LdL6.5: El Calabozo de la Piedra Viva
General Summary
Imperio de Daran, año 1843 de la Tercera Edad.
Confieso, antes de iniciar este relato, que los hechos aquí consignados me han llegado de segunda mano. Mis principales fuentes son los registros parciales del erudito Eros Tel-Aras, cronista imperial de Daran, cuya sobriedad tiendo a respetar; y las canciones inconexas de bardos y trovadores que, si bien aportan color, son poco confiables para distinguir entre maravilla y exageración. De cualquier modo, el episodio que sigue debe ser corroborado en otros archivos, pues sus protagonistas —Elowen Galanodel, Guts, Acetan y Ofirithor— aún viven, y según se murmura, guardan silencios incómodos respecto a la muerte de N’Stein, un suceso que hiere no solo a ellos, sino también al orgullo de los Filos Libres en su conjunto.
El inicio del viaje
Informados de la solicitud del Imperio, los Filos Libres emprendieron el camino hacia el oeste tras aprovisionarse. El destino inicial era Highstone, aldea portuaria donde los esperaba una flotilla dispuesta a trasladarlos a las costas de Lynderfall. Un contratiempo mecánico en la nave del capitán Roderic obligó a todos a embarcar en la de Rosalind, capitana reputada por su temple.
La mañana era clara tras la niebla costera, pero el mar se tornó incierto a medida que la nave se alejaba de la costa. Fue N’Stein, desde lo alto del mástil, quien divisó los navíos apostados en los acantilados de la isla, custodios mudos y ominosos. El grupo desembarcó y halló símbolos dorados en los cascos, geométricos y desconocidos.
La caverna sellada
En la base de los riscos descubrieron la entrada a una caverna custodiada por estatuas de figuras humanoides de cuatro brazos. Una barrera invisible les cerraba el paso. Tres apariciones surgieron entonces ante ellos, y mediante ingenio colectivo resolvieron la clave que abría el umbral.
La primera cámara guardaba una fuente de aguas negras y brillantes, donde voces susurraban a los oídos de los intrusos. Más perturbador aún fue el enjambre de rostros reflejados en la superficie, cada uno portador de emociones distintas.
En la segunda cámara, Acetan descubrió cadáveres amontonados, corroídos por tierra y piedra que parecían reptar como gusanos. La visión debió resultar insoportable incluso para un estudioso de su temple.
El enigma de los vientos
Al internarse más, Ofirithor se adelantó y halló un foso atravesando la sala. De él emanaban auras blancas que se dispusieron en siete figuras geométricas. Un acertijo mortal. Contra todo pronóstico, el mago halló la solución y, en respuesta, el viento se solidificó en un puente etéreo.
El ritual y la dragona
La última cámara fue la más extraordinaria: un círculo de símbolos brillaba en el suelo, piedras envueltas en llamas azules flotaban a su alrededor, y en el centro un altar sostenía un libro sellado con geometrías doradas. Fue entonces que una dragona anciana, Sythryxia, se manifestó parcialmente. El grupo comprendió que enfrentarse a ella equivalía a un suicidio.
En un acto desesperado, N. Stein disparó contra el libro, rompiendo el vínculo. La dragona adoptó forma humanoide y declaró:
“Esta es mi venganza, y sus vidas, mi ofrenda.”
Acto seguido, su figura se desvaneció, y la caverna comenzó a derrumbarse bajo la furia del mar.
La tragedia en el mar
Entre escombros, Acetan fue herido y quedó inconsciente. N’Stein, exhausto, logró arrastrarlo hasta la salida, mientras los demás alcanzaban la cubierta de la nave. Afuera, la tormenta era descomunal. El rescate se tornó caótico: marineros, Guts y Elowen se lanzaron al agua para salvarlos.
Fue entonces cuando N’Stein sucumbió. Aun mientras era arrastrado por la corriente, transmitió un último pensamiento a su compañero:
“Aun sabiendo que moriría ahogado, busqué la redención.”
Y, según narran, lo hizo con una sonrisa.
Los supervivientes contemplaron desde cubierta la isla de Lynderfall hundirse en el mar, arrastrando consigo no solo a N. Stein, sino a decenas de miles de inocentes.
El Calabozo de la Piedra Viva
(compilado por Callisandre Roselair)
(compilado por Callisandre Roselair)
Notas
Resulta difícil no detenerse en la figura de N. Stein. Su final, relatado casi con ternura por quienes lo presenciaron, oscila entre tragedia y redención. “Sonrió mientras se hundía”, dicen algunos —y me pregunto si esa sonrisa fue alivio, desafío, o quizá una mentira piadosa añadida por labios de trovador.
Sea como fuere, el mar se tragó no solo a un hombre, sino a toda una isla, y con ella, las voces de miles. Hechos así no se escriben en frío: se tallan en la memoria de los sobrevivientes, y quizá jamás alcancen la versión definitiva de la historia.
Fecha del informe
03 Sep 2025
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