La Constancia del Tiempo
De los Diarios de Constantine
Los tiempos del mundo no me mueven.
Me suelo preguntar por qué. ¿Será el poder casi infinito que llevo? ¿Las artes arcanas que solo a mí responden? ¿Serán las cientos de experiencias que viajando por el plano material he acumulado? ¿Será la necesidad de desentenderme de los años para hacer mi trabajo? ¿Serán los años que pasaron desde la última vez que sentí plenamente?
No. Por más que me tachen de inmortal, y me asocien a aquellas cualidades más allá del tiempo que muchos seres celestiales poseen, en el fondo sigo siendo mortal. Lo fui en un momento, y hoy por hoy, mismo renovándome constantemente con el mitril, sigo sintiendo tanto como el primer día. Sigo siendo igual de idiota que la primera vez que mordí aquel fruto. Sigo viviendo mi vida como la de un Mératar, pero en escalas mayores.
¿Entonces por qué? Encontré solo una pregunta. La belleza. Y una muy particular, a decir verdad, ya que la tengo presente cada vez que regreso a mi hogar más allá del hogar. No estoy hablando de Astartes.
Es la belleza del Shadowfell. Una impasible constancia, una realidad más allá de la realidad, un mundo en el que todos son bienvenidos. Un lugar más allá del tiempo. Siete veces dio la vuelta al mundo la sombra de Perséfone, y siete veces tejió su umbral, para que dentro de la oscuridad del plano material se manifieste una casa, un hogar, una morada; así cuenta la historia, por lo menos.
La tierra de los desamparados, que todo Mératar debe atravesar a la hora de su muerte. Vagar por sus llanuras blancas y negras, marchar en el sinfín de tormentas y tifones de la Desolación, visitar los bosques de mitril. A veces me paso días y días solo contemplando su belleza. Porque hay cierta belleza en la constancia, ¿no es así? En la eternidad que se sucede dentro de los velos del Shadowfell, donde el tiempo pasa siete veces más rápido. Siete años aquí suponen uno en el mundo “real”. ¿Pero qué es real, al fin y al cabo?
La “realidad” de la que tanto hablan, el mundo primo, el hogar de conflictos y batallas, de importancias desentendidas, no es más que un montón de mierda. ¿Cómo podría compararse el Kiljimanjaro a las cordilleras infinitas de la Desolación, donde toda montaña lo sobrepasa? ¿Cómo podría el Lago Hilde verse cara a cara con las cataratas de Cirith, que caen en fractales y formas prismáticas, siempre cambiantes? ¿Qué ciudad, sea Númenor o Desembarco, podría compararse con los Pasares de Mandus, infinitos en escala, vacíos hace miles y miles de años, pero aun totalmente funcionales?
¿Y cómo podría algún arquitecto, sea Shpear o Azaghal, replicar el trabajo de un Dios?
Pues el Palacio de Medianoche, la Torre del Juicio, la Última Ventana; la Morada de la Muerte misma, en la Meseta de Vientos Aullantes, es única en el Uroboros. No lo diga con certitud, pero creo ser el único mortal que rondó sus pasillos, observó desde sus balcones, se detuvo en sus ventanas. Solo yo pude ser testigo del vórtice de almas que en un momento se acumulaba en las ventanas del Faro. Pude sentarme a los lados de Thanatos mientras hacía los deberes que su señora Perséfone le había encomendado antes de su muerte.
Siempre tuve buena relación con él. Un faldar brillante, y de voluntad inquebrantable, capaz de empeñar el trabajo de Juez y Juzgado para cada alma que se le presentaba. Durante casi toda la eternidad misma del Shadowfell, el proceso de los Mératar estaba claro. Todos y cada uno de ellos, al no ser reclamados por algún ángel o demonio, dios o primordial, se presentaban ante Thanatos, en la Torre del Juicio. Allí, era él quien decidía su destino. Juzgaba sus acciones en vida, desde nacer hasta morir, y los enviaba a los planos exteriores.
Siempre ocurría que los dioses y demonios del Uroboros querían manipular o cambiar el flujo de las almas, y en consecuencia muchos intentaron tomar la Torre del Juicio, pero nunca tuvieron éxito. Las enseñanzas de Scathach perduran en los guerreros del umbral, y nadie en la historia pudo tomar el trono de aquella torre.
Yo pude ver como Thanatos trabajaba, como respondía impasiblemente a los mortales desesperados, como tranquilizaba a los desamparados, como castigaba a los despreciables. Quizá de él aprendí más de lo que podría admitir. Sigo usando a Carmichael como si fuese mi segunda piel, y fue Thanatos quien me ayudó a atraparlo.
Una lástima lo que ocurrió. Nyx llegó disfrazada de Perséfone, luego de ser derrotada por Altair el Puro, en Rel. Herida, pidió ayuda del noble caballero, que se dejó engañar, y cuando menos lo esperaba, la Madre de la Noche le esclavizó. Desde entonces que las almas ya no se detienen en la torre del juicio, sino que vagan sin sentido por el Shadowfell. Hizo falta la bendición de Rinerya para que algunas de ellas puedan hacer el camino inverso y volver a la vida en sus antiguos cuerpos.
El conducto que Nyx creó fue aprovechado por Rinerya hasta cierto punto. Eventualmente, como todo lo que Nyx toca, se trastornó en la corrupción de las Hijas de la Noche durante el Eclipse, que Charles y yo tuvimos que hacer desaparecer de los libros de historia. Es extraño como funciona el poder divino. Mientras más seguidores, más poderoso se vuelve el Dios. Y no podíamos seguir entregándole a Nyx tanto poder. Mismo si el pequeño truco de olvido está trillado a este punto, es una buena manera de controlar cuánto estos dioses carroñeros toman de los Mératar.
Con Caín fue necesario, hasta un punto, o por lo menos eso decía Perturabo. Era necesidad hacer desaparecer el nombre de Caín así teníamos la posibilidad de inseminarlo en los guerreros del trueno. Otro fracaso de Citrine, por lo menos en esta línea temporal.
El punto es que, antes de que Nyx tome el Castillo de la Disidencia, yo caminé sus pasillos. Desde entonces no me mueven los quehaceres del mundo. Quizá habrá sido las infinitas almas irrelevantes que pasaron bajo mis ojos. Quizá fue la calma de un verdadero inmortal en Thanatos que se me pegó. Pero siempre me gusta decir que fue la belleza.
Occuleth me ha pedido que me ocupe del pequeño tema de Nyx. Charles también. Y lo haré, en su tiempo. Algo podré crear si me permiten el estudio de las hijas de la noche, en vez de ordenar su ejecución. Quizá en eso Charlie se pasó. Pero quien hubiese visto a Rinerya en acción haría lo mismo. Por suerte la Batalla de las Aves fue su última, o estaríamos todos en la tumba.
Si de algo uno no se escapa, incluso en la constancia fuera del tiempo, es del laburo.
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