Un mundo donde la vida, la materia y la conciencia están unidas por un fenómeno universal: el henki.
Esta energía, perceptible pero difícil de medir, fluye en todo lo existente y constituye la base de su equilibrio natural. Cada criatura, planta o elemento posee una fracción de ella, y su comprensión ha dado origen a religiones, ciencias y filosofías que intentan explicar su naturaleza.
El origen del henki se atribuye tradicionalmente al Verbo, concepto divino que representa la palabra creadora y el principio estructural del universo. Sin embargo, esa relación jamás ha sido demostrada.
Para algunos, el Verbo es una fuerza consciente que dio inicio a todo; para otros, una metáfora teológica creada para justificar lo que aún no se comprende. Aun así, su influencia cultural es innegable: templos, academias y órdenes enteras se fundan sobre su interpretación, y su nombre impregna lenguajes, ritos y documentos históricos.
El henki, por el contrario, es una certeza tangible. Puede sentirse, manipularse y agotarse. Fluye por los cuerpos vivos como la sangre, y se acumula en la tierra, el aire o el agua en proporciones variables según el entorno. Su uso requiere disciplina y enfoque: algunos lo estudian como ciencia energética; otros lo canalizan como arte espiritual; unos pocos lo emplean como herramienta de poder. El abuso del henki puede alterar el entorno e incluso deformar a quienes lo manejan sin equilibrio.
El planeta está formado por cuatro continentes principales, cada uno con una relación distinta con el Verbo y el henki:
Su desarrollo histórico estuvo marcado por la expansión imperial. Desde aquí surgieron las primeras doctrinas estructuradas y las campañas de homogeneización cultural. El Verbo fue proyectado como marco de autoridad, legitimidad y orden.
Resistió la dominación sofiana. Por ósmosis cultural adoptó símbolos y vocabulario del Verbo, pero nunca su dogma. Su enfoque permanece centrado en la coexistencia con la energía y la observación de sus ciclos.
Dike resistió todo intento de colonización y conservó íntegramente sus tradiciones. Su espiritualidad y su sistema social se basan en prácticas ancestrales, con una filosofía centrada en el honor, la coexistencia con la naturaleza y el estudio del henki como parte esencial del ciclo vital.
Adoptó elementos del pensamiento dikeano, pero desarrolló un sistema político propio basado en ciclos de 200 años, donde el soberano es un individuo proveniente de otro mundo. Sus facciones —Valdheim, Zhouvaan, Caelestia y Edelstein— sostienen la administración del continente y su identidad religiosa, militar, académica y económica.
Aunque el mundo cambia, el debate sobre el Verbo no cesa. Los creyentes lo veneran como origen divino; los escépticos lo consideran mito; los sabios lo analizan como antigua formulación de poder; y otros lo ignoran por completo. Esa divergencia ha moldeado la identidad de Aggeínosis durante milenios: un mundo que oscila entre la fe y la evidencia, entre lo que se siente y lo que puede probarse.
Aggeínosis no se define por sus dioses ni por sus reinos, sino por su búsqueda permanente de significado.
Cada generación redescubre el Verbo a su manera, intentando averiguar si es la voz de un creador, una ley del universo… o el eco de su necesidad de comprenderlo.