La Leyenda de la Claimh Solais
Claimh Solais, la Llama Celeste
Arma (Mandoble), artefacto supremo – requiere vinculación especial
“No se forja, no se invoca, no se encuentra. Se manifiesta.”
— Inscriptio olvidada en el monolito de Elar-Éainn.
Resumen narrativo
La Claimh Solais no es una creación. Es una aparición. No surge por voluntad de los mortales ni por necesidad divina, sino en los instantes liminales en que el mundo necesita luz… y no la merece. Su existencia es temporal, su poder definitivo. No busca redención ni gloria, sólo acto puro: cortar el velo, partir la oscuridad, restaurar el equilibrio — o inclinarlo.
Se ha manifestado cuatro veces en la historia conocida. Cada vez, el curso del mundo cambió.
Propiedades de la Claimh Solais
+3 a tiradas de ataque y daño
Daño base: 2d8 cortante + 2d8 radiante
Luz Verdadera: Emite luz brillante en 60 pies y luz tenue en 60 pies adicionales. Esta luz no puede ser extinguida por magia (excepto un deseo o intervención divina). Criaturas invisibles, etéreas u ocultas dentro de ese radio son reveladas.
Corte del Alba (1/descanso corto): Como acción, puedes realizar un tajo en línea recta de hasta 100 pies. Todas las criaturas en esa línea deben hacer una salvación de Destreza CD 20 o recibir 10d8 de daño radiante y 10d8 de daño cortante. Mitad en salvación.
Juicio de la Luz (1/día): El portador puede declarar un juicio sobre una criatura que vea. Durante 1 minuto:
- El portador tiene ventaja en ataques contra esa criatura.
- Todo daño infligido a la criatura es daño radiante puro (ignora resistencias o inmunidades).
- Si la criatura muere durante este juicio, desaparece del plano sin dejar cuerpo ni alma, como si fuera destruida completamente.
Estela de Resplandor: El portador es inmune al miedo, encantamiento y efectos que alteren su voluntad. Cualquier aliado en 30 pies tiene ventaja contra estos efectos.
Voz de la Espada: Una vez al día, el portador puede hablar con una voz irresistible. Cualquier criatura que lo escuche debe hacer una tirada de salvación de Sabiduría CD 20 o quedar aturdida hasta el final del siguiente turno. Criaturas celestiales o aberrantes escuchan esta voz como la de su creador o peor temor.
Pasiva metafísica:
Presencia de Juicio
Mientras esté manifestada, la Claimh Solais genera una tensión en la realidad. Los conjuros de adivinación, profecía, clarividencia o lectura de destino fallan automáticamente en un radio de 1 milla. Los profetas se quedan en blanco. Las entidades extraplanares no pueden interferir.
Este efecto termina cuando la espada desaparece.
“Muchos la han portado. Ninguno la ha conservado.”
La Claimh Solais no es una espada. Es una respuesta.
Los sabios más antiguos aseguran que fue un regalo —o tal vez un último cálculo— del dios olvidado Imperios Alfarum, la deidad de la guerra estratégica, cuando comprendió que su tiempo llegaba a su fin. Una voluntad proyectada al mundo como un último movimiento, destinado a activarse cuando el equilibrio se tambalee y los dioses callen.
No fue forjada. No tiene un metal.
La Claimh Solais es un rayo de luz blanca, una hoja sólida hecha de pura intención.
Su forma recuerda la de una gran espada, pero ninguna mano mortal podría replicarla.
En su hoja arden, eternamente, unas runas antiguas que rezan:
“No decido victorias. Las posibilito.”
El Arma Sin Dueño
Nadie ha conservado la Claimh Solais por mucho tiempo.
Aparece en manos de los desesperados, de los decididos, de los dispuestos.
Y cuando su propósito se cumple, desaparece, como si nunca hubiera estado allí.
Algunos la llaman "el arma sin dueño". Otros "el filo del equilibrio".
La Intención sobre la Fuerza
La Claimh Solais no responde a poder, ni a destino, ni a sangre.
No puede ser heredada. No puede ser reclamada.
Sólo aparece cuando la necesidad es clara y la voluntad está alineada con algo más grande que uno mismo.
No es un arma para conquistar.
Es un arma para intervenir.
(hallado inscrito en mármol blanco, templo derruido en las ruinas de Aurora Lux)
Muchos la han portado.
Ninguno la ha conservado.
Surge del alba que no fue
cuando el mundo titubea
y el juicio de los poderosos calla.
No fue forjada con fuego,
ni templada en acero,
ni creada por manos mortales.
Fue intención. Fue diseño.
Fue la chispa última de Imperios Alfarum,
el dios sin templo,
el estratega caído.
Su hoja no tiene filo.
Su luz es su herida.
Y en su centro, arden las runas que dicen:
“No decido victorias. Las posibilito.”
I. La Monja de la Espina Blanca
De rodillas en la noche cerrada,
cuando los hijos del fuego asolaban la aldea,
ella rezó sin palabras
con el pecho abierto y la fe quebrada.
Y la luz bajó,
no como milagro,
sino como elección.
Caminó entre monstruos y llamas,
espada en mano,
hasta que sus ojos se tornaron ceniza
y su alma ardió en cada corte.
Nadie recuerda su nombre.
Sólo su silencio.
Y la espada que se desvaneció
cuando los niños volvieron a dormir.
II. La Súcubo de los Olvidados
Dicen que renegó del Abismo.
Que quemó sus alas por amor
a aquellos que no podían salvarse solos.
Cuando el sol se negó a salir
y los muros caían
una espada de luz se formó en su mano desnuda.
No sangró. No temió.
Cayó combatiendo por una aldea que jamás la habría llamado hija.
Y cuando el último demonio huyó,
la espada se deshizo como el alba.
Nadie la lloró.
Pero alguien sembró rosas azules
donde fue vista por última vez.
III. El Príncipe que Fracasó
Portó la espada.
Sí. La sostuvo.
Y no supo usarla.
Su miedo fue mayor que su fe,
y su grito fue más alto que su causa.
Cayó.
Y con él, la espada se extinguió.
Pero su escudo resistió lo justo,
y su ejército encontró tiempo
para cerrar el paso y salvar su reino.
Murió sin gloria,
pero el pueblo encendió velas
cada invierno en su nombre.
Y en los anales se escribe:
"A veces, la luz no es victoria.
Pero sí posibilidad."
Epílogo
La Claimh Solais no puede ser buscada.
No puede ser domada.
No tiene dueño ni linaje.
Es una hoja hecha de voluntad,
una chispa proyectada desde otro tiempo,
una pregunta que arde en la oscuridad.
Y si alguna vez la ves —brillante, pura, inevitable—
no preguntes por qué vino.
Pregúntate si estás dispuesto a dejarla ir.
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