Abyss
Pandemonium de las Almas
Al borde del Uroboros, rozando el final del multiverso, se encuentra el sifón de almas: Abyss.
Este lugar no siempre fue un agujero negro, nacido de la ira y el caos. No, al contrario, alguna vez fue parte de Adra, el mundo que ya no es. Era una de sus cuatro puntas, donde el primer Primordial, Atlas, nació. Nadie sabe cómo, ni por qué, pero algo en él era diferente a Bahamut, el primer dios. Algo los hacía una dualidad, y no un conjunto. Quizá la voluntad de cada una de las serpientes. Quizá la duomancia que prevalía en la época. Uno nunca podrá saber con exactitud.
Antes de ser dioses, Bahamut y sus compañeros eran llamados los Titanes, que rápidamente se enemistaron con los Primordiales, pues los primeros representaban las ideas, las emociones, las imágenes, los otros representaban la materia, lo físico, los elementos. Miles de años tardaron los Titanes en volverse dioses, pues para ser uno, se debe tener acólitos, y para tomar la divinidad, se debe tener temple.
Se dice incluso que Atlas fue el primer ser en el Uroboros. Luego, nacieron los gemelos, Bahamut, como un titán, voluntad de Aritas, y Tiamat, como una primordial, voluntad de Irikq. Muchos piensan que los dos dragones siempre fueron dioses, pero no. La Diosa de la Destrucción fue el segundo Primordial jamás nacido. Uno puede pensar a los Titanes y a los Primordiales como dos conflictivas especies, voluntades de cada una de las Grandes Serpientes. El estatus de Dios no se crearía hasta la llegada de la vida externa. Es dificil para muchos hacer la diferencia, pues algunos Primordiales nunca se convirtieron en dioses, mientras que todos y cada uno de los Titanes lo logró por su propia manera.
La casa de Atlas siempre fue del lado inferior del Uroboros, en la parte de Adra más oscura, bordeando el cadáver de Irikq, mientras que los jardines de Bahamut siempre se encontraron en el lado superior, donde la luz siempre brillaba. Es hasta hoy que no se sabe por qué razón se vinieron a enfrentar estas entidades. Bahamut y Tiamat, luchando conjuntamente, mataron a Atlas, padre de todo, quizá por envidia, quizá por remordimiento, quizá por justicia. Quizá por el bien mayor.
Luego de la muerte del primer Primordial, de su sangre y cadáver se manifestó un agujero en el Uroboros. Una enorme montaña creció en su pecho, y su odio atrajo para sí como un imán a las almas perdidas. Otros Primordiales comenzaron a nacer, atraídos por la sangre, el sueño, la belleza y la muerte de Atlas. Así, de cada uno de estos factores, los más importantes del muerto, nació un monstruo.
Algunos dicen que fueron las gotas ácidas del Ojo de Aritas, arrancado por la Entidad, que corrompieron a los Titanes para hacerles cometer el primer crimen. Otros dicen que esta misma corrupción solo afectó al ya muerto Atlas, haciendo de los monstruos que nacieron allí Príncipes... y los primeros demonios, ávidos de terminar con toda la vida, incluso con los demás restos del primer Primordial.
De alguna forma, de Atlas surgieron, tocados por el vacío, lo que llamamos hoy los Príncipes Demonios. El agujero dentro del Uroboros que dejó la muerte del Primordial nunca se selló, y como un agujero de almas, se creó el Pandemonium, siempre chupando cual un remolino a la existencia misma.
Alrededor de Atlas, cuatro enormes plataformas, siempre en una constante batalla por no hundirse en el agujero negro debajo suyo, se formaron, una para cada Príncipe. Slaanesh, Tzeench, Baphomet y Nurgle. Diferentes a los Dioses, o Titanes, por ese entonces, estas criaturas no eran más que la sombra de un Primordial, un fragmento de este, con un claro propósito. Sin fallas en su programación, no buscaron su camino, como muchas otras entidades. Cada cual tomó una parte de Atlas, y la seguirá hasta el fin de los tiempos, que esperan con ansia.
Slaanesh, hedonista, se ahogará en placeres y vicios, no importa cuán violentos o inmorales, hasta que su tiempo llegue. Siempre desea más, y siempre buscará más, pues poco lo sacia, y nada lo satisface. Destruirá el Uroboros si es necesario, con tal de encontrar un placer inalcanzable: su fin.
Baphomet, belicista, luchará y matará, pues no hay mayor fin que el asesinato. Verá, si es necesario, a todo el Uroboros sangrar, con tal de saciar su sed interminable. En un universo desolado, es matar o morir. Cada Príncipe tiene un terrible vicio, pero ninguno, ni siquiera Slaanesh, lo persigue con más determinación y furia que el Señor de la Sangre.
Tzeench, señor del cambio, persigue una única cosa: un sueño eterno, una pesadilla sin fin, en la cual él podrá ser el único dios. Diferente a los demás Príncipes, el Cuervo Índigo tiene mil y un planes para completar su objetivo. Nada termina de calmar su eterna búsqueda por conocimiento y saber. El maestro mismo de la imaginación, quiere ahogar al mundo en el caos absoluto de la mente de un monstruo.
Por último, Nurgle. Este príncipe persigue la existencia. Diferente a los demás, representa la muerte en todos sus sentidos, pero también la vida descontrolada. Quiere que sus jardines ensucien el Uroboros, y que la enfermedad abra el paso a la simbiosis de todas las criaturas. Infecciones, epidemias, plagas, no son para él más que herramientas para que el ciclo de la vida se perpetúe. Algún día, todo el mundo será uno mismo, y la muerte no será el fin.
Los Príncipes Demonios comprendieron rápidamente su lugar en el Multiverso. Debían terminar con sus enemigos, quienes mataron a Atlas. Sin embargo, tan opuestos se volvieron, que se ocuparon más de matarse entre sí. Se dice que, juntos, nada podría detenerles. Bajo un único líder, las legiones demoníacas ahogarían el mundo en dolor y pena.
Fue cuando nacieron los mortales que los demonios comenzaron a ver su oportunidad. Muchas razas no eran directas creaciones de los dioses, sino vida espontánea, nacida de las Serpientes. Tenían libre albedrío; por entonces, la capacidad de hacer bien, o hacer mal. Así fue como los Príncipes primero comenzaron a hacer pasar contratos. Las peores almas del Multiverso, por lo menos las que no eran clamadas por ningún dios, se perdían en el Pandemonium, y se convertían en más demonios.
Así, eternos, se propagaron. Tal fue su éxito, que los Dioses tuvieron que permitirle a una mortal volverse una diosa, por el simple hecho de que alguien debía controlar a los muertos. Las legiones demoníacas ya eran casi infinitas por entonces. El avenamiento de la Reina de los Cuervos, con ayuda del Primordial Mandus, molestó particularmente a Slaanesh, que juró terminar con todo lo que aquella simple mortal haría, hasta cobrar su deuda con la mujer; pues sí, algunos dicen que la Reina tuvo que tomar la divinidad para escapar de un contrato con el Príncipe del Placer.
Nurgle y Tzeench no se molestaron en lo más mínimo, pues no usaban mucho contratos en muertos, sino en vivos. Uno debe vivir para tener pesadillas, o para padecer una enfermedad. Baphomet, sin embargo, se enfureció con Mandus, que consideró un traidor. El Príncipe de la Sangre se valía de los muertos más que nadie, pues su propósito era matar, y traía de vuelta a quienes asesinaba como sus lacayos, perpetuando el ciclo de la guerra.
Se dice que Mandus, uno de los únicos Primordiales que nunca se volvió un dios, sufrió la furia del monstruo. Su sangre fue esparcida desde una punta del dominio de Atlas hasta la otra. Tanto lo hizo sangrar, que incluso cuando Adra se separó en Elysium y Apocrypha, el canal rojo perduró, incluso flotando en el Mar Astral. Es lo que hoy se llama el Río Styxx. Baphomet lo hizo sangrar desde Baator hasta Abyss, rayándolo contra el cadáver de Irikq hasta que quedó solamente su espina dorsal.
Así es como, durante una eternidad, los Príncipes devastaron el Uroboros. Cada cual con su propio vicio, buscan preparar todo para la llegada de su segundo padre, la Entidad del más allá. Eso implica, sin embargo, que solo uno podrá ser recompensado, por lo cual están en una perpetua competencia. Nadie odia más que Baphomet a Slaanesh. Nadie desprecia más que Tzeench a Nurgle. Filosofías fundamentalmente opuestas, la única esperanza del universo es que se maten entre ellos.
Geography
Los Príncipes no tardaron en hacer su lugar alrededor del cadáver de su primer padre.
Cada cual de estos demonios encontró su pequeño lugar en Abyss. Para el Príncipe del Placer, los Siete Círculos de la Tentación se formaron para que nadie pueda resistir sus deseos más oscuros. Para el Príncipe de la Peste, su propio Jardín nació de los restos del enorme Atlas, fuente de vida y muerte como una misma. Para el Príncipe de la Sangre, el Inferno fue creado de los huesos del primer Primordial, donde todo, incluso la tierra, busca matar en honor a Baphomet. Por último, para el Príncipe de las Pesadillas, enormes relojes nacieron de su mente, marcando cuanto tiempo exacto falta para el Fin de los Tiempos.
Es en medio de estos horribles paisajes que se creó la Ciudad de Dis. Construida por el mismo Atlas en su espalda, la ciudad milenaria es el hogar de todos los demonios. Cada cual, tomando un poco de sus dioses, los príncipes, buscan ascender en la escala demoníaca. Muchos de esos tratos y pactos que permiten a un demonio ser ascendido toman lugar en la ciudad de nadie, en medio de Abyss. Dis es respetada, pues las reglas que impuso Atlas todavía se mantienen. Es el único bastión de orden en el plano de caos.
Llegará un momento, Poncho, en el que tus amigos te traicionen, y tu ser más querido muera. Cuando todo parezca una pesadilla, cuando tu enemigo esté a punta de tiro... Te arrepentirás de no haber firmado.
Alternative Name(s)
El Agujero Negro; El Pandemonium; La Tumba de Atlas
Type
Dimensional plane
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