La Epopeya de Caín, Corona de Llamas
Primera Parte
Ser dejado en la tierra cuando otro partió.
La historia del Rey de Reyes es una de tragedia y pena. Su duelo llevó a la corrupción de su reino, y a su eventual caída. Quinientos años pasó en dolor por aquel que perdió. No hay nada que duela más que el amor. Más allá de la razón, fue aquella omnipotencia lo que lo llevó a la locura. ¿De qué serviría todo ese poder, si no podría traer a su querido Cain de vuelta? La balada de Xoth, quien conquistó las estrellas, y de su corazón, perdido ante la indiferencia de los dioses.
El odio a la divinidad, más allá de su heritaje, y la catástrofe que llevó a la Calamidad.
De historias pasadas y grandes mitos, de fines del tiempo y destinos imperecederos. Nadie lloró más que él; una tragedia biblica, que apaciguaría a las grandes virtudes y mantendría el Mandato. Esta es la historia del destierro de Cain, y el duelo de Xoth. Dos chicos, dos héroes, dos dioses, que se rebelarían contra los deseos de Persefone y de Asmodeus, en contra de todo lo que los doblegaba. Y así, las manos divinas los llevaron a sus fines. Principados, Poderes, Testigos y Enviados; todos al servicio de las Virtudes. Ante ello se enfrentaban los amantes. Ante la perdición. Ante Magnus, Almanach y el Árbitro.
Ante un destino inescapable.
Caín fue el último nacido de Perséfone y Amosdeus, padres del Panteón. Sus hermanos fueron Kallemtur, Gaia y Abel, que lo consintieron cada uno de su manera. Era joven como divinidad para cuando la Guerra Arcana desgarró al cielo por las maquinaciones de Bane. Aún así, vivió la muerte de su tío, Paelor, mientras este intentaba llegar a una paz entre Titanes y Primordiales. Cuando los Ícaros asesinaron al dios, la rabia de Asmodeus fue imperecedera, y los Deva fueron considerados enemigos del Panteón.
La guerra acabó con la muerte de los dos dragones, Tiamat y Bahamut, hermanos batallando en los cielos después de miles de años de combates entre primordiales y divinidades. Ninguna batalla mortal puede asemejarse a las confrontaciones épicas de la Era de Adra. Las escaramuzas entre Wabajack y Primus, que crearon el Limbo y Mécanus. La Batalla de las Ciénagas, tan terrible que al día de hoy ningún dios la menciona. El Encierro de Nalash, el Duelo de Örvaliath y Abbadon, el Desatar de Fenrir. La muerte de Thor, y su conquista de Jormungandr.
Miles de historias se contaron durante esta época.
Cain creció entre batallas y tragedias. Solo cuando su padre derrotó a Bane y Tiamat se sacrificó para detener a Bahamut, se fomró una tentativa paz. El mundo había quedado resquebrajado ante tanta muerte y sacrificio, y los Años de las Incontables Lágrimas, o Dagor Eletros, llevaron a la sistemática destrucción de los Poderosos Deva. Pocos escaparon a la furia de Asmodeus, y los Ícaros se volvieron sus caballeros del apocalipsis, doblegándolos a su voluntad, para castigarlos eternamente.
Entre tanta muerte, Cain escapó de la tierra divina. Quizá lo hizo para escapar de su padre. Quizá lo hizo para no tener que unirse a la caza de sus amigos. Pues Sagitario, Itinerante y viajero, era cónyuge de Gaia, hermana de Cain, y porende, pasaba mucho tiempo con él. Fue la ejecución de Agni, el Sol mismo, por parte de su hermano Abel, lo que lo llevó a desterrarse de los cielos, para explorar las tierras mortales, cortesía de Perséfone. Solo bajo el manto de su madre pudo escapar de los palacios de Asmodeus, quien lo consideraba su hijo predilecto, y quien ocuparía su lugar si algo como lo que pasó con Paelor le sucediera.
Así, vivió miles de años en el plano material, donde ni su padre ni sus hermanos lo encontrarían. Abel llamó a por él, y lo buscó por todo el cosmos, pero solo podía hacerlo cuando Elir llevaba la luna por el cielo, ya que durante el día, era su trabajo mantener el Sol de Celestia brillante, para iluminar la vida naciente en todos los planos. Cain vivió los cambios de Rel durante toda la Consolidación, siempre atento a las ocurrencias de las razas.
Sin embargo, cada vez que una civilización florecía, los Caballeros del Apocalipsis descendían sobre ellos y los borraban de la historia. Asmodeus, dios de dioses, no deseaba que otra civilización adquiera los poderes de los Deva y se vuelva una amenaza para el Panteón, menos aún al saber cuan fácilmente podía un mortal ser corrupto por los Príncipes Demonios y demás Catástrofes. Cain no pudo hacer más que observar, escondido en Apocrypha, cada vez que los Ícaros entraban en Rel.
Varias veces intentó detenerlos, avisarle a los mortales antes de que sea muy tarde, pero una tras otra vez Cain solo pudo ver como la Ley de los Dioses se extendía sobre el universo, sin falta.
El Muerte de Perséfone cambió todo.
Venerada esposa de Asmodeus, colaboradora de Anubis y Reina de los Cuervos y la Herrería, su fin era inevitable. Pues la arcilla con la que Mandus la había creado dependía de la Llama de Änor, donde había nacido. Con el tiempo, todo fuego se apaga. Ella no era una Titán, ni una Primordial, ni siquiera una Deva. Era la primera mortal, sobreviviente de los pequeños hombres de arcilla que Mandus el Creador había hecho con tanto cariño. Su vida estaba atada al tiempo, y mismo al ser una diosa, no pudo escapar a la muerte para la cual estaba destinada.
Su muerte fue callada, feliz. En brazos de su amado, alrededor de sus queridos hijos, mirando las estrellas de Vyenna y la magia de Ioun, abrazada por Abel, su pequeño sol, Kallemtur, la fuerza del mundo, y Gaia, su bella naturaleza. Todos juntos, el Panteón mismo lloró su partida, junto con todos sus aliados. Calgar hizo retumbar los mares. Elir menguó la luna. Los espíritus de los caídos se elevaron por un momento, desde Paelor hasta Öryalith, pues ellos eran Titanes, y su voluntad siempre estaría sobre el Uroboros, más allá de su muerte. Incluso Vyksha, madre de dragones, y Zedekiah, maestra de héroes, se presentaron en honor a Perséfone; pues había sido Tiamat la que permitió la unión de la chica con Asmodeus, miles de años atrás.
Cain, sin embargo, se perdió el funeral. Solo sintió la muerte de su madre por el eco que retumbó por todo el Uroboros. Y allí, solo en el plano material, desterrado por su propia voluntad, lloró, y lloró, y lloró como ningún otro. Aferrando sus rodillas, se lamentó de no poder verla. Sus lágrimas cayeron como líneas rojas en la tierra, alimentando la obra de Gaia con una profunda tristeza. Así, su hermana favorita pudo encontrarlo, después de miles de años. Se alzó junto a él, dejando atrás el funeral, y le abrazó, en paz y lástima.
"¿Por qué tiene que ser así?" preguntó Cain, su voz nada más que un susurro en el viento. "¿Por qué nos tiene que dejar solos con él?"
Gaia no respondió, aún recordando como Sagitario la había dejado con un beso y una disculpa, escapando de su padre. Ella tampoco amaba a Asmodeus, y siempre fue muy cercana a su pequeño Cain. "Tenía que irse, hermano" dijo, su tono lleno de amor y melancolía. "No todos vamos a vivir para siempre".
Entonces, como un choque en las estrellas mismas, escucharon la voz de Perséfone. Una última sentencia. Un Orden Divino por el cual el mundo florecería sin ella. Todos lo sintieron, desde aquellos que la vieron dar sus últimas palabras hasta los enemigos del panteón, en lo profundo del abismo. Un Mandato. Una voz de poder que cambió la fábrica de la realidad. Ella, diosa del Destino Imperecedero. Ella, la determinación del Uroboros. Ella, la creación de Mandus.
"Elessar, Elethin, Eletros.
Todo lo que es volverá a ser como fue. Estos instantes robados, una vida de placer; pero la realidad no puede doblegarse frente a Aquello que Ocurrió. Debátanse contra la fuerza que nos impide este final feliz. Peleen contra aquello que quiere volver a como fue. Nadie nos quitará este mundo, ni esta historia. Protéjanla. Yo seré la única víctima. No permitan que nos roben el paraiso.
Esta es mi voluntad. Esta es mi herencia.
Este, es mi Mandato."
Y así, Caín tembló en los brazos de su hermana. Las palabras de la Reina de los Cuervos habían cambiado la lógica del Universo. Quizá por aquella críptica voluntad, quizá por el duelo que Asmodeus llevó consigo, quizá por la determinación de Caín de ver aquella vida que Perséfone le prometió. Sea cual sea la razón, la próxima civilización que se alzó en las tierras de Rel no fue desaparecida por los Ícaros. Los Ylm, poderosos y orgullosos, crearon vastos imperios y colonizaron las estrellas mismas, más allá de la Puerta Divina. De entre ellos nacieron héroes como Ecthelion de Änor, Yavanna la Sacerdotiza, y más tarde, de los Nelan surgieron otros, como Erasmus el Gigante, Iris la Princesa de Hierro y Ozymandias, el Rey Consumido.
Cain vagó por los cielos desde entonces, ya que Asmodeus se había recluído en Elysium, derrotado no por un enemigo, sino por la inevitabilidad de la muerte. Allí, also monumentos para su dama, pero nunca escucho de nuevo su voz. Algunos dicen, con Perséfone se fue su corazón. Lo único que restaba era su Mandato. Y la Lógica del Mundo sería mantenida por sobre todas las cosas.
Heredó los cuervos de su madre, y la determinación de su padre. Su poder, sin embargo, siempre fue el de su voz. Por alguna razón, quiensea que la escuchase directamente se encontraba hechizado por el joven. Todos lo amban, desde su juventud. Sin embargo, su proeza no era la batalla, y porende, siempre fue sobreprotegido por su hermano mayor, Abel, que lo cuidó y le enseñó el arte de la guerra. Cuando escapó, Abel fue el más afectado, pues mismo si Gaia sabía dónde se encontraba su hermano pequeño, había jurado no decirlo.
La reunión de los hermanos se dió un día de otoño, cuando Elir tocaba su violín para encantar a las estrellas, e intentar seducir a Vyenna. La melodía era tan bella, se dice, que Abel descendió al plano material; su trabajo había sido dejado a cargo de Ra por ese día, y la noche se acercaba con una calidez maternal. Caminando por las praderas de Rel, alrededor de los Planos Elementales, se encontró con una mujer, de bello atuendo y cara preocupada.
"¿Algo la aflije, Dama? Por favor, no llore en una noche tan hermosa. ¿Escucha la melodía de Elir? La luna mengúa como un cuna. Parece que habrá un hijo hecho de estrellas." habló Abel, sus palabras elocuentes y su voz benevolente. Se acercó sin buscar perturbarla, sentándose en los pastizales.
La mujer tornó lentamente hacia él, su pena casi imposible de contener. "Mi reino..." comenzó, su voz temblorosa "no creo ser la persona adecuada para el trono." Esta era Iris, princesa de los Nelan. Su padre había accedido a casarla con Ozymandias, el futuro Rey Consumido.
En ese entonces, se apareció Cain de los arbustos, trayendo un filtro y unas raíces. Su mirada se cruzó con la de Abel por unos instantes. Ninguno de los dos reaccionó, pero en sus mentes pasaron cientos de años. Cain sin embargo ignoró a su hermano, y se acercó a la princesa. "Iris, nadie está listo cuando lo llama el deber. Y quienes creen estarlo, harían terribles reyes y reinas."
La mujer alzó la cabeza, una lágrima deslizándose lentamente en su mejilla. Sus ojos rojizos, su complexión, su cabellera. Abel no podía decir una palabra. ¿Cómo podía una mortal ser tan bella? Si Elir ponía sus ojos sobre ella, se moriría de envidia. Cain miró fijamente a la princesa, una sonrisa en su cara. "Además, recuerda que siempre estaré contigo. Somos hermanos, ¿verdad?"
Ante esto, Abel levantó la mirada, herido, posándola sobre el chico. Su pelo rojizo escondía sus ojos, pero su voz estaba llena de acusasiones. Iris no parecio comprender de qué trataba aquello, y con una sonrisa, asintió, antes de despedirse. La esperaba un baile, donde conocería a su prometido. Poco sabía ella, este sería el comienzo del fin para los Nelan.
"Eres bueno dándole consejo a los mortales, hermano" Abel sonrió, en silencio. Su estoicismo siempre irritó a Cain. Tenía una forma de hablar tan altina, y ni siquiera lo hacía a propósito.
"¿Estas aquí para llevarme de vuelta? ¿Padre finalmente salió de su palacio?" el pelirrojo habló con desdén, su voz hiriéndo incluso el corazón de piedra de Abel, que se cruzó de brazos. La brisa de la noche puntuó las palabras de Cain, que se dió vuelta para enfrentar al visitante. "Esa chica es mucho más que una mortal"
"Me disculpo" las palabras de Abel fueron rápidas y embarazosas. La verdad era que no había hablado con su hermano desde la Guerra Arcana, miles de años atrás. Tanto había ocurrido desde entonces. Este chico que se alzaba frente a él no parecía un dios, sino un mortal, como el resto de los Nelan. "Has cambiado" su mano se puso sobre el hombro de Cain, su mirada llenándose de compasión.
Solo entonces, el pelirrojo descendió la mirada. Miles de palabras le venían a la mente, pero ninguna parecía apropiada. Tantas cosas tenía por decirle. ¿Por qué no me ayudaste? ¿Por qué no me hablaste sobre mamá? ¿Por qué no me buscaste? ¿Por qué mataste a Agni? Levantó los ojos, llenos de resentimiento, y quizá buscó decirle lo mucho que había ocurrido, lo mucho que lo había extrañado, lo mucho que lo odiaba por seguir las instrucciones de Asmodeus al pie de la letra.
Y sin embargo, lo único que pudo hacer fue estrellarse contra la firme forma de su hermano en un estrecho abrazo, lleno de emociones.
Una acción habla más que mil palabras.
El resto de la historia de Cain conlleva tragedia, y pena. Pero en ese momento, en ese instante, el dios se sintió completo.
Esta historia no habla solo de Caín, sino también de su amado, Xoth, Rey de Reyes, el más grande de los Teng, y el ser más poderoso que alguna vez tocó el plano material. Mismo si esta parte de la historia no toca sus grandes aventuras, su destino y el de Caín estarán para siempre entrelazados.
Caín aprendió a luchar con sus hermanos, mismo si no participó mucho de la Guerra Arcana. En su mano derecha, llevaba siempre la legendaria espada Mordred, hermana de Excalibur, portada por su hermano, Abel.
Date of First Recording
Desconocido.
Date of Setting
Pre-Calamidad.
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