Opera la Custodia — Parte I
General Summary
Opera, la Custodia — Parte I
Año 1843 de la Tercera Edad,
Crónica de Callisandre Roselair Cuando los vi llegar, no podía creer que los tenía frente a mí. Traté, en todo momento, de no parecer emocionada por la presencia de Elowen, Ofirithor, Ebuaro y el nuevo —Kaelos, según supe después—. Observaban con mezcla de credulidad e intriga el gran fresco del salón de entrada de la mansión. No tardé en dejarlo bien claro: nadie quiere comenzar una amistad con mentiras. El óleo inmortaliza a Ronnie Rainfox, archimago y antiguo consejero del archiduque Myrilion Dhnoul. Aunque sus actos son reprobables, no puedo evitar sentir cierto respeto por lo que alcanzaron él, Drosserion y Myrilion junto al Orbe del Frío Espectral Infinito. Lo terrible no siempre deja de ser admirable. En mi despacho les hablé de mi sueño: recuperar un libro perdido, una historia conocida como La Hija de las Estrellas. Dicen que su relato es capaz de calmar incluso a la bestia más fiera. Antes de que partieran de viaje, no pude resistirme y les mostré la joya más preciada de la Casa Roselair: la Varita de Aurora, reliquia mágica que antaño perteneció a Ronnie y a la Casa Rainfox. Fuimos al campo de tiro del jardín y todos la probaron. Jamás me había divertido tanto en una tarde. Ojalá regresen algún día; al menos para beber té de jazmín y comer pasteles de mi chef mientras el sol se esconde. De aquí en adelante, solo puedo escribir lo que mis fuentes me han permitido conocer. Aclaro, como siempre, que acostumbro contrastar cada relato con distintas voces: mi deber es acercarme a la verdad, no poseerla.
Morlun, Ríomora. En su camino hacia Riomora, los aventureros divisaron, entre las colinas y los árboles, columnas de humo oscuro que se alzaban contra el cielo todavía azul. Al llegar, el panorama era desolador: cadáveres, casas destruidas, sangre y escombros componían un silencioso telón ante un grupo de supervivientes. Tres figuras adultas y una más pequeña observaban el vacío con la mirada hueca de quienes han vivido la masacre en carne propia. El grupo se dirigió a la plaza central. Mientras algunos inspeccionaban los restos, otros intentaban obtener palabras de los sobrevivientes. La más joven, una niña de cabello blanco y vestido negro, respondió a las preguntas de Elowen. Su voz era débil, casi ausente, pero pedía auxilio: deseaba marcharse de aquel lugar y ser llevada a la aldea más próxima. Entonces, la niña sacó de entre sus bolsillos una baraja de cartas. Elowen la observó con sospecha, pero aceptó sacar una al azar. Cuando la tocó, sintió que la carta pesaba más de lo que debería. En el dorso se veía el retrato de una mujer alta, envuelta en una túnica, sin boca. No era el tipo de juego que una niña llevaría consigo. La carta comenzó a brillar, y la figura del naipe apareció frente a Elowen. Era espantosa. La elfa drow, acostumbrada a las sombras del inframundo, no pudo pronunciar palabra alguna. Mientras tanto, los acompañantes de la niña revelaron sus verdaderas intenciones y atacaron. En medio de la contienda, uno de ellos lanzó otra carta al aire. De ella emergió un león alado, cubierto de cicatrices. Sus alas se abrieron de par en par, y su rugido estremeció la plaza. Ofirithor logró abatir a uno de los agresores, pero Elowen seguía paralizada, sin poder articular un hechizo. Ebuaro, al verla así, corrió a ayudarla. Sin embargo, al contemplar la aparición, también perdió la voz. Frente a ambos, la niña los observaba con ojos rojos como brasas, y una sonrisa que mezclaba perversión y deleite, al borde de la euforia. En su mano surgió una guadaña negra de filo rojo. —Mi fabricante me llama “proyecto” —dijo—. Pero me gusta más el nombre Opera. Flotó con una gracia imposible y blandió la guadaña contra Elowen con velocidad inhumana. Kaelos, superado por el león alado, cayó de rodillas, perdiendo la conciencia. Desde donde estaban Elowen y Ebuaro, la niña —levitando aún— sintió el alma del dracónido pidiendo auxilio. Descendió hasta él y apoyó la guadaña sobre su sien. En ese instante, Kaelos sintió cómo su vida se drenaba y era arrancada de su piel. Un remolino verde brilló, y una carta apareció en la mano de Opera. En ella, una inscripción: La felicidad de Kaelos. Kaelos cayó al suelo, inconsciente.
Opera, con una mirada repulsiva y una sonrisa desagradable, levitó hasta quedar frente a Elowen. Entonces colocó la carta entre sus manos. —Imagina las posibilidades, querida —susurró con una risa cargada de emoción y morbo—. Lo que puedes hacer con ella… y quién sabe en cuántas formas se romperá tu amigo. Acto seguido, la niña llamó a su mascota. —Bola de Nieve —silbó. La bestia alada descendió con un rugido grave, plegando las alas para inclinarse ante su ama. Opera subió a su lomo con elegancia enfermiza y, en un remolino de polvo y sangre, se alejó entre las nubes. Elowen, fiel a sus principios, guardó la carta hasta que Kaelos hubo sido sanado. Cuando al fin despertó, la elfa se la devolvió. El dracónido la observó con pesar: sentía que algo dentro de sí faltaba, algo vital, imposible de nombrar. Desesperado, rezó… y rezó. Pero quien respondió lo hizo de una forma extraña. En un destello de luz, Kaelos vio ante sí una figura colosal, un ser esculpido en mármol pálido que respiraba. Su tamaño era inconcebible. Aquella forma femenina, de curvas perfectas y desnudas, lo observó con ojos dorados, y sus labios del mismo brillo se abrieron sin pronunciar palabra. Del cuerpo agrietado del ser brotaba un líquido amarillo y resplandeciente que caía en cascadas, formando un vasto lago de oro fundido. En un parpadeo, Kaelos se sintió completo otra vez. La carta había desaparecido, y una leve calidez en su pecho le hizo sonreír, como si su alma, por fin, sonriera también.
Crónica de Callisandre Roselair Cuando los vi llegar, no podía creer que los tenía frente a mí. Traté, en todo momento, de no parecer emocionada por la presencia de Elowen, Ofirithor, Ebuaro y el nuevo —Kaelos, según supe después—. Observaban con mezcla de credulidad e intriga el gran fresco del salón de entrada de la mansión. No tardé en dejarlo bien claro: nadie quiere comenzar una amistad con mentiras. El óleo inmortaliza a Ronnie Rainfox, archimago y antiguo consejero del archiduque Myrilion Dhnoul. Aunque sus actos son reprobables, no puedo evitar sentir cierto respeto por lo que alcanzaron él, Drosserion y Myrilion junto al Orbe del Frío Espectral Infinito. Lo terrible no siempre deja de ser admirable. En mi despacho les hablé de mi sueño: recuperar un libro perdido, una historia conocida como La Hija de las Estrellas. Dicen que su relato es capaz de calmar incluso a la bestia más fiera. Antes de que partieran de viaje, no pude resistirme y les mostré la joya más preciada de la Casa Roselair: la Varita de Aurora, reliquia mágica que antaño perteneció a Ronnie y a la Casa Rainfox. Fuimos al campo de tiro del jardín y todos la probaron. Jamás me había divertido tanto en una tarde. Ojalá regresen algún día; al menos para beber té de jazmín y comer pasteles de mi chef mientras el sol se esconde. De aquí en adelante, solo puedo escribir lo que mis fuentes me han permitido conocer. Aclaro, como siempre, que acostumbro contrastar cada relato con distintas voces: mi deber es acercarme a la verdad, no poseerla.
Morlun, Ríomora. En su camino hacia Riomora, los aventureros divisaron, entre las colinas y los árboles, columnas de humo oscuro que se alzaban contra el cielo todavía azul. Al llegar, el panorama era desolador: cadáveres, casas destruidas, sangre y escombros componían un silencioso telón ante un grupo de supervivientes. Tres figuras adultas y una más pequeña observaban el vacío con la mirada hueca de quienes han vivido la masacre en carne propia. El grupo se dirigió a la plaza central. Mientras algunos inspeccionaban los restos, otros intentaban obtener palabras de los sobrevivientes. La más joven, una niña de cabello blanco y vestido negro, respondió a las preguntas de Elowen. Su voz era débil, casi ausente, pero pedía auxilio: deseaba marcharse de aquel lugar y ser llevada a la aldea más próxima. Entonces, la niña sacó de entre sus bolsillos una baraja de cartas. Elowen la observó con sospecha, pero aceptó sacar una al azar. Cuando la tocó, sintió que la carta pesaba más de lo que debería. En el dorso se veía el retrato de una mujer alta, envuelta en una túnica, sin boca. No era el tipo de juego que una niña llevaría consigo. La carta comenzó a brillar, y la figura del naipe apareció frente a Elowen. Era espantosa. La elfa drow, acostumbrada a las sombras del inframundo, no pudo pronunciar palabra alguna. Mientras tanto, los acompañantes de la niña revelaron sus verdaderas intenciones y atacaron. En medio de la contienda, uno de ellos lanzó otra carta al aire. De ella emergió un león alado, cubierto de cicatrices. Sus alas se abrieron de par en par, y su rugido estremeció la plaza. Ofirithor logró abatir a uno de los agresores, pero Elowen seguía paralizada, sin poder articular un hechizo. Ebuaro, al verla así, corrió a ayudarla. Sin embargo, al contemplar la aparición, también perdió la voz. Frente a ambos, la niña los observaba con ojos rojos como brasas, y una sonrisa que mezclaba perversión y deleite, al borde de la euforia. En su mano surgió una guadaña negra de filo rojo. —Mi fabricante me llama “proyecto” —dijo—. Pero me gusta más el nombre Opera. Flotó con una gracia imposible y blandió la guadaña contra Elowen con velocidad inhumana. Kaelos, superado por el león alado, cayó de rodillas, perdiendo la conciencia. Desde donde estaban Elowen y Ebuaro, la niña —levitando aún— sintió el alma del dracónido pidiendo auxilio. Descendió hasta él y apoyó la guadaña sobre su sien. En ese instante, Kaelos sintió cómo su vida se drenaba y era arrancada de su piel. Un remolino verde brilló, y una carta apareció en la mano de Opera. En ella, una inscripción: La felicidad de Kaelos. Kaelos cayó al suelo, inconsciente.
Opera, con una mirada repulsiva y una sonrisa desagradable, levitó hasta quedar frente a Elowen. Entonces colocó la carta entre sus manos. —Imagina las posibilidades, querida —susurró con una risa cargada de emoción y morbo—. Lo que puedes hacer con ella… y quién sabe en cuántas formas se romperá tu amigo. Acto seguido, la niña llamó a su mascota. —Bola de Nieve —silbó. La bestia alada descendió con un rugido grave, plegando las alas para inclinarse ante su ama. Opera subió a su lomo con elegancia enfermiza y, en un remolino de polvo y sangre, se alejó entre las nubes. Elowen, fiel a sus principios, guardó la carta hasta que Kaelos hubo sido sanado. Cuando al fin despertó, la elfa se la devolvió. El dracónido la observó con pesar: sentía que algo dentro de sí faltaba, algo vital, imposible de nombrar. Desesperado, rezó… y rezó. Pero quien respondió lo hizo de una forma extraña. En un destello de luz, Kaelos vio ante sí una figura colosal, un ser esculpido en mármol pálido que respiraba. Su tamaño era inconcebible. Aquella forma femenina, de curvas perfectas y desnudas, lo observó con ojos dorados, y sus labios del mismo brillo se abrieron sin pronunciar palabra. Del cuerpo agrietado del ser brotaba un líquido amarillo y resplandeciente que caía en cascadas, formando un vasto lago de oro fundido. En un parpadeo, Kaelos se sintió completo otra vez. La carta había desaparecido, y una leve calidez en su pecho le hizo sonreír, como si su alma, por fin, sonriera también.
“Opera... La Custodia. El proyecto sin nombre. ¿Qué clase de magia puede arrancar un alma y convertirla en un recuerdo de papel? Hay secretos que, por más que me esfuerce en registrar, temo comprender.” — Callisandre Roselair, fragmento de su crónica inacabada sobre los sucesos de Ríomora.
Misiones completadas
- Hallar La Hija de las Estrellas (en curso)
- Evitar ser silenciados (fallida)
- Sanar la herida del alma (completada)
Personaje(s) con los que ha interactuado
Fecha del informe
14 Oct 2025
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