Acero y tormenta

Hora de escribir mi crónica; esta debe ser una fuente de inspiración para los demás soldados, y si la llega a leer un oficial, tal vez hasta me haga famoso como cronista.

Esta misión me costó bastante; aún me duelen las quemaduras, o bueno, donde estaban. Siempre pensé que la curación mágica no dejaba cicatrices.

Ahora que lo leo, no debí haber activado el registro de pensamientos para esta batalla. Maldito hábito. Me espera una larga edición, además de explicar el salto dimensional en medio del combate. Si logro narrarlo bien, será una de mis mejores crónicas. Empecemos.

“Llegué a lo más alto y veo que el que creí que había huido quedó atrapado al borde del risco, ¡Qué idiota!

—¿A dónde piensas correr ahora? —digo, confiado.
—Ya viene mi Señor Jusuf; él acabará contigo —veía hacia el vacío y se notaba asustado.”
 

Un momento. ¡Esto también guarda diálogos, espectacular! Aunque se leen extraños, creo que da igual: son sólo para mí, nadie más verá este registro en crudo.

“Es verdad que viene su líder, pero aún está lejos, me dará tiempo de enviar a este con Iyaki. Confío en que eso me consiga la aprobación de la diosa de la muerte.

Me agacho un poco y separo mis brazos para estar en posición de combate. Curiosamente este tonto se acerca, perdiendo su ventaja de terreno. Sospecho que tiene miedo de caer.

Deja de mirar hacia abajo y vuelve a mirar a su líder, o eso creo; tendría que girarme para saberlo y no haré esa estupidez en este combate. Ya está suficientemente cerca y veo temor en sus ojos, sabe que va a morir. No tiene sentido alargar esto.

Adelanto mi brazo izquierdo amenazando un golpe. Efectivamente se lo creyó e intenta esquivar mi amague. Ahora mi derecha sale disparada con mi estoque como flecha, su cuello descubierto parece tela. El pobre tarda en comprender qué ha ocurrido, se trastabilla un poco, se aleja de mi sin mirarme, hasta que cae al vacío. Una pena, esto no es siquiera un combate.

Me giro y ahora veo que su líder está bastante cerca. Este maldito, por fin lo veo a distancia prudente.”

Ya va a empezar lo bueno, acá debería introducir a mi objetivo. ¿Cómo se llamaba? ¡Ah si! Acá está. Jusuf, ¿qué clase de nombre es ese?

Tendría que describir las atrocidades que hizo, la razón por la que debía darle caza y así se notaría más épica el cómo terminé con él.

“Juzgué que ya estaba muy cerca, pero sigue caminando hacia mí. Será hablarle a ver si es de los que deja de moverse para responder.

—¿De verdad eres tú al que llaman Jusuf? No pareces una amenaza.
—Ya verás dónde dejaré ese exceso de confianza tuyo —Él si parecía muy confiado, y no dejó de avanzar.
—¡No eres más que un asesino de niños! —comento mientras busco de reojo dónde posicionarme.
—Y también de soldaditos —reía y movía su mano del escudo.
 

No sé de dónde sacó eso. Su brazo apenas se mueve, pero me está arrojando algo. ¡Una daga!

Por suerte mi guantelete sirve de escudo. Ahora veo que intenta hacer.

¿Este tipo de verdad cree que me dejaré acorralar en el risco? Tendrá que arrojar más dagas y dejar de acercarse, y si no lo hace, su escudo será un problema. Lo sujeta como si supiera usarlo también como arma, y el cuchillo curvo que lleva en la derecha, no recuerdo como se llama, no he combatido contra un arma de esas.

No importa, retrocederé unos pasos más. Veo terreno alto tras los charcos: ahí tendré ventaja y podré terminar esto. Quizás me aviente sobre él con todo mi peso; tendrá que usar el escudo y entonces aprovecharé mis dos manos.

Bien, primer charco. Ahora que ha comenzado a atacarme veo que sus movimientos son predecibles: vienen siempre de un solo lado. Parece que dejará su escudo como mera prevención. Muy astuto. Pero no creo que sospeche lo que haré. Perfecto, segundo charc…”

Mierda, ahí estaba el portal. ¡En el maldito charco! Esto me hace quedar como ingenuo. Mejor será escribir que el portal estaba en el aire, mientras ambos caíamos por el risco. Suena más heroico. Y el cuchillo curvo era una kama, que arma extraña que eligió para luchar.

“...charco. ¿Qué es esto, caí al agua? No, no estoy mojado, no siento frío. Sigo cayendo. ¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar? ¿Dónde está ese maldito?

A ver, calma. Caigo, sí, pero no hay suelo a la vista, tal vez esto es magia, debo estar dentro de un hechizo. Pero no puedo caer en ilusiones, estoy protegido. Esto debe ser otra cosa, quizás me teleportó. Eso debe ser.

Esto es angustiante, estoy jadeando, ¿cómo caigo en su trampa? Y parezco loco mirando a todos lados en busca de él. Por eso sonreía: tiene la ventaja. Me voy a morir aquí y nadie lo sabrá.

¿Y si este aire no es respirable? Debería respirar poco. ¿Cómo se hace eso? ¿A quién quiero engañar? No tengo idea de dónde estoy, mi mano está temblando, comienzo a sudar, no sudaba estando quieto hace mucho. Bueno, no estoy quieto: sigo cayendo.

Debo ubicarme. Debo buscar algo reconocible, saber a dónde caeré, suponiendo que no me mate la caída. Nube, nube, más nubes... ¿Nubes rojas y amarillas? Debo estar muy lejos entonces. Busquemos el sol, a ver si... ¿dónde está el sol? Hay luz, pero ni rastro de él, ni de esos rayos bonitos que se forman a veces. Ya sé, la sombra de una nube sobre otra, a ver, a ver, por acá no, por allá tampoco. Esto está muy raro. No siento frío, pero mis dientes comienzan a chasquear.

¡Qué idiota! Mi propia sombra debería servirme. Sólo acerco la mano al pecho y... ¿dónde está la sombra? No puede ser. ¡¿Cómo no va a haber sombra?!”

Ahí es cuando vomité, pensé que eso era de reclutas. Debo aceptar que estaba realmente asustado. Eso lo suavizo en la redacción, pero las nubes... ¿cómo explico eso? Quizás sea más fácil decir que era de noche, aunque perdería impacto. Bah, da igual. Con nubes de colores y rayos por todos lados, todos entenderán que es otro plano y será más gloriosa mi victoria. Me adelantaré un poco.

“¿Cómo es que sigo cayendo? ¿Acaso es infinito este lugar? Al menos ya no estoy girando. Qué mal sabor deja el vómito, los oídos me zumban, pero el aire tibio se siente bien. ¿Eso es normal? ¡Ay! ¿Por qué dejé lo de ser investigador? Al menos sabría cómo se llaman todos estos tipos de nubes, qué significan sus colores y si este sabor metálico en el aire es venenoso.

No me gusta esa nube de allá: parece que tiene un remolino oscuro, como si se estuviese desgarrando. ¡Cálmate, Mónek! Pareces un niño. Pero no puedo evitar meterme a esa nubezota tenebrosa. ¿Será que así se ve la lluvia desde el aire?

¡Ay!, algo me picó. Arde. ¿Cómo me pica algo mientras caigo? ¡Ay!, otra vez. No puede ser. Son estas malditas partículas... ¡queman! ¿Cómo las esquivo? Si pudiera volar... ¿qué? ¿Me lo imaginé o cambié de curso? Todo sigue en su lugar... ¿será que se giraron las nubes? Ah, que alivio, ya no me quema. Definitivamente moriré aquí y no pude matar al tal Sufu.”

Que gracioso, olvidé su nombre, si no lo leo no lo habría recordado. Todo esto tendré que resumirlo, muy repetitivo. Lo importante es que descubrí que la caída puede dirigirse.

“¡Lo tengo! ¡Puedo elegir hacia donde caer! Extraño. No es como volar, no puedo frenar, pero si cambiar de dirección. Por lo menos ya no vomito. ¿Será que este plano es así? ¿Sólo aire y nubes? Bueno, y esas tormentas de colores, ruidosas y calientes. ¡Ah! y esas corrientes con temperaturas cambiantes: eso sí que se siente raro. Tendré que escribir sobre esto. Si logro volver.”

Listo, el resto sobra. Ya tengo la parte donde me acostumbro, logro “volar”, pero con más estilo y la búsqueda de Jusuf es aburrida. Pasemos a donde está la acción.

“No sé si es nube o tormenta, pero tiene una forma demasiado regular. Entre más se acerca, más sospechosa se pone. Esa punta... ¡no es una nube! ¡Es una roca gigante! También gira, aunque lento. ¡Esquiva, esquiva! Cae hacia allá, ¡rápido! No voy a morir contra una roca gigante en un plano de nubes. Debería estar luchando, reclamando mi trofeo... ¡Eso es! ¡La esquivé! Por poco. Uhhh, ¿qué...? ¿de dónde salió eso? Maldito, ¡me estaba esperando! ¿Todo este tiempo me acechaba? ¿Cómo sabía que yo estaría por aquí? ¡Se mueve como yo! Con que sabe moverse también. ¿Y el escudo?, ¿por qué no lo tiene?

Bien. Si no lo trae, podré acabar con esto como corresponde. Ven acá, maldito. Peleemos en el aire.”

Lo recuerdo ahora: ya no temblaba ni sudaba frío, y todo ese miedo que tuve se volvió ganas de matar al condenado Jusuf. Listo, ahora terminemos esta crónica.

  ***  

Acero y tormenta, por Mónek de la Casa del Alce.

Estando yo acorralado en aquel risco y con la desventaja del terreno más bajo, recurrí a una estrategia que aprendí en mis arduas jornadas de entrenamientos en la nieve. Saqué y lancé con gran rapidez un par de dagas; mientras mi enemigo las esquivaba, yo aproveché para lanzarme contra él con todas mis fuerzas. Caímos por el risco, yo sabía que la muerte era posible, pero lo mataría en el aire si era necesario. Sin embargo, él activó un objeto oculto en su escudo y entonces todo se desvaneció.

Fui teleportado a otro plano: al mismísimo plano elemental del viento, hogar de Voer, el dios loco.

Pero ni siquiera estar cayendo en un mundo desconocido me desconcentró, porque allí aprendí a volar cayendo. No eso que hacen los magos con sus hechizos, sino algo de pura mente: elegía un lugar y entonces caía hacia allí. Rápidamente retomé la búsqueda de mi enemigo, no me pudieron detener las nubes de tormenta ni los rayos que caían a mi alrededor. Ni siquiera un grupo de insectos del aire —que me picaban con aguijones que ardían como fuego— logró detenerme. Lo aguanté todo hasta que pude ver a mi objetivo intentando huir de mí.

Me acerqué como rayo, determinado a vengar a esos pobres niños y a sus familias. Pasamos junto a una gigantesca roca que flotaba entre rápidos giros. Él ya había aprendido a caer con intención, y blandía su kama cual espada, pues había perdido el escudo mientras lo perseguía. Yo extendí el brazo de mi guantelete y caí en dirección contraria. Sabía que no lograría esquivarlo, pero no era lo que buscaba.

Esperé a que estuviera a pocos metros; casi estábamos alineados en la caída. Entonces elegí caer hacia él y lancé una daga con mi mano libre. No lo vio venir. Intentó desviarla con su kama, y para cuando el vaivén de su arma lo volvía a dejar en posición de ataque, yo ya estaba ahí, con mi estoque extendido.

No apuntaba a su cuerpo, no exactamente. Usó su arma con destreza, desviando mi filo justo bajo su axila izquierda, tal como esperaba. Permití que mi estoque se dejara llevar, a la vez que forzaba el giro de su kama para alejarla de su pecho. Entonces entró mi ristre, ubicado a mi izquierda y de diez centímetros de largo: nunca antes lo había usado para atacar, pero perforaba perfectamente. El impacto me sacó el aire en un rebuzno involuntario.

Caí en otra dirección, evitando el tajo que su arma habría dejado en mi garganta. Lo vi alejarse, lo suficiente para volver a acercarme cuando notó que estaba herido, aún sin saber cómo.

El resto de la caída fue un juego de desgaste. Busqué siempre su flanco izquierdo, debilitándolo; el derecho ya no le servía en combate. No sé si lo planeó o fue una burla del destino, pero en un giro entramos en una zona ardiente: el calor subió tan rápido que tuve que retroceder. Mi piel se ampolló y sé que quedaré marcado de por vida. Pero bien valen la pena estas heridas: mi último recuerdo de él es su grito interminable mientras ardía en un fuego intenso y espontáneo, como condenado por la misma Zechi. Ojalá la diosa del fuego lo haya reclamado como el malnacido que era.

  ***  

Me carcome pensar qué quiso decir cuando gritó que sólo seguía órdenes. Aún no sé si informar eso.


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