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La fábula de la hija inmortal

En los días de antaño, cuando Drakenlander aún reverdecía en el horizonte, se descubrió un mineral de singular belleza: el ikonium. Su luz relucía como estrellas atrapadas en cristal, como si el universo les hablara. Los sabios de la época, intrigados, buscaron desentrañar sus secretos, pero muchos cayeron presa de su poder antes de comprenderlo.

Entre estos sabios se encontraba un hombre llamado Eryan Serath, conocido por su brillantez y su insaciable curiosidad. Viajó desde la ciudad de Igmira hasta las montañas del Sur, llevando consigo a su hija, Nerys, una joven de corazón puro y espíritu vivaz. Eryan buscaba respuestas en el ikonium, confiando en que su conocimiento traería grandeza a su familia y honor a su academia.

Pero el ikonium no era un regalo de la tierra. Era un fragmento de lo que yace más allá del velo, un eco de las fuerzas primordiales que los dioses mismos temían venido de las estrellas. Y así, mientras Eryan investigaba el mineral, ignoraba las advertencias que sus compañeros le daban:

"El ikonium es un peligro, su poder es grande, pero no es para nosotros."

Con el paso de los días, Nerys comenzó a enfermar. Su piel perdió color, sus fuerzas menguaron y sus ojos, antaño brillantes, se oscurecieron. Eryan, desesperado por salvarla, apartó las voces de razón y buscó más allá de la comprensión mortal. Hurgó en textos prohibidos, consultó a figuras de oscuros conocimientos y, finalmente, encontró un ritual que prometía revertir el daño del ikonium.

Sus compañeros le suplicaron que se detuviera:

"El velo no debe rasgarse. Lo que llamas vendrá con un precio."

Pero Eryan no los escuchó. Amaba a su hija más que a su propia vida y no podía soportar perderla.

En una noche sin luna, el ritual se llevó a cabo. Eryan invocó fuerzas que ningún mortal debía tocar. Las estrellas en el cielo parecieron apagarse, y un frío que no pertenecía a este mundo llenó la habitación. Cuando el ritual terminó, Nerys abrió los ojos.

Había sido salvada. Pero ya no era humana. Su piel reflejaba un brillo cristalino, sus movimientos eran rígidos, y su risa, antaño cálida, tenía un eco que helaba el alma. Ella estaba viva, sí, pero era un ser atrapado entre dos mundos: inmortal, pero desconectada de todo lo que conocía.

Eryan, por su parte, había pagado el precio. La voz de las entidades con las que trató destrozó su mente. El sabio brillante se convirtió en un hombre perdido, incapaz de distinguir el pasado del presente. Y Nerys, horrorizada por lo que su padre había hecho, tomó una decisión dolorosa: abandonarlo.

Se dice que desde entonces, Nerys vaga por Gaeia, buscando respuestas y formas de revertir lo que se ha hecho. Su inmortalidad es una maldición que carga como un recordatorio del precio del orgullo de su padre.

"Aquello que mora de tras del velo es brillante y promete poder más allá de la imaginación, más el precio del poder prohibido es siempre mayor de lo que uno puede pagar. El velo protege por una razón, y rasgarlo sólo trae ruina. Recordad a Nerys, la hija inmortal, y el destino de Eryan, quien jugó con fuerzas más allá de su alcance."


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