Lady Mallory Graves
La Espada del Amanecer
Maestra Mallory Graves (a.k.a. Jade, Yasha de la Vida)
Todo está en la espada. Desde las minucias más cotidianas de la vida hasta las decisiones de vida o muerte que afligen la existencia. Uno puede encontrar en el filo las respuestas a todo dilema, si sabe cómo buscarlas. Algunos dirán es nada más que un arma común, otros, una herramienta para matar.
Para Mallory Graves, la espada es una redención. No importa qué vida uno llevó hasta encontrarse con ella, no importa qué crímenes haya cometido, dedicarse a la simpleza de la espada deja atrás cualquier mal, disciplina el alma más impasible, calma a la bestia más feroz. Es un conducto al entendimiento de la cuestión mortal, un final que algunos llamarán reductivo, pero que para quienes lo alcanzaron, es completitud más allá de cualquier propósito.
Para aquellos que hablan de batallas sinfín y gloria en la lucha, Mallory diría atiendan a la conclusión del combate. ¿Por qué se pelea? ¿Por quién? Cada movimiento, cada instante de vida o muerte, cada estocada y girar de la muñeca. No hay gloria en batalla sin más, solo la hay cuando se pelea por algo. Muchos no querrán admitirlo, pero la verdadera razón de la batalla va más allá del instante de adrenalina. Y quienes verdaderamente pelean solo por pelear, pocas diferencias tienen con perros salvajes. Con ellos se puede tratar solo de una manera.
Para aquellos que hablan de paz y paciencia, de templanza y resolución, de fuerza sin batalla, Mallory diría recuerden que no hay paz sin previo incordio, pues el mundo es caos, y solo la voluntad más fuerte puede manifestarse por sobre las demás. ¿Quieren paz? Estén dispuestos a pelear por ella. El mejor guerrero no es aquel que no requiere la espada, sino aquel que sabe cuándo blandirla. La muerte es a la vida lo que la noche al día, dos caras de la misma moneda; y uno debe saber con qué cara pagar. A veces, en la búsqueda de la paz, sangre debe correr, pues existen quienes morirían antes de aceptar la monotonía de un mundo tranquilo.
Mallory siempre contó una historia a sus alumnos para ilustrar estos dos polos opuestos y sus imposibles consistencias. La balada trata de un jabalí, viejo y cansado, que luchó toda su vida para tallar sus cuernos, sin pensar el porqué de su batalla; en un camino de poca monta, el jabalí encuentra a un mono, joven y brillante, capaz de doblar el mundo con sus palabras. Todo el mundo amaba a este mono, pues su pelaje brillante lo hacía muy atractivo, y en sus viajes había logrado convencer a todo aquel que se encontraba de su camino pacífico. Se había topado con bandidos, soldados, viajeros y poetas, y con ninguno peleó, pues le repulsaba la violencia.
El jabalí, en cambio, había matado a todo aquel que en su camino se interponía, pero no sin sentido. Un ladrón intentó robarle el macuto, un mercante intentó engañarlo, y un general intentó asesinarlo. Por su gran fuerza, las autoridades lo consideraron una amenaza, y ahora vivía día y noche cansado, pues debía batallar contra civiles y milicos, cazarrecompensas y busca glorias. El jabalí tallaba sus cuernos en gran soledad, pues nació para hacerlo, pero en el camino a la fuerza se hizo muchos enemigos.
El mono, orgulloso de sus grandes victorias, vio al jabalí en la distancia, herido y desgraciado, a un lado del camino. En su gran bondad, se detuvo a ayudarlo, vendándolo y compartiendo su té, bajo la sombra de un fuerte roble.
“Gracias por tu ayuda, noble mono” dijo el jabalí, sonriendo por primera vez en años. “Eres la primera persona que conozco que no busca matarme”
“¿Y por qué alguien querría eso? La muerte es tan final, tan absoluta. Nadie debería creerse con la autoridad de terminar una vida.” La mirada del mono era pasible, pero astuta. Había escuchado de un viajero sobre el temible jabalí, y sobre sus incontables víctimas, pero aún así decidió ayudarlo, pues en su joven orgullo se creía capaz de cambiar al monstruo.
“¿Así lo crees? La batalla es todo lo que alguna vez conocí, y mi viaje no me lleva a ninguna parte más que a la muerte, ya sea mía o de otros” el jabalí miró sombríamente el camino, que más allá terminaba en un gran pueblo. Aquel era su próximo destino, un lugar donde descansar, pero también un lugar donde todos lo reconocerían. El jabalí comprendía que, para vivir, debía matar.
“¿Y no te crees capaz de cambiar eso? ¿Capaz de vivir sin luchar, como yo? Viajar por el mundo, disfrutar de los vinos, sentir el aroma de las flores…”
“Aún si quisiese, mono, mis cuernos me lo impiden” dijo el jabalí, tocándose los colmillos, con una mueca de dolor. “Crecen y crecen sin parar, y solo luchando puedo cortarlos. Así lo han hecho mis padres, y sus padres antes que ellos. Si no lo hago, crecerán tanto que moriré bajo su peso. Es mi naturaleza, verás.”
Con eso, el mono sonrió, y de su gran mochila sacó una navaja. “Ah, pero eso es porque a tus padres les faltó ingenio. Con esto puedo cortar tus cuernos, jabalí, y así podrás dejar la batalla atrás, y vivir en paz.”
El mono estaba tan seguro de su habla, de su camino, de su paz, que no reparó en lo que había hecho. Frente al viejo, que en su vida solo había peleado por su supervivencia, había sacado un arma de filo, y en el momento que la acercó a los cuernos del jabalí, este le cortó la mano con su espada. El movimiento fue tan rápido que el mono no llegó siquiera a reaccionar antes que los cuernos del asesino le atravesaran el pecho.
“Si creíste que podrías conmigo con tus cuentos traviesos y tu falsa bondad, mono, tendrías que haberlo pensado dos veces. Mis ojos ven tu malicia, pues siempre pude detectar cuando alguien actúa con intenciones falsas” y con eso, el jabalí dejó al mono moribundo al costado del camino.
Más tarde, el pueblo entero se prendió en llamas, pues los soldados que allí esperaban intentaron matar al Jabalí echando fuego a la taberna. Las luces brillaron por toda la noche, y el mono solo pudo ver en horror, desde el camino, como su gran obra fue deshecha un instante. Sangró y sangró hasta que le encontró su hermano mayor, llegado a último momento para salvarle.
Años y años pasaron que el mono pensó en su error. ¿Qué podría haber hecho? ¿De qué le sirvieron todas sus palabras, si el Jabalí solo comprendía la violencia? ¿De qué valía la paz frente a un ser forjado en la guerra? Se postula entonces un dilema sombrío, que atormentó al mono por mucho tiempo. ¿Tendría que haber matado al jabalí cuando estaba herido? Era quizá la única oportunidad que se le había presentado al mundo entero de tumbar a la bestia.
Sólo aquellos que comprenden la ecuación de la violencia, como Mallory le apodó a este dilema, son capaces de conciliar la paz y la batalla. La naturaleza del jabalí no podía ser cambiada; para él, toda mala intención era provocación, ya que no podría haber sobrevivido de otra manera. Por más justificada su lucha, debía terminar su camino en sangre. El mono podría haber actuado diferente, mismo si el jabalí no, pero en su soberbia, en creer que todos habían vivido en paz como él, intentó cambiar lo incambiable.
La ecuación postula lo siguiente; se justifica la violencia cuando no ejercerla llevaría a violencia mayor. En este caso, no importa las palabras del mono, el único lenguaje que el jabalí podría comprender sería el de la espada, y en el momento en que decidió intentar convencerlo de otro propósito, selló su destino a manos de aquellos cuernos. Si no era la navaja, sería otra la cuestión que llevaría a la violencia.
El jabalí no podía salvarse. Cuando la única herramienta que uno posee es un martillo, todos los problemas parecen clavos. Y si la violencia que el mono debía ejercer era la de matar a un moribundo viajero, sin lugar a duda fue menor que la violencia de los soldados frente al jabalí, o incluso, la del jabalí frente a la navaja.
El conflicto en el corazón de esta filosofía recae en aquellas primeras palabras. El camino de la espada es uno de redención. La pregunta es, ¿podría el jabalí haberse redimido? Aquella cuestión persiguió a Mallory durante toda su vida.
Sus primeros grandes logros fueron escritos en la Gran Cruzada. Fue su liderazgo el que terminó con el pestilente Thargh, un monstruoso demonio de Nurgle que había tomado control de las legiones del dios luego de su caída frente a Dorne y sus caballeros. Con su primer esposo, Atreus de los Trotamundos, tuvo un hijo durante la guerra, que murió a manos de un demonio de Nyx ya con Abbadon derrotado. Se dice que su tutelaje llevó a Altair el puro a sacrificarse frente a la Señora de la Noche.
Como parte de los Trotamundos, cuidó de Rel y de los planos interiores, y cuando el culto del dragón se alzó y Calag el Heraldo aterrorizó todo Figium, fue ella quién enseñó a Anathema cómo detener al aspecto de Bahamut, y tomó junto a los 7 Han-kami un sello para mantenerlo doblegado debajo del mar. Al conocer a Leana Velenor, formó cierta relación de parentesco con ella, y le dejó a su cargo su segundo hijo, que llamó Abelfort. Más tarde, luego de la Batalla de las Aves, Mallory se retiró a una pequeña isla del Cónclave, luego de hacer un extraño trato con la mismísima Reina Démeter.
En este pequeño pueblo de Arghal, vivió hasta la muerte de Leana durante la tragedia de la Orden Exalta. Aquella fue la última vez que dejó la isla, para asistir al funeral de la heroína de guerra. Luego de eso se contentó con restar allí, criando a su tercera hija, Veliana, lejos de la guerra y los conflictos del mundo.
Es durante este periodo que escribió su libro más conocido, el Arte de la Guerra. Los pocos años de paz de los que gozó los llenó con el trabajo, la enseñanza, la calma de una vida de pueblo. Se dice que al llegar a Arghal, defendió la isla de un enorme demonio del plano de fuego, una criatura monstruosa que por alguna extraña razón había decidido aterrorizar las islas más recónditas de Tyrath.
Se habla del gran Festival del Amanecer que Mallory organiza cada cuatro años para los jóvenes del Cónclave. Dedicó su tiempo libre creando pruebas capaces de forjar verdaderos héroes, capaces de ir más allá de lo que ella pudo luego del fracaso de los Trotamundos.
Lo último que se cuenta de Mallory es su dolor. En un accidente doméstico, su hija cayó por un acantilado y murió sobre las rocas. Su única hija, su pequeña Veliana, la razón por la cual se había divorciado de los afectos del mundo. Y por sobre todo su duelo, una pregunta le retumbaba en la cabeza.
¿Hay siquiera redención?
Sus logros no son importantes, ya que ella no los considera así. Su vida como Mallory es corta, en comparación a sus milenios como Jade. Por fuera de las apariencias, Mallory esconde a un aspecto del mismísimo Bahamut; una criatura odiada por los dioses, que se crio en violencia, y que lleva consigo una naturaleza imposible de cambiar.
¿Fue su vida como Mallory suficiente para redimir sus crímenes? Si siempre luchó por supervivencia, si siempre vivió en despecho de todo aquel que la quería muerta, ¿está justificada su violencia? ¿O es que, al fin y al cabo, su camino debe terminar en sangre?
Durante mucho tiempo, Mallory, en su profundo dolor tras perder a Veliana, creyó que aquello era lo que merecía. Que no importa cuánto bien traiga, ella nunca podría perdonarse. Aún así, el camino de la espada es claro. Uno no puede rendirse hasta haber devuelto todo lo que quitó. Un ojo por un ojo deja al mundo ciego; la justicia debe tejerse en reivindicación por los actos cometidos.
Y aún con estas certezas, la pregunta siempre rondó en su mente.
¿Podría el mono haber salvado al jabalí?
Ahora, al detenerse en aquel acantilado y ver sus antiguos actos volver a la superficie del mundo, sus antiguos problemas ser nuevamente las cuestiones de todo Tyrath, su impotencia frente a Diamante regresar como el jabalí llegando al pueblo, la pregunta sigue en su mente.
Pocos pueden ser tanto el mono como el jabalí en una misma vida. Mallory se apega a su camino, pero no por eso es infalible. Una vida de pretender ser humana, de crear familias, de abandonar un deber por otro mayor, de pérdidas personales y victorias celebradas, de incontables sacrificios y compromisos agobiantes…
¿Hay siquiera… redención?

La Maestra, la Espada del Amanecer, el Filo Hechizo. Una elfa enigmática, de más de doscientos años, que a lo largo del último siglo participó de varias batallas decisivas, construyendo ahora incluso desde su hogar de retiro un futuro para el Cónclave.
View Character ProfileManténte derecho, Ecthelion. Algún día estarás parado frente al mundo entero, y ellos no se preocuparán de corregir tu postura.
Divine Classification
Yasha, uno de los cuatro aspectos de Bahamut.
Age
Desconocido. Su primera aparición se data a los comienzos de la Gran Cruzada y a la fundación de los Trotamundos, circa 1370.
Children
Sex
Mujer
Eyes
Verdes como la esmeralda, y de una pureza absoluta.
Hair
Su pelo pasó de un castaño a un gris, los años pesándole más que a otros inmortales. Cabe mencionar que ella misma elige su apariencia, asique su decisión de mostrarse más vieja debe ser adrede.
Height
1,83
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