Perséfone
La Reina de los Cuervos
Última de una Raza Olvidada
Nadie sabe su verdadero origen. Solo que en algún momento del antiguo pasado, cuando todavía no existían las ideas, cuando todavía el Magnus Opus no había creado el mundo, ella apareció en el río, bañándose en las rosas de un claro. Data de una historia tan vieja como Adra misma, cuando todavía Apocrypha y Elysium no habían dividido el mundo, y cuando todavía la Guerra Arcana no había transformado Elysium en lo que hoy conocemos como los Planos.
No, esta historia es tan vieja como las historias mismas.
Pues de Asmodeus y Paelor, ya hemos hablado, pero de Perséfone? Pocos escritos se animan a mencionarla siquiera. Su nombre, su ser, todo ha sido borrado, por su propia voluntad. Pues quizá conozcamos su muerte, a manos del Asmodeus, pero no conocemos su asunción.
Su raza, antigua, nacida del mismo Primordial Mandus, a quien llamaban el Creador, o el Herrero, fue victima de un terrible genocidio, a manos de los demás Primordiales, corruptos por el abismo, furiosos por la muerte de Atlas a manos de Bahamut y Tiamat. Era para ellos un insulto como Mandus traía a su mundo vida, en vez de ayudarles a vencer a los Titanes, que en breve, con el Magnus Opus, se volverían dioses.
Crear es un placer y un peso. Pues claro, todos querían hacerlo, pero muchos no tenían la habilidad. Khorne intentó replicar a Mandus, creando crudos demonios, llenos de furia y dolor. Nurgle le siguió, pero la vida que creaba mataba a cualquier otra con su simple presencia. Luego Tzeench, y Slaanesh, con resultados parecidos. Le siguieron Elir, Calgar, Abbadon e incluso Lolth, todos fracasando espectacularmente.
Entonces, los más viciosos de entre ellos, quienes serían más tarde los Príncipes Demonios, junto con Abbadon, dios de la mentira, decidieron destrozar la raza perfecta que había hecho Mandus. Pues, al fin y al cabo, no eran más que hormigas. Cómo osaban respirar el mismo aire que ellos?
La masacre fue terrible, en lo que llamarían entonces el Segundo Pecado, pues el primero siempre fue el asesinato de Atlas. Nadie sobrevivió, excepto por ella. Una única mujer, todavía joven, con una vida por delante. Una vida inmortal, pues el concepto de muerte no había nacido todavía. Había una vida, luego la nada misma de la inexistencia. El Vacío.
Mandus, desolado, bendijo a la pobre niña para que escape, corriendo por las tierras de Adra. Animales creados con arcilla blanca y negra nacieron de las manos del primordial, y protegieron a Perséfone. Así fue como se creó a los cuervos, pues su inteligencia, y su habilidad para seguir la sangre siempre les venía bien para encontrar a la niña, que apestaba de muerte y miseria.
Mucho tiempo tardó en llegar al otro lado del mundo, donde encontraría a Zedekiah, Asmodeus y Paelor, entrenando para el Magnus Opus. Sin embargo, un primordial en particular no estaba contento con Mandus. Lo odiaba, incluso, y había jurado terminar con su creación. Sus celos lo transformaron en una serpiente, y el gran Abbadon se escabulló por los árboles, escondiéndose de los cuervos. Siguió a Perséfone hasta el fin del mundo. Allí, encontró también a los Titanes.
La historia continua como todos la conocen. Perséfone se enamora perdidamente de Asmodeus, quien reciproca sus sentimientos, pero no puede corresponderlos por su importante deber. Paelor, en cambio, que también había quedado mesmerizado por la chica, pasó más tiempo con ella, mientras su hermano trabajaba.
Derrotada y furiosa contra el Ángel Negro, decidió entregarse a su otro pretendiente. Abbadon entonces fue quien le menciono aquello a Asmodeus, que atrapó a los otros dos en el acto. En un instante de furia, usó su poder para hacer caer una estrella sobre ellos, y escapó, odio y resentimiento en su corazón, que se arrancó del pecho, enterrándolo profundo en la tierra. Luego, resentido contra su propio maestro por ocultar lo que ocurría entre Paelor y Perséfone, se presentó al Magnus Opus, solo para cantar en solitario, su frustración y odio impregnando el nuevo mundo, y creando mucho del mal que vemos hoy en día.
Fue entonces que le llamaron el Dios de las Sombras, y fue desterrado de Adra. Aceptando su destino, creó Baator, y se sentó en su trono de hielo, para luchar por siempre contra las horribles criaturas nacidas de su propio despecho. Nunca se arrepintió. Pero nunca jamás volvió a amar.
En cuanto a Perséfone, el ataque la mató. Paelor era un titán, pero ella no era más que la arcilla blanca y negra de Mandus, y se deshizo ante el calor. Su existencia hubiese terminado allí mismo, si no fuera por su patrón. Los cuervos revolotearon alrededor de su cadáver, y recuperaron solo su esencia, que trajeron al mismísimo Mandus. Es por eso que hoy por hoy los cuervos comen de los muertos, pues se llevan su esencia a otro mundo.
En su taller, al fin del mundo, el primordial intentó desesperadamente salvar a la chica. Magia que aún no era magia brillo por horas y horas, días y días, años y años, hasta que finalmente, con sellos del color de mariposas brillantes, logró forjar un vestido que mantendría a Perséfone entera. Los otros Primordiales, con odio de que Mandus esté creando de nuevo, atacaron su mismo taller con hordas de criaturas, hasta que se presentaron ellos mismos.
Fue entonces que Perséfone tuvo que escapar nuevamente, mientras ahora, su benevolente creador moría ante las púas y lanzas de los demonios. Antes de irse, sin embargo, Mandus le entregó sus herramientas, con las que ella podría algún día trabajar, pues había aprendido mucho de él, sin duda. Escapó de nuevo, hasta lo más recóndito de Adra, dentro de un bosque oscuro, donde encontró un Rey que odiaba a los demonios, y que portaba una cabeza de cabra.
Se hacía llamar el Alquimista, y había creado muchas cosas, tal como Mandus, y como los ahora "Nuevos Dioses" luego del Magnus Opus. Perséfone, su alma templada por el dolor de perder no solo a su gente, sino a sus amado, comprendió qué debía hacer. Ella fue la primera criatura que alguna vez murió, pues había regresado de donde nada puede regresar. Había vuelto del abismo. De donde ningún dios o primordial pudo.
Entre mortales, la muerte es el fin. Pero no lo es. Nunca lo es. Antes, en esa época, no había muerte, sino que había algo mucho peor. Una muerte tan final que no se llamaba siquiera así. Un último suspiro significaba no que el alma pasaba a mejor vida, sino que la individualidad dejaba de existir.
Mandus, había dejado de existir.
Pero ella no. Ella había muerto.
Junto con el Alquimista, que quería desesperadamente probar sus nuevos experimentos en su voluntario sujeto de prueba, creó tres piedras rojas, brillantes, que contenían pizcas de divinidad. Para ellas, Perséfone tuvo que viajar por todo Adra, siempre evitando a los Dioses, e incluso tuvo que robarle una pertenencia a cada Catástrofe, criaturas de inmenso poder, nacidas con el Uroboros, luego encarceladas por los dioses y los Primordiales. Así, tres piedras filosofales fueron creadas.
Perséfone tomó una, y, viendo por última vez Adra como mortal, la engulló, quemándose por dentro, hasta desaparecer en llamas. El Alquimista luego tomó la única pieza de su esqueleto que restaba, su cabeza, y la fusionó con la Piedra Filosofal, creando a Hamlet.
De dentro de este, surgió Perséfone, como nunca antes había surgido. En ropajes negros y pesados, tal cual como Mandus, su verdadero padre, nació la Reina de los Cuervos.
Muchas cosas hizo la Diosa de la Muerte, desde crear el concepto de mortalidad, permitiendo que los dioses puedan crear almas sin tener que ocuparse para el resto de la eternidad de ellas; hasta reconstruir a su propia raza, un tanto diferente, como los Faldar, o Elfos Grises.
Asmodeus y la Reina nunca pudieron volver a amar, pues el precio de ser la Diosa de la Muerte es mucho mayor que los sentimientos, y el Dios de las Sombras se había librado de cualquier emoción mucho antes. Paelor siempre albergó resentimiento contra su hermano, tanto como contra la Reina, que, en vez de regresar a él como Perséfone, había decidido ascender y volverse una de ellos.
Decenas de miles de años pasaron, y la Reina se mantuvo impasible, llevando a cabo el legado de Mandus, y cuidando de los muertos. Sin embargo, de todo su antiguo ser, perduró solo su brava voluntad y su ingeniosidad. Durante la historia, no intervino mucho en el mundo, excepto para servirse a sí misma.
Tomó brillantes almas al correr los años, transformándolos en Serafines de la Reina. Incluso, a los más importantes, los nombraba como Campeones de la Muerte, con el título de La Parca. Siempre hubo, y siempre habrán tres Serafines, además de un campeón. Silvius, de la Tumba de los Héroes, es hoy en día uno.
De muchas cosas es responsable la Reina, y muchos todavía la resienten por no ser un Titán, sino una simple creación que ascendió. Ella no termina de decidirse. A veces detesta su antigua vida, pero de tanto en tanto, en la Torre del Juicio, se la ve en su antigua apariencia.
Una chica con pelo negro como el plumaje de un cuervo, bailando en su vestido oscuro adornado de brillantes mariposas. Se dice incluso que, hace no tanto, bailó con una cierta princesa, ya que esta la había conmovido tanto con la historia de su muerte.
Hubo un tiempo en que Perséfone tomó lugar entre los mortales, conocido por pocos. En la forma de Pandora, enamoró a Ozymandias, y le consumió en oscuridad. Juntos, tuvieron un único hijo: Xoth, rey de reyes. Hasta hoy, no se sabe qué ocurrió con la imagen de la Reina en ese entonces, pues una vez que Ozymandias cayó, Pandora desapareció, y los cuervos alzaron nuevamente a la Reina en la Torre del Juicio.
No fuiste tú quien dijo... Que el amor mata más rápido que cualquier espada? Tenías razón. Pues quizá el sol no se apague, quizá las estrellas brillen para siempre. Pero tú, y tu pobre corazón, estarán destrozados hasta el fin de los tiempos. No vuelvas a por él. No te será agradable verle de nuevo.
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