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Nalash, La Primera Catástrofe

Primera Parte

Quienes saben de su nombre a penas lo susurran.   Ni siquiera se atreven a decirlo en su verdadera forma, sino que usan un sustituto. Las palabras tienen poder, más aún los nombres. Nalash se traduce como "la nada" en el antiguo idioma de los Deva. Su parte en la historia fue olvidada, todos sus templos destruidos por una unión única de Primordiales, Xildur y Deva, pues nunca hubo una catástrofe tal como la Infinidad misma.   Para comprender lo poco que se sabe de él, uno debe primero conocer la historia de la Era de Adra.   Hubo una época en la que el mundo era uno, alzándose más allá del horizonte. Las montañas crecían sin quién las detenga, los mares descendían hasta las raíces del mundo. Apocrypha, Elysium y Rel eran uno; Adra, el mundo completo en sus dimensiones infinitas. Los planos no eran más que afijos al gran corazón del universo, y se podía marchar desde la estrella más lejana en las alturas del Monte Celestia hasta las cuevas más profundas de la montaña invertida en el cadáver de Atlas.   No todos los Xildur habían nacido aún, y los secretos de la Divinidad eran guardados por unos pocos. Bahamut aún rondaba perdido por los bordes de las Serpientes, Asmodeus y Paelor entrenaban para su papel en el Coro de la Creación, y los futuros Príncipes Demoníacos no eran más que Primordiales en duelo por la muerte de su padre. Pocos miles de años habían sido desde la caída de Atlas, y muchos intentaban encontrar su propósito en un mundo cambiante.   De entre ellos, los Deva, bellos y poderosos, fueron los primeros en caminar por Adra como seres libres. No habían sido engendrados por los designios de las Serpientes, como los Xildur, ni se habían formado de los fractales de Atlas, como los Primordiales. Eran una nueva forma de existencia, una demostración de la capacidad de Adra de generar vida.   Tanto los Xildur como los Primordiales se sintieron en un principio amenazados, ya que los Deva nacieron con poderes que ellos tuvieron que cultivar durante miles de años hasta entonces. Sin embargo, al pasar el tiempo, encontraron la forma de convivir con ellos. De entre los increíbles Deva nacieron los Reyes Bestia, siete grandes héroes de la época, que mediante sus grandes logros alzaron ciudades, imperios, incluso civilizaciones. Algunos se amistaron con los Xildur, otros con los Primordiales, y otros incluso con las primeras creaciones divinas, creando lazos irrompibles, que miles de años después aún perduran.   La Era Dorada de Adra se avino gracias a los Deva, que construyeron maravillas y conquistaron los lugares más recónditos del mundo único.   De entre ellos, sin embargo, ninguno fue más grande que el Primer Deva, padre del balance, Anubis el Imperecedero. El Dios-Jacal fue tan poderoso en su momento que ascendió como divinidad, junto con Vatha, Primordial del Espíritu, y Chronos, Xildur del Orden. Juntos, los tres crearon el Tiempo, para así permitirle a Adra girar, el día alzarse y la noche caer. Situaron la creación en una línea temporal, y todos comenzaron a sentir el peso de los años, pero también, el propósito que ello traía. Se les llamó los Perpetuos, las tres constantes del mundo.   Estos eran los tiempos de cooperación. Sagitario, el Itinerante, el séptimo en alzar su ciudad como Rey Bestia, y el más poderoso de entre ellos, forjó una inseparable amistad con Paelor, el Padre de los Cielos. Incluso tuvo su bendición para casarse con su hija menor, Melora, la Dama de Viridián. Orfeo, cuarto de los Reyes Bestia, escribió las poesías de mayor poder en la historia de Adra gracias a la ayuda de Ioun, Diosa del Conocimiento. Azferatu, el Héroe, y primer Rey Bestia en alzar su ciudad, forjó una entretenida rivalidad con el Dios de la Fuerza, Kallemtur, hijo de Asmodeus, y le ayudó a vencer a Bane en el Gran Torneo de Monte Celestia, para así ser reconocido como el ser más fuerte de todo Adra. Se dice que Bane nunca olvidaría esto, y más tarde, durante la Guerra Arcana, buscaría asesinar a Kallemtur primero, y lo habría conseguido, de no ser por el sacrificio de Kord, primer hijo de Paelor, que detuvo la lanza maldita de Bane a último momento.   La Guerra Arcana fue el fin de la inocencia. Los designios de Bane, de Bahamut y de los Primordiales llevaron a una batalla como ninguna otra, que duró miles y miles de años. Todos piensan en este conflicto como el principio del fin para el Panteón. Bane, Dios de la Guerra, se volvió el Villano más temido en toda la historia. Muchos aún se preguntan cómo podrían haber vivido tantos miles de años en paz aquellos tres pueblos, si al fin y al cabo todo llevó al fin de Adra, y con ello, al fin de las alianzas, de la paz, de compartir un mismo mundo.   La verdad es que las ocurrencias de Abbadon o las bromas de Örvaliath no eran considerados conflictos más que pequeñas inconveniencias. Incluso Bane, resentido con la lógica del mundo, o Bahamut, confundido por su quehacer, no tenían más que pequeños retoños de maldad en ellos. La paz era mucho más poderosa que el conflicto. Todos conocían el poder, el peligro del crepúsculo, la imposible restauración de la belleza pasada, el sacrificio de las Serpientes para formar el Uroboros. Todos los respetaban.   Quién sabe, quizá si Nalash nunca hubiese actuado, Bane y Bahamut podrían haber sido grandes héroes del Panteón, y no sus destructores. Las heridas de la Guerra Arcana se formaron sobre cicatrices pasadas, las verdaderas grietas en el paraíso de Adra comenzaron a crecer por las acciones de un solo ser, que anhelaba por más.   Mientras el mundo crecía en su esplendor, y Sagitario se casaba con su amada Melora, un Deva se mantenía a raya, lejos de los bosques y lagos, lejos de los montes donde el panteón se congregaba y lejos de las cuevas donde los primordiales descansaban. Lejos de todos, construyó sus catedrales y sus templos, sin ídolos, sin altares, sin compañeros. Como Bahamut, se limitaba a estudiar la creación, con ojo atento, a los bordes de la existencia. Varias veces Bahamut y Nalash se cruzaron, pero la confusión del dragón cansaba a Nalash, y sus encuentros no duraban mucho tiempo.   Bahamut siempre se preguntaba qué había más allá del Ojo de Aritas. Qué esperaba del otro lado de la creación. Se perseguía con esas preguntas, y su resentimiento crecía impunemente con el resto del Panteón por no preocuparse. A Nalash no le importaban esas cosas. Su interés yacía en el corazón de Adra, en la creación como tal, en lo profundo de las cuatro dimensiones. ¿Por qué mirar hacia afuera cuando uno puede perderse infinitamente en la complejidad de las más mínimas cosas? Desde las franjas, ignoraba el llamado de sus hermanos Deva, que nunca comprenderían la importancia de su búsqueda.   Solo permitía que uno le visite; el único capaz de viajar hasta los fines del mundo para verlo. Su compañero de vida, su hermano de sangre, Sagitario. El Itinerante solía viajar por los bordes, visitando los cadáveres de las Serpientes, conociendo la vida nueva que crecía lejos del corazón del mundo. Nalash le permitía pasar, con pocas ganas, a su morada decrépita, y el Itinerante le compartía las noticias de Adra. Quizá Nalash fingía desinterés, pero en el fondo, los dos sabían que el viejo cascarrabias necesitaba un poco de compañía. No solía decir mucho, pero cuando lo hacía, Sagitario podía cazar una mínima pisca de genuina preocupación por las ocurrencias del mundo.   La verdad era que Nalash y Sagitario habían sido de los primeros en nacer, luego de Anubis, por la gracia del Tiempo. Era ese contrato implícito, esa cooperación entre los Tres Perpetuos que le hizo comprender a Nalash la importancia de un propósito. Sin porqué, las cosas se estancan, la moción se pierde, y la genuina belleza de Adra se perdería poco a poco en la sombra de su propia creación. Cuando no hay razón de existir, no hay razón para la existencia, y la destrucción no tarda en manifestarse.   A los fines del mundo, Nalash pensaba mucho en esto. Primero, creyó querer comprender las fuerzas que gobernaban la realidad. Su estudio no pudo completarse en el corazón de Adra, pues uno no puede estudiar aquello en lo que está inmerso, por lo que caminó hasta el punto más lejano al que podía llegar, al borde del tiempo y el espacio, donde las leyes de los Perpetuos y los poderes de las Serpientes menguaban. Allí, sin embargo, encontró vida. Encontró seres que desafiaban su comprensión del mundo, criaturas que no eran Deva ni Xildur ni Primordial pero que simplemente... eran. A las franjas de la comprensión, incluso, pequeñas cataratas se filtraban entre las estrellas. Heridas milenarias de las serpientes formaban pequeñas grietas en la realidad, y más allá de ellas, se alzaba un mundo inconcebible, incapaz de ser observado o estudiado, imposible de entender incluso para él.   Esta influencia se filtraba, de alguna manera.   Goteaba, poco a poco, y corrompía. Era una... tendencia. Una línea de tiempo que continuaría en su decadencia hasta su eventual fin. Nalash tardó en comprender estas implicaciones, y siempre que Sagitario venía a visitarle, le contaba de su última observación con respecto a las grietas. Si algo le preocupaba, más aún que la falsa actitud de "viejo cascarrabias" que su hermano le atribuía, era la capacidad de esta corrupción, de esta brea negra, de simplemente... tomar el Uroboros para sí. Desarmarlo en su primeriza incepción.   Hacía tiempo que había comprendido las fuerzas que gobernaban la realidad. Y por ende, sabía qué ocurriría si se trastornaban. Comenzó a experimentar con estos sustratos del vacío, y poco a poco, comenzó a acostumbrarse a su presencia. Cuando en un principio, la disonancia del vacío le afectaba profundamente, le volvía enfermo, le disgustaba, ahora podía pasar horas y horas experimentando con ellas antes de sentir la primera ola de nauseas. Era innegable; la aflicción del vacío estaba cambiándolo.   Al nacer, salido del abrazo cálido de Adra, todo Deva era diferente. Cada cual, de su forma, creó, voluntaria o involuntariamente, a las bestias del mundo. Algunas fueron confeccionadas por los dioses, otras por los primordiales, para la mayor parte de ellas nacieron como una copia, un familiar, una semejanza a los Poderosos. De Nalash, ninguna bestia nació, pues no llegó a estar lo suficiente como para que su forma se multiplique. Si su hermano era Sagitario, y de él fueron los simios y más tarde los humanos, ¿Qué era Nalash? Aquella pregunta quedó en la imposibilidad de la existencia. Pues incluso si se supiese a qué se asemejó la Primera Catástrofe, no tendríamos forma de compararle.   Su forma, en principio pura, mutó desde este momento. Cambió como tal, y cada vez que Sagitario venía a visitarle, su extraña apariencia seguía cambiando. Nalash comprendía la preocupación de su hermano, pero debía terminar su investigación. Estaba poco a poco desvelando un sinfín de peligros, mientras el resto de Adra vivía en paz y prosperidad. Ioun y Orfeo escribían poemas, Somnus compartía su pensar con Magnus y Perséfone, Bane y Kallemtur peleaban por ver quién se demostraba el más fuerte y Caín aún moraba entre los dioses, recién nacido y con un poder inigualable.   Mientras todos vivían sus felices existencias, la única compañía de Nalash era la corrupción. Comenzó a crear criaturas, por su cuenta, para proteger y contener las grietas del vacío, ya que cerrarlas era imposible. Los Contempladores son la única raza que se inscribe aún en los libros de magia como creación de Nalash, y estos eran probablemente de sus sirvientes más pequeños. Su obsesión con detener la corrupción se volvió tal que Sagitario no pudo volver a acceder a las franjas externas del Uroboros, ya que la cantidad de obstáculos y guardas puestas por Nalash eran abrumadoras.   En su momento, Sagitario pensó que sería pasajero. Seguro para la próxima visita, no habría tanto estrago en el camino.   Nunca volvió a ver a su hermano en su forma natural.   El tiempo pasó, y pasó, y los años se volvieron décadas. En su soledad, Nalash descubrió una terrible verdad, o quizá, ese fue el momento en que la verdad se le presentó. En el centro del mundo yacía la Llama de Änor, el centro del universo, el corazón de la creación. Era la fuente de divinidad, la razón de la muerte de Atlas, el hogar primerizo de los Deva. Era la voluntad del Uroboros de seguir viviendo.   La llama se estaba apagando.   Su pánico fue inmediato. El mundo, en aquel brillante esplendor, estaba pujando a su propia destrucción. Una exigencia constante, pesada; una luz de fuerte voluntad e inconcebible deseo. La corrupción no se acercaba, sino que las raíces del mundo se extendían hacia ella, creciendo y creciendo, hasta toparse con el vacío, a los bordes del Uroboros. Desde allí, llevaban como sangre a un corazón aquella brea negra, aquella oscuridad detrás de las escenas, de la cual ningún dios, primordial o Deva era testigo. Solo él sabía.   Por más que decía no soportar la luz constante de Adra, el nacer de nuevos Xildur, el crecer de las civilizaciones; por más que se apartaba de la creación, y se mantenía en exilio, y no salía de su morada por nada más que su propia investigación... Por más que pretendía no importarle, Nalash amaba la tierra infinita de Adra. Llamaba a su nombre, llamaba a su silencio. Contemplaba su belleza desde la distancia, con miedo de arruinarla, con miedo de destruir aquello único. Y tenía que detenerlo.   Empujando la puerta de su antiguo laboratorio, cargó su bolso en la punta de su bastón, y dejó las Tierras Oscuras. Así había comenzado a llamar el resto del Panteón aquella franja cerca del más allá, aquellas grietas donde toda creación se tornaba en blasfemia, donde nadie podía ver más allá de la brea negra. Un héroe reacio, marcado de corrupción, sus huesos visibles bajo su piel derretida, su cara una calavera bañada en violeta, sus ojos unos pozos de oscuridad. Y sobre su cabeza, cargó su más poderosa creación: Zénit, la corona de los cielos, que imponía su presencia por sobre la de todos, y mantenía a raya la influencia del vacío.   Sus pasos dejaron crecer rosas negras a sus pies, y la luz del sol brilló sobre su rostro por primera vez en eones. Dioses habían nacido y ascendido, Devas habían alzado ciudades en cada punta de Adra, Primordiales habían creado la gran ciudad de Dis para hacer correr las aguas del río Styxx, la sangre de Atlas. Su hermano, Sagitario, se había cazado con su amada Melora, y los Xildur y los Deva celebraban la unión de sus dos poderosas razas. Frente a este panteón se apareció Nalash. Una sombra de su antigua forma. Una criatura verdaderamente espantosa, un monstruo de hueso y brea, marchando con una corona oscura como el cielo de la noche. Las estrellas de Nyenna no lo iluminaban. La Luna de Elir evitaba su camino. El Sol de Abel se tapaba en eclipse, bañando de oscuridad su visita.   Y allí, en la corte de Elysium, frente a Tiamat, Diosa de Dioses, Nalash reclamó que se juntara al Panteón.   "¿Y qué autoridad posees tú, criatura, para hacer llamado de los Nueve?" dijo la Dama de la Justicia, manteniendo su mirada fija en los ojos oscuros de Nalash. Era la única con la capacidad de verle como tal, por lo que mismo cargando con Zénit, Tiamat le mantenía la mirada.   "Vengo de las grietas del mundo, de lo más profundo de nuestra querida Adra, como mensajero. ¿Qué autoridad poseo? La de un profeta, Dama de los Cielos. Mi presencia aquí no es ligera, lo comprendo, pero tengo tanto derecho de hablar en esta corte como cualquier otro."   Tiamat le consideró, mientras los demás dioses allí presentes se escondían de su mirada punzante. "Tu marcha aquí a sido larga, sin embargo ni la visión perfecta de Ioun te pudo ver acercar. ¿Quién eres, y qué haces en la morada de los Xildur?"   A esto, Nalash reaccionó mal.   "¿Quién soy? Soy alguien con poca paciencia. Vengo con noticias de una calamidad que puede llevar al fin de Adra. Mientras ustedes disfrutaban de los frutos de nuestra amada tierra, yo buscaba formas de sanarla. Una aflicción, una corrupción, un vacío se dejó filtrar por los bordes, más allá de lo que ustedes llaman las Tierras Oscuras. Las raíces de este mundo se han topado con las serpientes. Han crecido demasiado, por culpa de vuestro exceso, y han contraído una terrible enfermedad."   Los susurros de la corte se alzaron por encima de la voz del Deva. Algunos que hasta entonces lo habían ignorado comenzaron a prestarle atención. Bane, Dios de la Guerra, atendió con mucha cautela la reacción de Tiamat, que a penas parpadeó. Las rosas negras a los pies de Nalash ahora crecían descontroladamente, poco a poco llenando el suelo de un grueso espesor. Siempre justa, Zedekiah, la Justicia de Dios, respondió al agorero.   "¿Traes pruebas de esta corrupción, criatura? ¿O es que simplemente supones caminar bajo la sombra del sol hasta el corazón de nuestro panteón? ¿Crees que nuestra creación no es la belleza del mundo? Hemos alzado maravillas y creado vida. Hemos formado alianzas y manifestado milagros. Hemos crecido como el fruto de Adra. ¿Tú? No has respondido a la pregunta. ¿Quién... o qué... eres?"   El orgullo siempre fue un defecto de Nalash. Eso compartía sin duda con su hermano. Habían sido de los primeros Deva, tutorados por el mismísimo Anubis, ahora un perpetuo. El portavoz de la catástrofe había visto nacer a muchos de los Dioses que en aquel momento le juzgaban, con mirada pesada, susurrando entre ellos. Su voz fue más profunda, y por un momento incluso la luz de Elysium se apagó frente a su oscuridad. Los Xildur se pusieron en guardia, pues un eclipse había tapado el sol. La forma de Nalash creció y creció, un velo de profunda negritud a su alrededor. En ese momento, casi por reflejo, su corona comenzó a brillar en una luz radiante, creando un contraste de blanco y negro, una tormenta de tinta en páginas, dos caras de una misma moneda.   "¿¡Que no soy YO prueba suficiente?! ¡No ignoro mi forma actual, mi pútrida piel, mis ojos hundidos! ¡He sacrificado mi cuerpo para traeros esta información! ¡Agradézcanle a Atlas que no sacrifiqué mi mente! Sigo tan lúcido como el primer día que me alejé de todos ustedes, y de este falso bravado. ¿¡Se creen por un momento que ustedes son la belleza de Adra?! ¡No pueden siquiera compararse a ella! ¡Se han vuelto niños malcriados, gordos y complacientes por los frutos abundantes de nuestro mundo! Y ahora que se pudre por dentro, ¿¡tienen la gala de cuestionar mis palabras?!   Soy Nalash, de los Poderosos Deva, y os he visto nacer, y crear, y vivir, y existir en vuestras pequeñas burbujas. ¿Creían que vuestra abundancia no tendría consecuencias? ¡Ahora las raíces de Adra han crecido hasta más no poder, y el vacío consumirá el corazón de nuestro mundo!"   Su voz sonó como la de mil monstruos. De aquella calavera, la corrupción incesante que hasta ahora se había mantenido a raya por la magia de Zénit comenzó a escaparse de sus ojos, de su nariz, de su boca. El suelo ya era un enorme charco de oscuridad, burbujeante, sin reflejo.   "¡Suficiente, hermano!"   La voz de Sagitario llegó desde lo más lejos del salón. Había ido a visitarle, más allá de las Tierras Oscuras, y había encontrado su morada abierta de par en par. Siguió los pasos, las rosas negras de cada huella, hasta lo más alto de Elysium, y allí vio al monstruo en medio de la corte. No podría haberlo reconocido por su forma, pero por mucho que haya cambiado, su voz siempre era la misma. Sagitario podría haberle reconocido por un murmullo, por una canción en la brisa. Nalash dio media vuelta, con la mitad del panteón alzando sus armas contra él, y vio a su hermano pequeño, brillante como el día en que nació, su pelaje dorado, sus ojos fijos en los suyos.   Por un momento, sintió vergüenza. En silencio, miró uno a uno a los dioses allí presentes.   "¿No era suficiente? ¿La vida perfecta bajo un mismo cielo no los satisfizo?" su mano decrépita se levantó de su cuerpo uniforme, y se alzó al cielo. "Esto ha sido vuestra culpa. Vuestra prosperidad ha hecho que las raíces se extiendan más allá de su capacidad. Vuestro crimen es el exceso. Ahora, deben tomar responsabilidad por sus acciones, y renunciar a vuestra abundancia." estas palabras las dijo a todos, pero terminó posando su mirada en su mismo hermano. Cierto remordimiento, cierta decepción se dejó entrever más allá de la brea y la oscuridad de sus ojos hundidos..   Al fin y al cabo, Sagitario había sido parte del problema.   "Deben cortar las raíces."   Todos en la corte se alzaron en unísono. Indignación, amenazas, insultos. Los Xildur no tomaron adrede las palabras de Nalash. Sus voces se mezclaron en una cacofonía de palabras, que ninguno de los dos hermanos escuchó. Sagitario comprendió lo que el ermita pedía. Su casamiento. Su futuro. Su vida. Debía renunciar a lo que sería para preservar lo que fue.   "Si no toman vuestra responsabilidad en manos para el próximo invierno, seré yo quien marche desde la oscuridad del vacío hasta el corazón del mundo, y haré lo que tenga que hacerse." con esas palabras, en medio de la discusión, su forma se hundió en la brea, y desapareció de la corte.
Se dice que Nalash usaba una capa roja, al menos cuando todavía tenía cuerpo. Su forma siempre fue la de un viajero, como su hermano, y mismo si después se dedicó a la experimentación, su capa roja nunca le abandonó, tanto así como su espada partida, que había roto en una vieja competencia con Sagitario para probar quién de los dos era más fuerte.   Después de partir para las Tierras Oscuras, nunca más se le volvió a ver con aquella capa.
Date of First Recording
Indefinido.
Date of Setting
Era de Adra, quizá diez mil años antes de la Guerra Arcana.
El Campeonato de Elysium fue considerado el evento más grande del Uroboros, y pocos fueron los no invitados. Todos podían mostrar sus habilidades, y cada quién tenía la chance de halar frente al resto del mundo naciente. Fue organizado en un principio por la misma Tiamat, pero luego los Primordiales fueron quienes se encargaron de llevarlo a cabo. Era una época de grandes amistades, si Xildur y Atlas se llevaban bien.   Fue Kallemtur, en su gran belleza y mejor capacidad, quien se llevó la victoria del Torneo, derrotando a Bane en el concurso de fuerza.
El tiempo siempre fue un ser de inmesurable poder. Su capacidad de utilizar el poder de cada perpétuo para seguir marchando siempre fue conmemorable. Se lo consideraba un Planetar, mismo si fue la creación de un Xildur, un Deva y un Primordial. Mientras Padre Tiempo, como le decían, marchaba dentro de las grandes tuercas de Mécanus, los años correrían.   Fue durante la Guerra Arcana, miles de años después, que Tiempo fue asesinado, y Almanach tomó su lugar, entregado por sus dos hermanos, Velenor y Aries, a la posición de Piedra Ángular.
La llama al centro del mundo, del universo, fue creada por las mismas serpientes. Durante mucho tiempo, nadie supo de su existencia, hasta que de allí nació Anubis, primero de los Deva. Cuando Nalash comprendió que la Llama estaba muriendo por la corrupción del más allá, se mantuvo en silencio durante mucho tiempo antes de tomar una decisión de cómo acatar el problema. Solo al deliberar siete veces pudo llegar a la conclusón.   Elessar, Elethin, Eletross. El mundo continúa avanzando.
Nunca antes al Itinerante le había costado tanto alcanzar las Tierras Oscuras. Ahora, al pasar del tiempo, las criaturas que desde la oscuridad acechaban se ponían cada vez más poderosas, cada vez más audaces, y así, Sagitario no pudo pasar hasta los templos e iglesias de su hermano. Solo pudo dejar un mensaje, que Nalash nunca llegaría a leer. Quizá, si hubiesen tenido un diálogo entonces, las cosas no se habrían manifestado de aquella forma.
Para Nalash, la Corte de Elysium siempre fue muy pretensiosa. ¿Quiénes eran ellos para poner orden en el universo? Cada cual podía elegir su camino, al fin y al cabo, siempre y cuando ese camino no interfiera con el de los demás. La soberbia de los dioses le irritaba, en el fondo, porque sabía que si él así lo hubiese querido, podría ser parte de esa corte, tomando decisiones, siendo respetado por todos, y reinando sobre Deva, Primordial y Xildur.   En vez de eso, se había exiliado a lo profundo del Uroboros, donde nadie nunca lo encontraría. Por suerte. Al fin y al cabo, si no lo hubiese hecho, se habría vuelto cómplice en la muerte del Uroboros.
Nadie sabe el por qué de las rosas negras. Solo que son extremadamente parasíticas, y se alimentan de la vida para multiplicarse. La brea que las conforma puede moldearse en cualquier material, y las raíces se extienden encima de cualquier superficie. En todo este tiempo, lo único que se sabe de ellas, es que son un mal presagio.   Son el símbolo de la corrupción. De las pesadillas. De Nalash mismo. Y todo aquel que las lleve está condenado.

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