorne ocurrió antes de que las armadas se dirijan al nuevo mundo. No quita el hecho de que con gran voluntad decidieron acompañar al Primarca a limpiar de las tierras de Vintas la presencia del Pestilente.
Dalinar era uno de ellos. Uno de los más grandiosos, sin duda, pero también uno de los más reservados. Se dice que antes de unirse a los Caballeros había luchado para el enemigo, y que, de alguna manera, Dorne le convenció unirse a él en vez de derrotarlo. De esa forma, marchó junto a sus compañeros a la batalla final, donde el Pestilente estaba siendo acorralado por los Cuatro Primarcas.
Si tan solo hubiesen tenido algún tipo de aviso. Cuando el golpe de Dorne mató a Nurgle, todos se detuvieron para ver como su panza efervescente se movía. Estaba a punto de liberar las plagas más terribles del infierno, solamente contenidas en el mismísimo primordial. El Segundo Nacido llamó a sus Caballeros, y todos acudieron en un instante, como atraídos por un juramento más allá de lo posible. Tanto Cawl, como Sangüinius, como Fulgrim intentaron detener a su hermano, buscar otra solución, proteger al sabio Dorne y a sus guerreros. Mucho dice de los Caballeros de Plata que pudieron presentarse frente al primarca antes que sus mismísimos hermanos.
Hubo un instante de entendimiento entre los diez grandes soldados, y todos pusieron una mano sobre el cadáver, antes de que Dorne los transportara a todos al Abismo. La explosión no ocurrió en el plano material, por suerte, pero el mundo había perdido un héroe. Más que eso, había perdido a los Caballeros.
O eso se creía.
En las profundidades del abismo, Dorne y sus mejores guerreros sufrieron las insidiosas plagas de Nurgle. Se alzaron como individuos, con mente propia y voluntad destructiva. Intentaron escapar a los caballeros, destruir el mundo de los vivos. Cada uno de los guerreros tomó a una de ellas, engravándola en su alma, para que sólo uno lo sufra. Al acompañar a su primarca al infierno, ya consideraban su vida perdida.
Pero entonces, las enfermedades restaron. Se instalaron en los caballeros, felices como niños. Querían esto, querían la simbiosis que tanto les hacía falta. Siete días tardarían en asentarse, y Dorne tomó ese tiempo para, junto con sus caballeros, quemar el Jardín de Nurgle. Emplearon técnicas legendarias, pactos malditos, hicieron las paces con los demonios del Abismo y pidieron ayuda, pagando cualquier costo. Sólo así pudieron destruir el dominio del Pestilente a tiempo, antes de ser sometidos.
Dorne mismo había contraído la peor de todas, la misma eternidad de Nurgle como primordial; no era una enfermedad más que una fuerza de la naturaleza, y no pudo hacer otra cosa que aceptar su poder, aunque sea para contenerla. En su tierra desolada, destruida por su propia mano, creó un trono de huesos. Había nacido un Nuevo Dios del Caos, Orcus. Al retener la energía de Nurgle, su reino se volvió el de muerte, pero más particularmente, el de la vida en la muerte.
Y en el camino, perdió a siete caballeros.
Las enfermedades eran las siguientes. Cólyra, la roja. Typhus, la verde. Vírula, la naranja. Bronkea, la azul. Pest, la negra. Grepa, la blanca. Ravia, la púrpura. Sífil, la rosa. Leprya, la amarilla. Tétanas, la marrón. No sobrevivieron los más fuertes. No sobrevivieron los más heróicos. De los diez caballeros, sólo Dalinar, Eneva y Yharm pudieron aguantar los siete días. De Eneva se dice era la mejor caballera que el mundo había visto, capaz de vencer a un primarca en duelo. Hija de Rhinerya, se mostró como una de las más capaces durante los años de la Gran Cruzada.
En su poder y su capacidad, Eneva tomó cada una de las enfermedades mientras sus compañeros iban cayendo. Otros intentaron hacer lo mismo, pero murieron en el intento, como Hutharion el Imparable, que llegó a levantar tres enfermedades antes de sucumbir. Había cierta combinación, verán, que mataba sin falta.
Yharm, por su cuenta, era el menor de los Caballeros, y el menos heroico. Ninguno de los Caballeros de Plata era considerado poco heroico al fin y al cabo, pero este no cargaba consigo la misma solemnidad que los otros. Dalinar siempre intentó ser bueno con él, pero Eneva lo trató de inútil al ser incapaz de contener más que Grepa. Quizá por eso, quizá porque nunca se sintió capaz de llenar aquella armadura, pero encontró la manera, haciendo un trato con el terrible Ibkesh, de escapar de su deber, dejar atrás a Grepa y entregársela a Eneva. Yharm partió del Abismo, y regresó con los vivos, donde proclamó la historia de los Caballeros de Plata como una de héroes muertos, y fue recompensado con el Condado de Yharm, que controlaba la provincia de Callidus.
En cuanto a Dalinar, él ya había vivido una vida previa a esta. Él había muerto, había perdido a su hermano y a todo su pueblo, y aún así logró levantarse de nuevo. Su determinación, al fin y al cabo, fue mayor que la de todos los demás. Mientras que Eneva tomaba plaga tras plaga, Dalinar se fue en una gran ventura, con permiso de su señor Dorne, ahora Orcus. Descendió hasta lo más profundo del Uroboros, y encontró allí una armadura perdida, un traje capaz de contener todo dentro de sí, capaz de encerrar en él el dolor de las plagas.
Regresó con gran dificultad, en su mano una terrible y nueva arma, que más tarde dijo fue el precio de llevarse la armadura. ¿El precio por llevarse algo era llevarse algo más? Nadie sabe qué encontró en las profundidades, y nunca lo habló, pero cuando arribó nuevamente al reino de su maestro, encontró a Eneva destrozada, estirada por las nueve enfermedades que había logrado mantener a raya mientras Dalinar terminaba su viaje.
Con un suave toque, le acarició la mejilla, o lo que quedaba de aquello bajo las mil enfermedades que cargaba. Eneva no pudo mirarle a los ojos, pues no tenía más ojos, hace mucho tiempo estaba sufriendo en silencio. Dalinar simplemente la abrazó, la reliquia de la calamidad que había encontrado en lo profundo puesta por encima de su armadura plateada, y lloró con ella, porque ella no podía llorar.
Si Eneva hubiese tenido boca, si hubiese tenido labios, si hubiese tenido siquiera voz, le hubiese dicho que no se preocupara. Ella había tomado aquel peso con gran voluntad, y desde el momento en que descendieron al infierno, supo que su destino había sido sellado. Las nueve enfermedades dentro suyo buscaban escapar, pero nada podría con su férrea voluntad. Muda, ciega, sorda, a penas pudo mover su cuello para sentir el toque de su amigo.
Inspirando, Dalinar las tomó todas. Todas y cada una. Se vieron atrapadas dentro de la armadura, selladas en los varios escritos mágicos y confinadas al caballero. Desde ese momento nunca más permitiría que su nombre se manche con su carga. Sería para siempre Typhus, el Venerable. Resistió la influencia asesina de las enfermedades, y despojó a Eneva de su peso. Su alma, lo único que restaba de ella, sonrió. Esa fue la última batalla de Eneva, Hija de la Noche.
Cuando Typhus cree que el peso es demasiado grande, cuando piensa que no puede dar otro paso, entonces recuerda a su amiga. Su querida, audaz, poderosa y honorable amiga. Tardó muchos años en regresar al plano material. Cuando lo hizo, enviado del mismísimo Orcus, visitó primero que todo a su viejo compañero.
Ahora, el Conde Typhus Yharm es quien, con mucho cuidado, lidera la provincia de Callidus. Su poder, su fuerza, el siempre dirá que no es más que su herencia. Dirá que viene de su hermano, de su maestro, de su primarca, de su amiga.
Nunca lo verás decir que quizá, sólo quizá, el también es increíble.

De los Puños Imperiales y la Ordo Imperatum, Typhus es uno de los 10 caballeros de Dorne, conocidos como el Estandarte de Plata, que siguieron a su primarca a las fauces del abismo, donde lucharon y erradicaron los reinos de Nurgle.
View Character ProfileLa marca de un verdadero héroe no son sus logros, sino sus fracasos. ¿A caso, a pesar de las derrotas, se ha desmoronado? ¿A caso se ha rendido frente a sus percances? No. Más allá de los tropezones, . Cuando todos crean que no puedes más, muéstrales. Muéstrales lo que es tener esperanza.
Divine Classification
Heraldo de Orcus
Age
Por lo menos 150 años, ya que nació previo a la Decimotercera incursión.
Children
Sex
Male
Eyes
Debajo del Casco nada puede verse, pero Dalinar alguna vez tuvo ojos azules.
Hair
Alguna vez fue una hermosa melena rubia.
Height
365 cm
Weight
964 kg
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