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Rock Yugular

“Dame... dame tu vida
Dame y tendrás mi piedad
Dame la sed de tus ojos acorazados
Y dame tu insolencia también
Rara vez ésta vida tiene sentido, amor
Y así ves que hasta mi sombre brilla
En ésta ciudad”

La Sed de sus ojos, obras de teatro completas de Aristómenes de Climenea.

  (Lexicón de la Liga de Delos: Aristómenes de Climenea fue un famoso dramaturgo griego que, entre muchas obras, escribió la famosa La Sed de Sus Ojos, la historia de amor prohibido entre un Elesh y una sombra demoníaca. Muchos dicen que murió al escribir la obra, pues solo una vez fue actuada, una obra profundamente reflexiva y enormemente triste que fue interrumpida por la guardia del gobernador, pues tanta tristeza esparcida como una plaga comenzó a irrumpir el orden público. Luego de varios días, una plaga sobrevino a la ciudad, y se tomó el carácter sombrío y alicaído de la obra como un castigo, la causante de la plaga, y ahora solo se permite leer y recitar ciertos pasajes. Pero jamás completa.)  
Debajo de tierras prohibidas, yermos abandonados de toda carretera y civilización y páramos que desde el horizonte se veía con catalejo que conducían a la nada descansaba la ciudad de la reina Tzeladora, una urbe subterránea para una raza terrible, anciana y ciega. El sol les enchia los ojos, y sus pieles resecas, nudosas y sensibles apenas soportaban este astro por apenas seis horas.
Los Mumbleres eran una raza muy xenófoba y aguerrida, reservada y oculta en sus ciudades edificadas debajo de montañas, de yermos, páramos, bajo el lecho marino y de grutas. Topos que desde la prehistoria, según sus propios historiadores, habían logrado evolucionar de la conjunción de una raza de marmotas inteligentes y seres vampíricos con habilidades mentales que lograron dominar parte del mundo.
Pronto, según su propia historia, aquella raza vampírica exterminó a las marmotas originales y se reprodujeron con ellas hasta tal punto que la combinación de ambas razas se convirtió en la norma, se alzó y destituyó a sus amos condenando a una lenta muerte de zoológico a su raza progenitora.
Los herederos conquistaron continentes, lucharon en guerras, y alzaron su bandera donde sus peculiares biologías les permitieron.
Hasta que ya no lo hicieron más, y se refugiaron en sus Madrigueras y Túneles y BajoCiudades; siendo lentamente víctimas de un poder más antiguo que los vampiros que los originaron. Pues descubrieron que vampiros eran solo en nombre, no exhibían ninguna sed de sangre y el último de su especie les contó la verdad sobre la invasión del Portal Oscuro.
Pero eso es historia para otro tiempo…
Pues, en esta BajoCiudad, lejos del vasto BajoImperio Mumblere, descansa una reina independiente que hace doscientos años ganó su independencia de la Emperatriz Carmesí, espada y escudo en mano.
Pero el tiempo de guerra terminó y la primera vez que Tzeladora se sentó en el Trono de Mármol se la escuchó decir “El drama comienza de nuevo” mientras se arrodillaba ante un poder eldrico que rumina en el mundo y observa desde las sombras; esperando la llegada de su señor desde las esquinas del tiempo.
La reina Tzeladora estaba anciana y gorda, tan gorda en verdad que su trono fue rehecho cientos de veces por los constructores reales. Un cuerpo esbelto y femenino en extremo ahora era una masa gigante de más de treinta metros, dando a luz a bebés mumbleres que parecían ratas desnudas y rosas cada cinco horas. Su cuerpo había evolucionado y mutado para mantener ella, junto a siete parteras reales más, toda la población de la colonia, dando a luz en intervalos premeditados en un plan de cinco años para evitar el estancamiento genético de la misma. Rara vez tenía la oportunidad de asistir a asuntos de estado, y su rol era, ahora mas que nunca, de jefa de estado provisional y cabecilla de la religión de su ciudad. Nada más, pues el día a día de la colonia estaba presidido por un consejo de nobles, todas mujeres como la reina, todas emparentadas con ella de una u otra manera.
Esta era la manera.
Pero aquella reunión en la sala de partos, alrededor de las parteras reales de mitad de tamaño de la reina, era algo muy diferente, algo que el consejo no podía oír.
A nadie se le permitía entrar a la recámara real y la reina Tzeladora mantenía encerradas de manera permanente a las siete parteras reales, mientras que ella se movía con la ayuda de túneles gigantes donde podría caber un barco, desde aquí, hasta la sala del trono, hasta su asiento en el consejo y la Iglesia de la Diosa de Sangre.
Los únicos dentro eran las siete parteras en un estado narcotizado, cien zánganos macho de Mumblere, y otros cincuenta Rogenares, una raza de menor inteligencia, comparable a la relación de la humanidad y los neandertales, que tenía la forma encorvada de una hiena bípeda, sin lenguaje y una cultura dolorosamente esclava a los Mumblers.
Las puertas de mármol se abrieron de par en par, dejando entrar el aire fresco de las múltiples corrientes de aire circundante dentro de la baja-ciudad para mantener la frescura. Amazonas guerreras resguardaban el otro lado, donde la oscuridad reinaba de manera permanente pues los Mumbleres, todos, podían ver en la oscuridad como si fuera una gran amiga.
Una mujer dio un paso.
Era una mujer mumblere, de manera completamente innegable. Pues cuando cruzó el enorme dintel se comparó mentalmente con la reina Tzeladora y sus parteras.
Las diferencias eran enormes, casi alienígenas. Una era gigante, gorda, con pechos hinchados y dándole de comer a cientos de crías al mismo tiempo y la otra era delicada, demasiado parecida a una humana, pero piel alienígena tan blanca como los huesos y cabellos lacios y seductores de un color amarillo crema. Sus ojos eran delicados y rasgados, y su piel tenía una complexión y tonalidades que solo gente que con cremas cuidaban su cutis de manera religiosa todos los días de su vida podrían apenas tener con suerte. Seis pechos bien formados, atractivos debajo del vestido, a propósito dejando lo justo y necesario a la imaginación para construir de manera completamente consciente una imagen de seductora inocencia. Falsa, obviamente.
Su vestido era diáfano, blanco como la plata, adornado de broches de platino y otras medallas que denotaban su rango, el mismo rango que explicaba su distancia poliformica a comparación de las amazonas de detrás, quienes parecían una reina sin ser gorda y siendo estéril, o la misma reina.
“Proctora Malebolde.” Susurró la reina, en un susurro proveniente de una caja torácica del tamaño de una cama matrimonial. Parecía el lamento de un animal gritón, desafinado y desagradable de oír.
Las Proctoras eran las mumbleres que renunciaban a su xenofobia y se dedicaban a ser embajadoras de la raza en el resto del mundo. Su tiempo fuera de la colonia les permitía tener cuerpos femeninos debido a que pasaban tiempo alejadas de las feromonas castradoras que la reina emitía para que no se formen otras reinas genéticas. Claro que no pasaban afuera el tiempo suficiente como para que aquello ocurra, y si lo hacían debían beber una pócima especial creada por la Alta Iglesia de Sangre para evitar el riesgo.
Malebolde al oír su nombre y rango se inclinó ante la reina pariente. Cerró los ojos, pues sentía repulsión a lo que las suelas de sus zapatos pisaban, una mucosidad desconocida, y mucha sangre menstrual. Aquel olor era nauseabundo y alguien con un entrenamiento ligeramente más flexo que el de ella se hubiera desmayado.
“Mi Señora, aquí estamos lejos de la orejas entrometidas, de las bocas que escupen más de lo que deberían y de los ojos que ven demasiado. Me he asegurado de ello ya.” Fue una voz silbante y delicada que enmascaraba un mal terrible y antiguo. Pues Malebolde, en su mirada, en aquellos ojos verdes, ocultaba una mirada más antigua que la propia reina, que había visto culturas y civilizaciones alzarse y caer. Momentos que jamás se perderían en aquel cuerpo no-muerto. “He asesinado a un zángano que en secreto era espía para la general Rammalo. Desconfían de mí, por eso lo enviaron.” Se levantó de su larga referencia. “Pero me lo comí. Lo devoré.” Dijo intentando no reír de placer ante la reina.
“Tu Servitor quiere algo, Malebolde. Está chillando hace días y no puedo hacer que se calle.” Se llevó una mano a su oreja izquierda, imitando la seña de mala suerte de las Sacerdotisas de Sangre. “Creo que capta algo, pero no sé leerlo. Necesito que lo hagas funcionar.”
“Sabía que había un problema.” Le respondió. “Usualmente hay un problema cuando me pides que te haga una visita.”
La reina hizo una seña a los Rogenares y veinte de ellos fueron corriendo detrás de su enorme asiento hasta un túnel secreto. Desde allí vistiendo bolsas negras para cadáveres que evitarían la infección de cualquier mutágeno, entraron a un túnel secreto que daba hasta el laboratorio genético privado de Malebolde. Desde allí llevaron una enorme burbuja de vidrio donde un muerto descansaba.
Lo trajeron hasta el medio de ambas mujeres a aquella casi pecera donde el cuerpo de un androide reposaba. Era un ángel destruido que Malebolde capturó hace siglos, un ángel androide que, dentro de su cerebro de maquina hecho para imitar y sobrepasar la humanidad, tenía una pequeña computadora que mediante complejos cálculos matemáticos con raíces cuánticas podía predecir el futuro si cierta cantidad de información se le brindaba.
Malebolde recibió un vial de sangre de uno de los Rogenares, un vial de sangre vampírica, y se acercó al ángel destruido. De él solo quedaba lo justo y necesario para que funcione. Sus alas no estaban, sus piernas tampoco. Era solo un torso, un solo brazo, la cabeza y un solo ojos, con su CPU que vendría a ser su cerebro, abierto para que cualquiera pudiera verlo, medio cráneo faltándole.
Malebolde dejó caer el vial de sangre vampírica en el CPU, y sus aguzados sentidos captaron como ambos componentes comenzaron a mezclarse. La podrida y maldita sangre de vampiro fue captada por las nanomaquinas en el cuerpo del ángel, y estas al no saber qué hacer con semejante líquido desconocido comenzaron a asimilarlo a su cuerpo. Los vampiros para crear zombies les dan de beber cantidades pequeñas de su sangre a sus víctimas, atándolas y convirtiéndolas en criaturas sin conciencia, muy dóciles, y cuando las nano máquinas asimilaron aquella sangre ocurrió lo mismo con la programación del androide, permitiéndole a Malebolde utilizar bajo ciertos parámetros las Predicciones Cuánticas.
“Amor mío, dime que ven tus ojos.” Malebolde sostuvo al ángel desde la cabeza y lo acercó a ella para que ambos se quedaran mirándose a los ojos. “Te pido que me digas lo que ves, soy yo, Iraida, tu esposa que te lo ruega.” Le dijo con ojos casi al borde del llanto. El ángel aceptó aquel engaño y su único ojo comenzó a tornarse rojo, luego entró en un trance visible donde su cerebro calculaba el conocimiento de eones en un solo instante para decir palabras que de casualidad significaran algo para ambas mujeres.
“Veo Muchas cosas.” Dijo el ángel. “Veo Planes dentro de planes, ruedas dentro de ruedas…” Con una voz preternatural, como si lo pudieras oír al fondo de una cueva mientras gritaba con una trompeta de cobre.
“Esta delirando, te lo dije.” Le reprochó la reina.
“¡Silencio Vil Engendro!” Le gritó el ángel para defender a su supuesta esposa. “Veo un conflicto lejano en el continente de Baktraria. Y veo a Valentine, tu mejor amiga, en medio de él.” El nombre de Valentine para Malebolde fue como una patada al estómago y la parte de “mejor amiga” no fue dicha con ironía pues el ángel desconocía la realidad en su narcotizado estado actual. “Veo a Django escapando de nuestro cautiverio hasta aquella ciudad, planeando encontrarse con alguien que trabaja para Valentine, pues busca escapar de nosotros y nuestra persecución.” Descargó toda la información que veía en su mente.
“¡Imposible!” Protestó la reina. “Django no se ha escapado, y no lo buscamos. Es un aliado nuestro, ¡Tu Servitor está defectuoso Malebolde!” Gritó, haciendo retumbar la recamara, casi alertando a las amazonas de afuera.
“Veo Muchas cosas. Cosas que no ves. Ve a revisar dónde está.” Contestó el ángel. Ambas mujeres se miraron, y Malebolde la fulminó con la mirada por atreverse a desconfiar de sus habilidades.
“Tu, sirviente.” Dijo la reina, señalando con un gordo dedo a un zángano. “Manda a buscar a Django, dile que entre a esta recámara.” El zángano agachó la cabeza y salió rápidamente. El sirviente se fue por diez minutos, diez minutos en los que Malebolde observó cada movimiento de la reina, cada gesto, su respiración, su palpitar.
“Mi Señora.” Regresó gritando el zángano. “Django se ha fugado. Asesinó a sus guardias y se fue con su esposa.” Malebolde se dio media vuelta y se concentró en el Servitor. Mientras, con sus poderes mentales la reina destrozaba el cuerpo del portador de malas noticias.
Malebolde la observó de la misma manera que alguien observa a un niño haciendo un berrinche, y luego se agazapó a un lado del cuerpo destrozado por tormentas telequinéticas del zángano. Del vial que contenía sangre vampírica derramó un poco en la boca del cuerpo, y en cuestión de minutos se levantó como un zombie sin conciencia fiel a Malebolde.
“Eres la peor aprendiz que tuve en mi vida.” Le dijo la mujer. “Desperdicias recursos y lanzas berrinches. Solo por ser la reina no te he asesinado.”
“Si, si.” Respondió la reina. “Que siga hablando el Servitor. Y recuerda donde está tu laboratorio.”
Malebolde lo cacheteó para que continuara hablando.
“Ella quiere saber, a pesar de que aún no sepa que quiere saber, sobre el ejército de clones que planeamos crear a partir del cuerpo de Django.” Malebolde tan pálida que parecía transparente observó con ojos como platos al Servirtor.
“¡Esa perra!” Gritó Malebolde arrojando todo su entrenamiento en un momento de descontrol y sorpresa.
“¡Pero eso no es todo!” Irrumpió el Servitor a los gritos de Malebolde. “Veo un festival humano. Y veo una invitación que llegará en tres días. Debemos aceptarla, pues no es una trampa. Aquel que la envía no sabe nuestro potencial, lo hace de inocente.” Malebolde y Tzeladora compartieron miradas, pues ambas se daban una idea de lo que estaba hablando. “Pero lo descubrirá pronto y eso pondrá en movimiento aquella rueda. También…” Prosiguió. “Veo un guerrero sosteniendo su corazón ensangrentado en la mano, llorando desconsoladamente. Y me hace llorar a mí. ¿Porque veo estas cosas, amor mío? No quiero….” El androide pensando que estaba vivo cerró su ojo intentando no llorar, pero una sola gota de líquido anticongelante se le escapó, indicando que el estrés de la visión había causado una ruptura de válvulas.
La mente de Malebolde comenzó a hacer planes. Tenía tres días por sobre su enemigo, tal vez un poco más, una semana, máximo dos con toda la suerte del mundo, antes de ser detectada en territorio enemigo.
“Tres días de punto ciego...” Dijo la reina Tzeladora. “Debes partir ahora mismo. No hay muchos recursos que te pueda dar tan rápido, llévate lo que puedas en las manos y con el tiempo veremos qué podemos hacer.” Se detuvo dolorosa. Un hijo nuevo había salido de ella y los zánganos ayudaron a que diera a luz correctamente. Era una mujer, así que fue castrada con un acero al rojo vivo y fue enviada con las demás, para crecer como una guerrera feroz y virgen.
“No me gusta el carácter improvisado de la misión.” Mencionó Malebolde. “Dame mas información.” Le dijo al Servitor.
“La corriente es difusa. Yo me veo en una piscina, pero hay más gente en ella. Hacen ruido, se mueven, ¡Las olas que hacen no me permiten ver!” Nuevamente compartieron una mirada ambas. Esto es más grande que nosotras, pensó Malebolde, pero si debe morir entonces morirá como un coloso.
El Servitor habló sobre la corriente de presciencia y como se le dificulta ver el futuro mientras más gente con habilidades para ver el futuro haya en un mismo lugar utilizando sus habilidades. Sumergiéndose en el océano que es el incierto futuro, en la pesadilla de lo que es ser, lo que puede ser y lo que será, siendo más que simples nadadores profesionales, o amateurs, en aquel vasto océano tormentoso que te atrapa y no te deja ir hasta arrastrarte al fondo.
“¿No hay algo que veas a través del velo?” Tzeladora preguntó con impaciencia.
“Veo a quien quieres matar.”
“¿Quien de todos?” Le respondió la reina.
Dame un nombre y mías serán las manos que lo empujen al abismo” Serena, lenta y pausadamente Malebolde le dijo.
“Es un pirata que se cree rey. Rey Willy le dicen sus hombres. Te veo matándole” Su mirada perdida en la sombra de otro tiempo. “Claramente lo veo. Tu dándole el golpe final. Pero no veo más, pues sus poderes son los que me bloquean. Asesínale y las brumas podrán esclarecerse.” Cerró el ojo para descansar. “Hay más gente que me bloquea.”
“¿Más gente?” Dijo la reina. “Entonces solo mata al pirata. Si se están juntando es porque algo saben que ocurrirá. No podemos usar un ritual para perforar el velo, pues corremos el riesgo de que nos descubran en el intento.”
“Conozco la ciudad de Deluv. Hay más hechiceros y otras gentes... especiales. Además, una fortaleza del Señor de la Luz está cerca. La Mascarada puede ser rota fácilmente si no andamos con cuidado”. Sopesó sus propias palabras, caminando hasta su laboratorio para comenzar a empacar. “Me haré de un pequeño territorio y usaré los recursos del pirata para pasar recursos bajo las narices de todos. Mientras, quiero que uses un doble mío, hazlo pasar por mi cuando llegue la carta de invitación y envíalo a la ciudad cuando llegue el momento. De esa manera nadie se cuestionará mi presencia pública. Aprovecharé y tratare de recolectar toda la información que pueda.” Llegó hasta el túnel y antes de entrar le dijo a Tzeladora. “Envía un buitre por mí en quince días. Le dejaré toda la información que pueda, así nos mantendremos en contacto.”
Un grupo de Rogenares vestidos con aquellas bolsas negras para cadáveres devolvieron al Servitor hasta el laboratorio privado de Malebolde.
Aquella habitación no debía ser más grande que un granero, con todas las paredes cubiertas de libros colocados en estanterías picadas de la misma piedra, una oscuridad pintando absolutamente todo pues los libros estaban en braille, mecheros de bunsen y otros elementos de alquimia dispersos en una mesa de piedra, animales en caja que eran mantenidos por otros Rogenares en la ausencia de Malebolde. Una hiena animal siendo mutada lentamente con sangre de Rogenar para ver si de casualidad en la sangre estaba la inteligencia, la diferencia genética entre esta especie y la otra. Anotaciones en la anatomía Humana, Elesh, Edekhan, Rogenar, Minoica y Mumblere. Corazones, pulmones, cerebros, hígados y estómagos nadando en frascos con un líquido dorado dentro.
“Tú.” Señaló a un Rogenar limpiando el cuarto. “Ve a preparar un barco para mí, uno pirata... Piratas Elesh de preferencia.” La hiena antropoide y enana le dedicó una reverencia y fue a preparar su pedido. Luego, Malebolde comenzó a guardar sus cosas en un morral de cuero.
Guardó su armadura, sus armas, sus pociones, sus instrumentos de torturas, un mechero de bunsen y un mortero, y unos anteojos con una lupa pegada al metal para mayor aumento. El resto no era esencial, lo podria robar, comprar o fabricar ya en el lugar.
“Casi lo olvido” Recogió un bastón de madera petrificada con un pequeño cristal negro en la punta, las ramas petrificadas sosteniéndolo como si fueran una manzana tentadora. “Mi báculo de nigromante.”
Finalmente, salió por una puerta negra hasta su destino.
Lejos de la ciudad de Tzeladora, alejada de cualquier campo santo al cual refugiarse y sin su red de espías e informantes Malebolde se lanzó al océano con un par de indicaciones nada más.
En una ciudad costera al borde este del continente, cerca de la ciudad de Eckhurst se reunieron guerreros de varias naciones, todos con variopintas armaduras extremadamente diferentes. Algunos tenían armaduras de caballero Edekhan robadas, otros vestían como hoplitas, como bárbaros,
La procesión de guerreros llevaba un ataúd de madera pintada de amarillo crema. Entraron a la ciudad con él y comenzaron a festejar, beber cerveza y cantar canciones de putas en honor al muerto. Algunos se pelearon, otros se besaron y luego contrataron prostitutas para pasar el rato. Todo durante un ritual de doce horas hasta que fuera tiempo de que el barco partiera hasta la ciudad de Deluv.
Dejaron la ciudad casi en estado de sitio con aquella fiesta salvaje y descontrolada, los dos bares de la pequeña ciudad quedaron destrozados luego de que guerreros de todas las esquinas del mundo comenzarán peleas totalmente ebrios con los locales y entre ellos, pero algunos se lograron recuperar de tanto llorar al muerto y de tanto festejar su partida y se despertaron temprano al día siguiente para despedir al cuerpo, cuando subieron al barco de pasajeros el ataúd, para que fuera enterrado en la tierra que lo vio nacer.
Muchos de ellos en vez de ser plañideras decidieron pasar su tiempo despidiendo al muerto como él hubiera querido, con un par de putas y cantando canciones de mal gusto en voz alta, siempre de fiesta y alegre.
Luego de que el barco partiera muchos despidieron a sus compañeros que decidieron hacer el viaje con algún saludo especial, algún grito de batalla, o solo con la mano.
El barco zarpó.
Pasó por incontables peligros, tormentas terribles, krakenes que fueron derrotados por los argonautas que lo habitaban, avistamientos de otros navíos fantasmas a la distancia cuando pasaron por el misterioso paraje del Mirador de Hastur e incluso algunos juraron ver a algún Halcon de la tormenta sobrevolarlos y perderse en el horizonte.
Ya luego de una semana de viaje entero había llegado hasta las costas de la ciudad de Deluv.
La verdad fue, que la opulencia de un guerrero que muere de anciano a veces atrae miradas indeseadas. Aquel que dormía por siempre ahora en el ataúd fue alguien que vivió mucho tiempo de batalla en batalla, con muchas victorias y muchos hijos en su haber dejados por aquí y por allá, y por lo tanto de seguro alguien tan orgulloso y tan ostentoso se habría llevado algo a la tumba en vez de dárselo a la progenie que no se lo merecía.
Seguramente.
Algunos de los mal intencionados tripulantes del navío acuchillaron mientras dormía a uno de los viejos guerreros de la procesión y utilizando una palanca de hierro se abrieron paso hasta el ataúd.
Era una delicada pieza de arte, una conmemoración a una carrera que duró más de cuarenta años y ahora descansaba en paz en el paraíso, cualquiera que fuera.
Los mal intencionados saqueadores de tumbas se acercaron al ataúd y con cuidado de no hacer ruido lo abrieron.
Apenas pudieron inhalar y exhalar y entre respiro y respiro los cinco saqueadores ya habían muerto, cortados en mil pedazos.
Del interior del ataúd una sombra se alzó erguida como una diosa durmiente de la guerra, una fuerza apocalíptica que había despertado finalmente de su sueño milenario.
Malebolde enfundada en su armadura de cangrejo y coral, una armadura no creada, sino criada, para adaptarse al cuerpo de un guerrero particular y acompañarlo por el resto de su vida. Era una red de placas superpuestas colocadas en lugares estratégicos para proteger; de color gris y negro y bajo de las placas en su interior se encontraba un cuero suave y tan duro como la piel de un elefante por fuera, creando un tanque viviente que era mucho más ligero que el acero. Su rostro cubierto por una máscara que regulaba la respiración, una máscara creada específicamente para ayudar a los hechiceros de todo tipo para concentrarse mejor en sus hechizos al regular la cantidad de aire que inhalaban y exhalaban. Aquella armadura tenía en las esquinas de cada placa unas cuchillas que cortarían a cualquiera que intentase golpearla con sus manos pues no había ángulo que no estuviera cubierto, sin mucho cuidado podías hacerte una cortadura.
Sus pies y manos estaban cubiertas también por esta armadura, terminando en garras dignas de un depredador, creadas específicamente para ayudarle a escalar todo tipo de terreno. Las piernas puntiagudas del cangrejo le permitían tener un arma natural en forma de dos lanzas que sobresalían a voluntad de una cavidad en su brazo derecho.
Todo parecía creado con el filo y el dolor en mente, al solo verlo uno no podía evitar pensar en que esa armadura parecía estar viva, aunque la versión que Malebolde ostentaba estaba muerta y solo respondía a comandos mentales. Mientras que la armadura de cangrejo de las demás guerreras Mumblere estaba viva y luchaba al mismo tiempo que su portadora en medio de la guerra.
Con sus propias manos desgarró al que abrió el ataúd, hundiendo sus garras en su pecho y luego estirando los brazos como si estuviera esperando recibir un abrazo. Sus órganos y carne y sangre mancharon a los demás, horrorizados.
Con las piernas del cangrejo destrozó a otros dos, mientras su cabello atado en una cola de caballo se agitaba mientras se movía con una agilidad que hacía imposible que alguien más la viera hasta que era muy tarde y hundía sus garras en su pecho.
Los demás al ver semejante espectáculo de sangre recibieron cortadas en sus cuellos, luego hundiendo sus manos en las cortadas para agrandarlas y explorar como si fuera una bolsa de regalos que es lo que había adentro, sacando desde allí la lengua de los individuos y usándola para manchar de sangre todo lo que pudiera.
Uno murió de un paro cardiaco al ver toda la escena, sosteniéndose el pecho con fuerza mientras se sentía invadido por una fuerza mortífera venida de otra galaxia destrozándole la mente y taladrando su cerebro hasta que dijo “basta” y murió en el acto.
Malebolde como un gato en celo se arrastró hasta su cuerpo, abriendo su pecho con sus manos y buscando del interior el corazón del individuo. Comenzó a masticarlo con fuerza y ganas, como si hubiera estado sin comer ni beber ni ver la luz del sol durante una semana entera
Se dio un festín con los restos de los corazones de los cinco saqueadores de tumbas, manchando de sangre su rostro como si fuera una criatura completamente hambrienta y descontrolada.
Luego, salió a la cubierta, donde el ruido de la masacre había alertado al resto de la tripulación.
El horror que allí transcurrió fue indescriptible. Fuentes posteriores aseguran que nadie salió vivo y todos exhibían alguna parte de sus cuerpos devorada, faltaban los bebés de algunas madres que viajaban y se presumen desaparecidos o devorados. Todos y cada uno de los viajeros y miembros de la tripulación resultaron descuartizados, desmembrados, destrozados y con sus huesos quebrados de una manera horrible. Aquel barco jamás llegó hasta la ciudad de Deluv, pues la pérdida de la tripulación le hizo encallar en una isla cercana.
Hasta el día de hoy se tienen reportes confusos, y ninguna noticia clara de aquel atentado contra la naturaleza.
El total de víctimas estimadas, sin contar los cuerpos imposibles de contar al quedar muy poco de ellos, es de setenta individuos, con siete niños menores de siete años confirmados.
El barco había quedado encallado en el banco de arena de una isla cercana y luego de que Malebolde terminó de saciar su hambre y pasado el estado de sopor de una semana se embarcó en su misión.
Al llegar hasta las costas de la ciudad en la noche vio desde la distancia la vibrante ciudad brillando con un naranja y azul verdoso como si jamás durmiera. Ella caminó con su armadura aun en ella, con toda la sangre limpiada por haber nadado tres horas ininterrumpidas.
La playa de aquel sector de la ciudad estaba vacía pues era la Ciudad Vieja, donde cualquiera que estuviera habitándola deseaba pasar desapercibido.
Su base de operaciones improvisada sería el viejo faro dejado por unos piratas luego de que las autoridades locales los encontraran y dieran muerte a ellos.
La siguiente tarea era una delicada que necesitaba preparación.
Exploró las ruinas destruidas de lo que una vez fue el hogar de los piratas, el olor a podrido de la madera que había sido quemada hacía ya un largo tiempo la había invadido. El mismo olor a sal y a mar que impregnaba la ciudad.
Se puso rápidamente a trabajar, sin perder ni un segundo. Dejó sus cosas a secarse mientras recolectaba algunas algas y otras plantas de los alrededores y las machacó con su mortero. Utilizó algunos corazones humanos que se había guardado de la masacre del navío hace una semana y utilizó los tejidos para crear un tinte que se colocó debajo de los párpados.
Este tinte lleno de venenos y sangre de un corazón que murió en profundo terror le perforó la piel hasta llegar a sus nervios, apagándolos levemente, haciendo que sienta la mitad del dolor ante cualquier ocurrencia que tuviera.
Luego, una pócima pre-preparada que se bebió; echa de cordones umbilicales de animales y amapolas le dio concentración, suficiente como para ser más observadora en sus tareas.
Un aceite calmante le permitía estar más calmada ante el estrés de las tareas que vendrían.
Un ungüento sobre sus mamas para ahuyentar la fatiga y adquirir mayor velocidad al correr.
Luego de ello se puso a trabajar.
Nadó otro poco hasta un canal escondido y entró a la Ciudad Vieja.
Desde donde podía ver, una pequeña meseta, la Ciudad Vieja era apenas el patio trasero de una gran potencia económica, un sector que ninguna autoridad se digno en reparar, y rápidamente al estar abandonado y sin infraestructura ni resguardo se convirtió en un paraíso de la marginalidad. Con migrantes de todas las provincias circundantes viniendo a la Ciudad Vieja con promesas de un pedazo de tierra para sus familias, pero terminando siendo esclavos de la buena voluntad o la mala voluntad del tirano de turno, pandillas, esclavistas, traficantes, mercenarios con humos de grandeza, cualquier cosa que la sociedad tirase de lado.
Lo perfecto para que Malebolde utilice para sus planes a futuro.
Ella comenzó a saltar por encima de las casas y edificios pequeños con gran agilidad, con una capacidad superior que la de un atleta de talla olímpico. Buscaba con su olfato agudizado el territorio del Rey Willie, quien sus informantes le habían informado que era un Albaqir, por lo tanto podría reconocer su particular aroma entre los mares humanos que se extendían bajo sus ojos.
Las casas de la Ciudad Vieja eran precarias, construidas con chatarra y madera podrida, materia prima igual de indeseable que los que habitaban el lugar. Y nos seguían ningún patrón de construcción tampoco, apenas el suficiente como para delimitar territorios en las siempre cambiantes guerras de pandillas del lugar.
Ella planeaba poner fin momentáneo a aquello.
Utilizó un pequeño hechizo para resguardarse, uno solo pues no quería alertar a cualquiera que pudiera detectarla. Prefería ser precavida y actuar con enorme paranoia hasta haber evaluado con exactitud cuál era la amenaza allí. Solo sabía que Valentine estaba en la ciudad, por lo tanto un nigromante podría detectar a otro nigromante si se daba la maña. Así que solo invocó una pequeña sombra, un parásito de otra galaxia que daba la casualidad de parecer lo que los terrestres llaman “Sombra” y por lo tanto la podría utilizar a su favor.
Se la pegó a su cuerpo y la sombra comenzó a reflejar la luz y oscuridad que tocaba el cuerpo de Malebolde, haciéndola invisible.
Comenzó a olisquear la ciudad, haciendo que a su cerebro cual serpiente le entrara toda la información de la composición de lo que tenía enfrente mediante a su agudo olfato, a sus ojos y a su sentido del temblor que todos los Mumbleres tenían que les ayudaba a detectar cualquier mínima vibración en el suelo. Especialmente importante cuando uno es de una raza subterránea y vive en zona de terremotos.
Aquella habilidad especial mutada con su magia necromática hasta niveles impensables le permitía sentir a las personas de lejos mediante sus pasos al caminar.
Finalmente luego de quedarse completamente inmóvil durante quince minutos procesando toda la información captada y entrando en un trance meditativo que le permitía aumentar su conciencia hasta niveles indeterminados logró dar con lo que necesitaba.
Como un diablo corrió, saltó, dio volteretas y dibujó un camino con la velocidad del diablo. Llegando en cuestión de minutos hasta los límites del territorio del Rey Willie.
Willie había sido un mercenario que había tenido una revelación religiosa en medio de una batalla. Desacreditado por sus compañeros se retiró y fundó una pequeña banda de saqueadores que en su juventud habían logrado incluso sitiar un castillo.
Ahora un anciano de sesenta años había aprendido osteomancia de sus congéneres en las tierras de los señores del fuego. Aquella pequeña habilidad para leer la fortuna era la pequeña pantalla que Malebolde debía eliminar para establecer su pequeña cabeza de playa.
Se escabulló por los edificios y hogares, desapareciendo entre ellos…
Rus caminó con Hakkan por las oscuras callejuelas de la Ciudad Vieja. Con aquel antiguo guerrero de mar a su lado se sentía imponente, pero no podía sacudirse de encima aquel presentimiento de ser observado.
Se sentía nervioso, lo que hacía su caminar más rápido que el normal. Se notaba que estaba a punto de saltar a la violencia ante la más mínima provocación.
Miraba para ambos lados al cruzar una calle, esperando dagas oscuras saliendo del vacío y acuchillándolo hasta la muerte.
“Estás paranoico.” Le dijo el viejo sabueso de mar.
“Si tan solo supieras lo que yo sé, querido amigo, si tan solo supieras…” Le dijo para que se mantuviera alerta pero tranquilo, que al menos él pudiera. “No me gusta para nada este lugar, pero es nuestra única alternativa.” A pasos gigantes se adentraron en el territorio del Rey Willie, notando las osamentas blancas fungiendo como linternas del lugar para ahuyentar intrusos. Muchos guerreros tribales salieron de encima de los edificios para ver a aquellos dos forasteros que habían entrado al territorio del rey.
Todos sabían quienes eran, por eso no habían sido atornillados apenas entraron, solo se limitaron a observarlos mientras caminaban en su audiencia con el rey.
El rey Willie tenía un trono de huesos de bisonte, huesos enormes de un animal que era para Rus lo que los simios eran para la humanidad, por lo tanto al verlo se sentía algo intimidado. El rey se había enfundado en una armadura también hecha de huesos de diferentes especímenes, no se sabía si eran humanos o no a esta altura, pero se podían ver algunos carneros e incluso dedos humanos colgando de su cuello. Una reconstrucción de su patria, la tierra de los señores del fuego, calcada de un mapa y confeccionada en una chapa de metal estaba pegada a su pechera. Sus largos dreadlocks ocultaban gran parte de su ropa que parecía ser de color rojo, verde y amarillo.
En una voz anciana y rasposa y sinuosa el rey habló.
“Dicen que quieres verme, dicen que vienes a pedir un favor. Dime, policía, ¿por qué babilonia quiere un favor?”
“Vengo a buscar información.” Respondió Rus lacónico.
“Uh, información…” Con ambas manos detrás de la espalda como si estuviera pensando, comenzó a caminar de aquí para allá lentamente, dándole la espalda en un momento. “Vienes a buscar información de aquella masacre del barco, eh mon.”
“Es asunto de seguridad nacional, creí que alguien con tus...habilidades, podría decirme algo que tuviera sentido.” Comenzó siendo cordial y respetando la posición de absoluto poder que Willie tenía. “Creo que se quien es y lo necesito.” El rey rió con su frase.
“No sé quien es, pero sé que es.” A un cuenco lanzó huesos con runas escritas, sonriendo al ver el resultado que se formaba en su mente al descifrar el significado de las runas. “Y ahora sé donde está.”
“¿Donde? Lo podemos ir a buscar, podemos terminar esto rápido” Le dijo con impaciencia, casi acercándose a él.
“Veras, policía. Es siempre lo mismo.” Arrojó otra vez los huesos al cuenco. “No se puede detener lo imparable. No se puede asesinar lo que ya está muerto.”
“¡Habla algo que tenga sentido, maldita sea!” Gritó Rus, Hakkan le puso una mano en el pecho y todos los guerreros del rey alzaron sus armas en contra suya. Pero el Rey Willie con una mano hizo que todos bajaran las armas.
“¡El mundo espiritual, hombre! ¿Que no lo ves? Algunos de nosotros ya tenemos los días contados.” Miró fijamente a Hakkan y este deglutió un pesado bloque de saliva. “La rueda gira y no la podemos detener, eh mon.”
“Voy a romper la rueda.” Dijo firme luego de recomponerse.
“¡Claro que no lo vas a hacer!” recogió sus huesos y los lanzo otra vez “Vas a tener que ser roto tu primero antes de que la puedas siquiera detener, mucho menos romper. ¿Quién te crees que eres, Babilonia? Solo eres un instrumento, una herramienta que sabe hacer bien su trabajo.” Decidió no leer su futuro, no lanzó los huesos. “¿Donde crees que está tu jefe ahora mismo? Reuniéndose con una bestia peor. Deja de ser víctima de guerras fantasmas.” Se recobró y lanzo nuevamente los huesos. “Lo que sé es que jamás verás los ojos del demonio porque sólo puedes verlos tal cual son una vez que este venga a por ti. Y no vendrá por ti.”
“Esto es una pérdida de tiempo…” Le dijo Hakkan en voz baja a Rus. “Deberíamos irnos, jefe.”
“Tienes razón... vamos.”
Ambos se dieron media vuelta y comenzaron a caminar hasta la seguridad de sus hogares. Escucharon el cuenco sonar con los huesos.
“Escúchame, Babilonia. Tu vida es una ironía, ¡Cuando el verdadero cambio que siempre estuviste esperando llegue, haz lo que siempre has hecho y déjate llevar! Sera la ironía que salve tu vida y te convierta en algo mejor.” El Rey Willie le gritó al incoherente (por ahora) decidor de verdades y fortunas. “Adiós, Babilonia, tiempo de irse.”
El Rey se sentó en su trono esperando su inminente muerte, esperándola con paciencia y alivio, mientras veía a los dos guerreros alejarse para nunca volver. Comenzaba a reflexionar sobre lo poco satisfactoria que su vida había sido siempre; jamás cerca de las victorias que el mundo terrenal le prometía. Hasta que encontró al mundo espiritual y comenzó a ver cosas que nadie mas podía. De esa misma manera había logrado estar fuera del asecho de Valentine y sus acólitos, pero ahora el mundo espiritual le había enviado un mensaje con una finalidad terrible que no podría escapar.
Se relajó y derramó algunas lagrimas por las cosas que jamás pudo hacer. Tener una familia, traer felicidad al mundo, enterrar a su madre como lo había prometido.
Solo recordó que ambos habían hecho un pacto en vida, que si uno de los dos moría antes que el otro, desde el mundo de los espíritus le enviarían un mensaje al superviviente para que se quedara tranquilo. Él jamás recibió el mensaje de su madre, cosa que lo mantuvo infeliz y preocupado todos los días de su vida.
Hasta este.
Se adentró hasta un callejón solitario y preparó su falcata para un largo combate.
En la oscuridad vio unos ojos diamantados de color verde, unas terribles sombras danzando a su alrededor que presagiaban la muerte con cada voltereta y cada movimiento que hacían.
Luego, un grito terrible, el sonido de huesos siendo extirpados del cuerpo con la brutalidad de dos manos. Y luego silencio.
Del interior del callejón emergió Malebolde con la cabeza cercenada del rey incrustada en su báculo de nigromancia. Todas las profundas y eldricas energías que podía conjurar comenzó a conflagrarlas en un solo punto, la boca del difunto rey mientras todo su báculo se empapaba de sangre. El cristal negro ahora estaba perforando el cerebro del rey por el lado de la columna, y Malebolde lo alzó con ambas manos, llamando la atención de los demás guerreros.
“¡Habitantes de mis dominios!” La voz del Rey Willie dijo.”En unas horas vendrá una muy querida amiga mía. Quiero que la hagan sentir como en casa y le den toda la comodidad que puedan. Ella viene de muy lejos y está cansada. Así que, recíbanla con los brazos en alto.” Dijo el rey y se retiró a sus aposentos. La magia dejó de actuar cuando todos dejaron de ver al rey. El pulso telepático para semejante engaño se disipó cuando Malebolde removió la cabeza del rey de su báculo.
Ella se sentó en el trono, se quitó la máscara, y respiró tranquila.

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