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Excalibur

El Filo del Sol

La espada en la roca. Esperando a su portador.   La historia de Excalibur es tan antigua como la de muchas reliquias. Su origen se traza al comienzo del Sol, y al nacimiento de Zariel, quien lo cuidaría en Celestia durante milenios. El sol fue creado por accidente, cuando Ecthelion dejó escapar la Llama de Änor. De un lado, surgió la fuente de la juventud, en lo profundo del archipiélago Caribdis. Del otro, el Núcleo Prismático, una luz que atraviesa hasta el día de hoy los ocho planos exteriores. Pero solo en uno esa luz se mantiene. La Llama se canalizó en la tierra de Bahamut, donde fue moldeada por trabajo y sudor hasta nacer el cuerpo astral de luz que Celestia siempre portaría.    El Sol, sin embargo, era inestable, y no paraba de crecer. Como un capricho, como un berrinche de la Llama, amenazaba con consumir todo el paraíso. Zariel fue el único, de todos los dioses, que pudo acercarse lo suficiente como para enterrar su espada dentro. El Ángel buscaba destruirlo, cortar aquella corrupción, pues no podía ser natural una luz que todo lo consume. Su deber, encargado por el mismo Bahamut antes de su muerte, era el de cuidar de Celestia, y de sus soldados. Con este propósito, estaba listo para cualquier cosa.    El Sol, sin embargo, al recibir el arma sagrada de Zariel, no murió, no se apagó, sino que brilló aún más. Su luz ahora cálida y no radiante emanaba calma y vida. Las plantas de Melora se alzaron cien veces más altas, y los jardines de Celestia florecieron como nunca antes. En cuanto a Zariel, ángel de la victoria, primer hijo de Paelor e Ioun, había desaparecido. Cientos de años pasaron hasta que resurgió del mismo Sol, su espada ya no la de un ángel, sino la de un Dios.    Los residuos de divinidad del núcleo prismático ascendieron al titán alado, un halo de luz para siempre acompañándolo, pues había domado lo indomable. Su espada, ahora dorada y con un pomo blanco de ópalo, emitía la energía de la pureza. La venganza del Sol, algunos le decían; la rabia de Ecthelion, otros. Pues Lolth había intentado comerla, y en vez de ello, había consumido a la bella Yavanna. Esa furia indescifrable se transformó en un arma para purificar el Uroboros: Excalibur.    Con su propósito escrito en el filo, el artefacto acompañó a Zariel en sus guerras. Todo primordial, o nacido de uno, era susceptible a la espada de los cielos. Su odio, transformado en disciplina, quema a todo lo relacionado con Lolth, primordial de la tierra. Así, los demonios, nacidos de los Príncipes, tanto como los No-Muertos, herederos de la Reina (y por ende, de Mandus), son desintegrados por el arma.    Zariel utilizó Excalibur en sus legendarias cruzadas, bajo ordenes de Asmodeus, contra las doce incursiones demoníacas de la historia del Uroboros. Una cada mil años desde la Promesa Oscura, fueron repelidas todas y cada una por los ángeles de la Legión Obsidiana. Cada una más poderosa que la anterior, fue la novena, en el año -2644, que llevó a la locura del Emperador Consumido, Ozymandias. La décima fue la peor, conocida como el comienzo de la Guerra contra el Vacío, que duró casi mil años. La onceava y doceava, sin embargo, fueron destruidas antes incluso de llegar al plano material, como tantas anteriores, por las armadas de Zariel.    Se cuentan leyendas de la batalla entre Zariel y Khorne, durante la octava incursión oscura. Luego de días de lucha, o así cuentan las leyendas, Excalibur pudo finalmente herir al Príncipe de la Sangre de tal forma que nunca podría volver a levantarse de su Trono de Calaveras, exiliado a lo más profundo del Abismo. Zariel, sin embargo, también perdió mucho durante este duelo; se dice que una de sus alas había sido arrancada por el monstruo.    Ángel de la Victoria, pero también, ángel de la redención, el dios del sol dejó siempre que Excalibur escape de sus manos, pues tiene consciencia propia, y sabe cuando será más necesitada... y por quién. En este sentido, Zariel no es más que su portador, pues el arma le eligió al forjarse, pero siempre termina en manos de quien más la necesita al final de la historia. Su afinidad por héroes se traza a su camino con Ecthelion e Yavanna, en su forma de Llama de Änor.    Solamente quienes tengan un corazón puro y las mejores intenciones podrán cargar con el Sol. Solo un alma bondadosa y de gran misericordia sería digna, tal como alguna vez lo fue Yavanna, antes de ser devorada. Bajo estos criterios, pocos son quienes se consideran capaces de llevar Excalibur, menos los que lo son verdaderamente.    Existen dos historias sobre la gran Excalibur y sus héroes. La primera habla del intrépido Illien, Bardo de Bardos, y de como, al encontrarse con la espada, clavada en una roca y rodeada de una multitud, se acercó tocando una canción que tanto agradó a Excalibur que se dejó retirar de la roca. Cargando el artefacto como una paradoja, pues quien halla conocido a Illien por poco más de cinco minutos sabría que de virtuoso no tenía nada, el Bardo venció a un Señor de la Fosa que había sido conjurado al mundo por un grupo de ocultistas de Khorne.    La segunda, y la más famosa, habla del trágico Arthur, y de los caballeros de la mesa redonda. En forma de humano, Zariel dejó a Excalibur donde ella lo deseaba, y, tomando el papel del Caballero Galaghar, guio a un joven Arthur, enamorado de su princesa, a la roca. Cuando levantó la espada, Zariel supo que había encontrado a su campeón. Le trajo a aquel torneo, en el cual derrotó al mejor de los caballeros del Rey, Lancelot. Entonces, la proyección del dios se arrebató del plano material, contento de observar, como testigo, como su campeón crecía en una fuerza del bien invaluable.   Fue años después, por la maldad y la codicia del hombre, que Zariel se enfrentó por primera vez contra aquella Catástrofe. Nalash, sus largos tentáculos tomando la mente de Uther, el rey, le hizo enamorarse de su propia hija, Diana, prometida a Arthur desde aquel torneo. La guerra ya ganada, aquel corrupto encerró a los legendarios Caballeros de la Mesa Redonda, para luego ejecutarlos. Fue entonces que la corrupción llegó a Arthur mismo, ofreciéndole el poder de la venganza. Zariel perdió todo contacto con su reliquia, Excalibur, cuando Nalash la tornó en Caliburn, espada corrupta. Es entonces que los eventos de la Caída de Vintas sucedieron, la forma herética de Arthur destruyendo todo lo que alguna vez había sido suyo. Zariel nunca pudo recuperar la espada, y volvió a sus servicios, otro fracaso en la infinita lista de errores cometidos por los dioses. Pensó que él sería diferente, que él podría cambiar el ciclo de odio que ataba a los mortales con los titanes, pero tal como su padre, como su tío, como sus hermanos, fracasó.   En su forma apagada, Excalibur lloró por Arthur y por Diana, pues le recordaban a Ecthelion y a Yavanna, tantos años atrás. Mismo si Zariel la había perdido, todo el panteón sintió su dolor. El llanto de la espada, ahora un artefacto de destrucción para una catástrofe malévola, llamó la atención de otro héroe. Un héroe antiguo, un héroe bondadoso. Un héroe de héroes, que escuchó la historia de la espada y lloró con ella por Arthur y por Diana.    Aquel itinerante perdido permitió que las almas de la pareja se salvaran, por el duelo de Caliburn, y en la Torre del Juicio, que regresen a la vida como serafines. Caliburn todavía herida, todavía corrupta, se mantuvo en manos de Arthur, pues el acto de odio que la había trastornado era mayor que cualquier otro. Sin su artefacto, el Ángel de la Victoria comenzó a perder poder, Celestia lentamente apagándose por la oscuridad del terrible Nalash.    Tiempo después, Zariel se volvió Galaghar, negando su divinidad y tornándose en un mortal sin rumbo. Pues solo su artefacto podría regresarle las memorias, o el propósito. Solo así podría salvar el mundo.   Solo un milagro podría tornar el artefacto de nuevo. El filo, ahora oscuro, necesitaba de un acto heroico más grande que cualquier otro. Fue cuando Arthur, ahora acompañante de Sif, devolvió el arma a su dueño original que Galaghar recuperó su poder, o una parte, y derrotó a la campeona de Nalash, purificando Caliburn y regresando la luz de Excalibur al mundo.   No hay logro sin sacrificio, sin embargo, pues solo el poder de Nalash mantenía a Arthur en pie, y sin Caliburn, sus vendas se cayeron y su corazón dejó de latir. Sif, quien alguna vez había sido Diana, lloró como Ecthelion al ver morir a Yavanna. Excalibur, testigo de una historia que se repetía, dio el poder necesario a Galaghar para combatir a Morgana.    La espada, ahora en manos de nadie, fue delegada a los héroes del Uroboros por parte de Zariel antes de morir a manos de su antiguo enemigo, Khorne. Su luz se apagó, su fuerza ya no late en manos de nadie, pues nadie es digno, pues nadie es puro. Como un berrinche, como un capricho, la espada se niega a funcionar. El poder del sol corre por su filo, y tiene el mismo temperamento. Poco a poco, su brillo se desvanecerá para siempre, pues sin su dios, la reliquia no tiene a quién seguir.

Mechanics & Inner Workings

Excalibur es una espada de dos manos, pero solo puede ser utilizada por quien es elegido. Carga la luz del Sol, por lo que quien sea capaz de llevarla podría utilizar los poderes curativos de la luz radiante. Contra no-muertos, demonios y drow ignora resistencias e inmunidades, además de ganar daño adicional. Se dice que, al jurar por la espada, Excalibur puede liberar un fuego sagrado que corta todo lo que toca en un único y poderosos cataclismo. Difícil es conjurar dicho poder, pero incluso dioses podrían ser susceptibles a su corte.
Excalibur requiere disciplina, requiere dedicación, requiere heroísmo. Requiere bondad, requiere compasión, requiere confianza. Requiere virtud, requiere generosidad, requiere honor. Y por sobre todo, requiere un alma pura que pueda sostener su luz, y un acto de amor más grande que cualquier acto de odio.
Item type
Unique Artifact
Current Holder
La inscripción gravada en el filo se forjó por las primeras palabras del Ángel de la Victoria, y funcionan como el juramento de la espada:   "Seré la llama en la oscuridad,   lucharé la envidia con caridad,   la codicia con generosidad,   la desesperación con felicidad.   Y todo impuro que en mi camino encuentre,   sufrirá la furia del sol por sus pecados.   Piadoso seré frente a las almas inocentes,   Implacable frente a los condenados"

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