CdV45: El enfrentamiento final

El Caballero 15, 1842
Huitzotla, la Ciudad Perdida, Archipiélago de las Cenizas     Por fin la tripulación del Vientoligero había encontrado Huitzotla, la ciudad perdida de los fremen. Siguiendo la inconfundible estela de Deel'Armil, habían surcado durante meses los mares del Archipiélago de las Cenizas intentando, primero, conocer las intensiones del dios y más tarde, detenerlo. Ahora estaban a punto de lograrlo. Habían desactivado la antigua máquina jhoireana que mantenía la Tormenta Eterna sobre la isla y la ocultaba, y sólo les quedaba enfrentarse al avatar del Primogénito.   O eso era lo que pensaban. El Capitán Finne Tydfest, al mando de un grupo de Tuatha ag' Llyne había logrado dejar atrás el sangriento combate entre su flota y la Confederación Fremen para seguir la pista del Vientoligero. A la lejanía, desde su posición en altura, los héroes del Vientoligero veían como Finne Tydfest desembarcaba en la isla y avanzaba tierra adentro. Comenzaría entonces una carrera desesperada por llegar primero al epicentro del conflicto: Deel'Armil y el gran giroscopio que el dios se había obsesionado en destruir.   El avance es difìcil. Mientras avanzan por las calles de la otrora maravillosa Huitzotla, ahora maltratadas por siglos y siglos de tormentas, pueden ver los exquisitos edificios que dieron gloria a la ciudad, así como los hermosos paseos, derrumbados, los pináculos de oro tumbados sobre calles de adoquines partidas por la mitad, surcadas por grietas inmesas. Aquí y allá, la evidencia del alzamiento de los dioses, espinas de piedralma nacidas de la tierra hiriendo la ciudad como esquirlas de una gran explosión, detenidas en el tiempo, perforando la tierra misma, los edificios y la Esencia a su alrededor. Y mientras avanzan, los rítmicos golpes que Deel'Armil da a la extraña máquina provocan una vibración que llega hasta la médula.   La máquina jhoireana, pese a los siglos, parece compleja y exquisita, aunque ya Deel'Armil está a punto de desmantelarla. Una gran rueda de piedra rodea una especie de giroscopio, dividida en 13 segmentos, que albergan cada uno un pulcro esqueleto, limpios por el efecto de las tormentas sobre ellos. El giroscopio parece estar gravitando sobre un campo de energía invisible. Y con cada golpe de Deel'Armil, electricidad, humo y fuego se desprende de la enigmática maquinaria, y como respuesta, los cientos de pilares de piedralma que recorren Huitzotla se ven oscuridos por la onde expansiva que se ve liberada. Hasta que llegan al epicentro del conflicto, dispuesto a enfrentarse al Primogenito.   El dios les habla, con un tono de añoranza recuerda la época dorada de Huitzotla, para luego insistir en su actual tarea: revelar la verdadera naturaleza de la divinidad, sacudir el cimiento de los mortales para que tomen las riendas de su propio destino. Está seguro que mas temprano que tarde volverán a reparar la rueda, ya sean los dioses, o los mortales. Pero mientras tanto, recalca que hay un futuro nuevo para los mortales, un futuro que los mismos aventureros pueden ayudar a dar forma, aunque aún no vean como. Y no le importa que maldigan hoy su nombre, porque mañana agradecerán sus acciones.   Para la tripulación del Vientoligero las palabras de Deel'Armil van cobrando sentido. Sobretodo para Asura Drock, quien hubiese sido el primero en levantar sus armas contra él, ahora, tras haber comprendido el papel de los jhoireanos en el destino de su propio pueblo, se mostraba inclinado a aceptar la palabra del dios. Además, desde su posición de poder, nada le costó a Deel'Armil romper el vínculo entre Aben Cantosombrío y la sombra de Ceremh. Y cuando todo esto terminara, le aseguró a Ian Elwent que podría volver a su hogar tal como lo dejara años atrás.   Y como mudos testigos de lo que estaba pasando, empequeñecidos ante tal demostración de poder, el Capitan Finne y su tripulación habían aceptado su derrota.   Pero aún algo inquietaba a la gente del Vientoligero. Interrumpir el ciclo de la Correinte de las Almas significaba que la Esencia ya no fluiría libre por las raíces de la tierra. Aquellos que dejasen esta tierra, quedarían condenados a una existencia vacía, sin encontrar su camino en la Espiral Infinita. Y esa fue, quizá, la victora más importante de todas en este viaje: hacerle ver al Primogénito que aquellas almas quedarían condenadas por la eternidad. Y entendiendo eso, agradeciéndoles su visiòn, les promete que él mismo será el refugio de aquellas almas hasta que la rueda se repare, y la corriente vuelva a fluir. Hasta que, dioses o mortales, restituyan la Espiral Infinita, Deel'Armil les daría paz y consuelo en su sena a aquella Esencia.   Ya todo estaba dicho. En un abrir y cerrar de ojos, en un destello deslumbrante de energía, la tripulación del Vientoligero es llevada de regreso a cubierta mientras el sol comenzaba a brillar sobre Huitzotla. Y en el centro de esta, donde antes estuviese el dispositivo jhoireano, ahora se podía observar una gran estatua, la efigie del propio Deel'Armil, logrado su objetivo y sacrificada su entidad para proteger a las almas mientras no tuviesen un tránsito seguro por la Corriente de las Almas.   Quizá una nueva época comenzaba ahora.